HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS
LENGUAJE ADULTO
miércoles, 19 de octubre de 2016
CAPITULO 38 (TERCERA HISTORIA)
En una semana, se ordenaron todos los nuevos equipos. Mis hermanos, Kid, y yo hemos estado rompiéndonos el trasero para limpiar el lugar. No ha sido fácil, tampoco. Con lo rumores por ahí de que le gané a Cobra no una, sino dos veces, las jóvenes promesas de los bajos fondos están llegando, suscribiéndose a izquierda y la derecha.
La mayoría son luchadores callejeros, bastardos sin ninguna técnica. Sé cómo Salvador debe haberse sentido cuando atravesé esas puertas. Pueden ser muy rápidos en derribar a un hombre, pero si no se queda abajo, si él puede derribarlos, estarán jodidos.
Recibí a cuatro, y Kid se hace cargo de siete. Me gustaría haberme encargado de ellos también, pero entrenar a Pauly me mantiene ocupado. Ella está en el gimnasio de cuatro a seis horas al día dependiendo del agotamiento que le haga
pasar la noche anterior. Se está volviendo buena, dependiendo más del instinto que de la mierda que observó en el maldito Internet. Se hace más fuerte cada día.
Un hombre débil lo encontraría intimidante. Un hombre débil trataría de hacerla caer al suelo y ejercer dominio sobre ella. Un hombre fuerte, un hombre como yo, se emociona con la idea de que podría llegar un día, muy pronto, en el que ella
pueda derribarme.
Joder, ya está intentándolo en la cama, y es excitante como el infierno, también. Ella quiere que sea más duro. Y yo se lo doy.
Levanto la mirada mientras Carolina y las cuatro mujeres entran. Entonces miro a Pauly.
Ella sonríe.
―Todas han sido abusadas físicamente. Todas necesitan tu ayuda. Lo harás, ¿verdad? ¿Las entrenarás como lo haces conmigo?
La miro en sus pequeños shorts rosados y negros de boxeo, su camiseta color rosa de spandex, y su magnífica melena que amarró en trenzas.
―Lo haría, pero no tengo tiempo ―contesto, con la esperanza de llevarla adonde quiero.
―Pero alguien puede lastimarlas, Pedro. ¿Qué tal si puedes hacer que eso no suceda?
―Lo siento, pequeña, pero tengo una pelea que preparar.
―¿Qué pasó con ser el bien en un mundo de mal? ―Está claramente enojada.
Me encojo de hombros y empiezo a alejarme.
―Nada pasó con eso. La carga o beneficio, se vea como se vea, simplemente se movió un poco. Ahora me voy de aquí a enseñarles a estos chicos cómo no matarse en una pelea. ¿Qué vas a hacer?
Ella frunce el ceño, entonces me mira.
―No puedo.
―Entonces dime, pequeña ―digo mientras agarro unos guantes de la mesa junto a mí―. ¿Qué le pasó a eso?
Durante la hora siguiente, ella se mantiene firme y les enseña, y mi pecho se hincha con orgullo. Ya no es la víctima. Es la vencedora.
Cada vez que me mira, me aseguro de parecer ocupado.
Quiero que sea más fuerte, más valiente, y con más confianza. Quiero que no le tema a nada.
Después de que las otras mujeres se van, ella continua, dando puñetazos, patadas, e incluso probando algunos nuevos equipos. Es jodidamente una tortura.
La deseo, la necesito. Es sexy, y es mía.
Se va sin decir una palabra, y yo camino rápidamente hacia la ventana lateral para asegurarme que logra entrar en la casa. No me fío de ese hijo de puta de Cobra. Cuanto más pienso en nuestro último encuentro uno-a-uno aquí en el
servicio de Salvador, mayor es la certeza de que fue el hombre que envió a Chaves al infierno. Puedo garantizarlo, malditamente, y no voy a estrechar la mano de un
hombre que mató al viejo de Pauly porque pensó que eso la llevaría a él.
Una vez que ella está en el interior, me dirijo a la oficina para comprobar más pedidos y llamar a un electricista.
Necesitamos una inspección después de la remodelación.
Dos horas en el teléfono. Por supuesto que no, no era así como quería pasar mi día. Estar a cargo puede tener ventajas, pero las responsabilidades son más consumidoras de tiempo de lo que imaginé. Necesito hacer ejercicio.
Me río de mí mismo cuando pienso que el sexo con Pauly es tan físico como cualquier carrera. Debo comprobar mi cardio al menos una, a veces dos veces al día.
Salgo al gimnasio para ver que está de vuelta, pegándole a su bolsa. Nadie está aquí, así que no puedo pretender que estoy ocupado, ni quiero hacerlo. Así que estoy al otro lado de la bolsa y se la sostengo.
―¿Quieres ir al bar esta noche y conseguir algo para cenar?
―No tengo veintiún años ―dice mientras golpea la bolsa.
―Hay comida, Pauly. Puedes estar ahí. ―Me río.
Ella se aleja de la bolsa y me enfrenta.
―¿Qué tal si vas dentro de mí, y luego me llevas al bar?
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