HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS
LENGUAJE ADULTO
miércoles, 19 de octubre de 2016
CAPITULO 37 (TERCERA HISTORIA)
Pequeña, ¿qué pasa? ―Ella está llorando en el teléfono, y
casi no puedo entenderla―. Voy para allá.
Cuelgo el teléfono y le grito a Kid.
―¿Puedes encargarte de estos dos? ―Señalo a los dos nuevos tipos entrenando en el ring―. Tengo que correr a casa.
No espero un sí, sólo me voy. Corro hacia la puerta, voy al otro lado de la calzada, y abro la puerta a la casa, todo en una carrera para ver lo que la molestó.
Cuando abro la puerta, veo a las tres, con los ojos llorosos y sonrientes. Es confuso como el infierno.
Cuando un hombre derrama una lágrima, es porque su cabeza está jodida, en un mal lugar. No hay sonrisas. Pero, como estoy aprendiendo, cuando una mujer llora, podría
significar casi cualquier cosa.
Emilia se ríe y me saluda. Estas mujeres están locas, y no como una mierda-de células, sino como... emocionales.
Profunda y jodidamente emocionales.
―Dile ―dice Carolina, empujando a Pauly.
Me quedo ahí, con los ojos pegados a los de ella, esperando que me diga algo.
Joder, lo estoy exigiendo.
―Quiero dejar que el Nido de Mamá utilice los apartamentos.
Asiento, esperando las malas noticias.
―¿Está bien contigo?
―Pauly, es tuyo ―le digo, con la esperanza de que lo entienda. Cuando no dice nada, sigo―. Puedes regalarlos. Puedes quemarlos. Puedes hacer lo que malditamente quieras con ellos, nena. Son tuyos.
Ella inclina la cabeza hacia un lado.
―¿Cómo este lugar es tuyo?
―Este lugar es nuestro. Ese lugar...―Hago una pausa porque mi sangre hierve cuando pienso en el infierno que tuvo que soportar viviendo allí, y luego pienso en mamá y suspiro―. Es perfecto. No necesitas mi permiso, pero eso sí,
saca algo bueno de él.
―Gabriel llamó―dice Carolina, sacudiendo la cabeza―. Estamos llenos y alguien vino hoy. Ella necesita un lugar seguro.
Miro de vuelta a Pauly, que está radiante.
―Puedo hacer una diferencia.
―Hiciste una diferencia conmigo ―le dije, caminando hacia ella―. Sigues haciendo una diferencia. ―Tomo su rostro y paso mi pulgar sobre sus labios―. Eso te haces sonreír, y tu sonrisa, pequeña... Joder, es hermosa. ―Paso el pulgar
arriba de su cicatriz―. Si te hace feliz, yo estoy feliz.
―Oh. Mi. Dios ―dice Emi, sacándome del momento, y haciendo que recuerde que no estamos solos.
No tengo idea de cómo sucede esto, pero cuando ella está en la misma habitación que yo, nadie importa un mierda. Infiernos, no me puedo concentrar en el gimnasio. No tengo ni idea de cómo va a salir mi próxima pelea si ella está allí.
Aparto los ojos y miro alrededor del lugar.
―No, esto me hace feliz, también. Se ve muy bien, señoritas. ―Tomo la mano de Paula para que sepa que todavía estoy aquí para ella, mi pequeña―. ¿El papel tapiz se queda? ―Miro a mi alrededor―. Joder, espero que no.
Todas se ríen, y Pauly envuelve sus brazos a mi alrededor desde un lado.
―¿Estás seguro?
―Claro que sí, estoy seguro ―le digo―. ¿Sabes por qué? ―La miro, y ella niega―. Porque no nos gusta el papel tapiz. ―Eso me gana un beso―. Voy a tirarlo si lo deseas.
―Tienes que lidiar con el gimnasio. Órdenes de Salvador. ―Sonríe de nuevo―. Puedo manejar esto.
―Podemos ―dice Emilia―. Podemos con esto.
Carolina apunta hacia la puerta.
―Fuera, vete, sal de aquí.
Miro a Paula.
―¿Estás bien?
―Estoy bien ―dice con un brillo de deseo en sus ojos.
―Que sea rápido ―digo, apretando su trasero con mis manos―. Volveré pronto.
La beso rápidamente y salgo por la puerta antes de hacer golpear la madera.
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