HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS
LENGUAJE ADULTO
domingo, 9 de octubre de 2016
CAPITULO 6 (TERCERA HISTORIA)
Estoy justo detrás de la pared cubierta de grafiti en el agujero de mierda abandonado de fábrica de automóviles a las afueras de Rock City. Puedo oír a la multitud, sentir la energía, la emoción, la tensión en el chisporroteo en el aire.
―¿Estás bien, chico? ―El viejo Salvador, mi entrenador, me pregunta con un golpe violento en la parte de atrás.
―Soy un legado, Salvador. ¿Qué es lo que piensas?
―¡Mi chico está en llamas esta noche! ―grita, hacia el hombre que actúa como locutor esta noche―. ¿Me escuchas? ¡Está en llamas!
Me encanta este viejo. Su mente es aguda como el infierno, pero su cuerpo está en forma. Peleó cuando tenía mi edad, y no tomó ni un descanso. Ganó dinero y compró un par de gimnasios, entonces me recibió cuando todavía estaba en la
secundaria, después de que me vio tener mi trasero golpeado por algunos pandilleros, y nunca me cobró ni un centavo. Ha estado en el bar unas pocas veces a lo largo de los años. Sé que sintió la tensión en el aire cuando mi viejo era dueño del lugar. La única diferencia entre ahora y entonces, es que ahora insisto, cuando gano, que se quede una parte justa, y no discute, ya no.
El circuito subterráneo es diferente de las peleas aprobadas.
No hay reglas ni límites. Estando aquí, tomamos un riesgo, pero es un riesgo que estoy dispuesto a tomar.
―Damas y caballeros, ¿están listos? ―grita el anunciador desde dentro del ring, rodeado por una multitud de unas cincuenta personas. El espacio está lleno en todos los rincones.
Esta noche es diferente. Se puso dinero en esta pelea.
Demonios, incluso tiene una estera circular que cubre una gran parte del suelo de cemento.
―Esta noche es traída a ustedes por Broke Bail Bonds. Este es el Campeonato de Peso Semipesado de Rock City. Tendremos cinco rondas de tres minutos. En la esquina roja de Broke Bail, de pie en su metro noventa de altura, con un peso de noventa y un kilos, le damos la bienvenida al campeón reinante del peso semipesado, el delantero: ¡Cooooobra!
La multitud se vuelve salvaje mientras Cobra sale del pasillo opuesto al que estoy. Sus manos, con los dedos en posición de ataque simulado, mientras saluda a la multitud, dándoles lo que quieren.
―¡En la esquina negra, patrocinado por El Bar Alfonso, de un metro ochenta y cinco, con un peso de ochenta y seis kilos, Pedro ¡“Hitmaker Alfonso”! ―”Right About It”. ―De Lil Wayne, y Salvador me da una mirada fea. Las letras tienen el propósito de antagonizar a Cobra.
―Sé lo que estoy haciendo. ―Le doy un medio abrazo mientras mi mente se alista para pelear. Pongo mis manos en posición de oración, miro hacia arriba y susurro―: Legado, mamá.
Empiezo a tronar mis nudillos por hábito. Salvador me dice que es una demostración,, que mi juego es mejor, que hemos entrenado bien. Mis movimientos se planificaron en una T, y si el plan se va a la mierda, nadie estará sobre mí cuando se trata de instinto.
A medida que mis ojos se enfocan en Cobra, le doy una sonrisa lenta y planificada antes de tomar a su chica. La miro de arriba a abajo, lamiéndome los labios, y luego le doy un guiño, tentándolo con mi maldita mente.
Hubo un día en que esa chica significó algo para mí, pero ella volvió a él una y otra vez. Al parecer, ahora están comprometidos. Era su opción decir sí o no. La perra dijo que sí, y desde entonces, es un no para mí.
Dejé que mis ojos lentamente se remontaran para encontrarlo mirándome.
Estoy bastante seguro que hay humo saliendo de sus orejas también.
Me presento ante él, con los ojos fijos, con mi sonrisa en su lugar, y tronando mis nudillos aún, estirándolas, doblándose.
―Muy bien, muchachos. Sin mordidas, ni patadas en los huevos, y no pueden dejar la estera. El primero que caiga pierde.
―¡Es todo tuyo, hermano!
Miré a la izquierda para ver a Martin y a Gabriel en la esquina negra y sonrío.
Martin nunca ha patrocinado una pelea antes, odiaba que peleara, pero esta noche, él y Gabriel se encuentran aquí para mostrar su apoyo. Están aquí porque si la mierda se pone fea, como la última vez que peleé con Cobra, sostendrán mi espalda. La diferencia entre ese entonces y ahora es que ahora, golpearé al hijo de puta.
CAPITULO 5 (TERCERA HISTORIA)
Mis hermanos, Martin y Gabriel, están en el bar cuando entro.
―¿Entrenamiento duro? ―pregunta Gabriel, buscando.
Cuando veo las miradas de intercambio con Martin, miro atrás y adelante entre ellos un par de veces.
―Sí. ¿Qué hay con eso?
Me siento, tratando de evitar sus ojos. Saben que algo pasa.
Puedo decirlo.
Desde luego no voy a decírselos, porque es nada más que una jodida obsesión, una que me va a hacer terminar en la cárcel si no corto la mierda. No puedo, sin embargo.
Simplemente no puedo.
Ella me persigue día y noche. Si no estoy pensando en ella, estoy soñando con ella. Sueño con salvarla, con abrazarla, y sueño llevándola lejos a alguna parte hasta que tenga dieciocho años y pueda tocarla.
Están jodidamente callados, por lo que interrumpo con la única cosa que puedo decirles.
―Pelearé contra Cobra mañana por la noche.
―¿Y ahora estás jodidamente revelándonos eso? ―encaja Martin.
―¡Me acabo de malditamente enterar! ―gruño de regreso.
―¿Estás seguro que puedes manejarlo? ―pregunta Gabriel.
―¿Qué diablos se supone que quieres decir con manejarlo? ―digo.
―Estás distraído como el infierno. Eso es lo que quiero decir.
―Bueno, la mierda esta cambiando. Qué hay con tu casamiento, y... ―apunto a Gabriel―...traerlos a casa a los dos.
―Cuidado ―gruñe Gabriel.
―¿Qué demonios? Los adoro a todos, pero como dije, la mierda está cambiando. Ustedes hijos de puta déjenme respirar y dejen de estar sobre mi espalda. ―Me pongo de pie, molesto y a 2.2 segundos de romper mi mierda―. Saldré.
―Espera de una puta vez. ―Se ríe Martin―. Siéntate y come algo. Joder, ten una bebida.
―Dos. Creo que necesita dos ―dice Gabriel con una sonrisa―. Sienta tu trasero, payaso.
A regañadientes me siento, hirviendo. En minutos, Emi coloca un plato de pastel de carne y puré de patatas delante de mí. Me da una triste sonrisa, y le doy las gracias, a pesar de que no tengo hambre, porque cuando tengo hambre, pienso en ella, en la diminuta Paula, y me da rabia. Estoy enojado con la policía y los trabajadores sociales por no arrastrarla fuera de allí, enojado que no importe cuántas veces le diga a Johnny Imbécil Ley, que me avise. ¡A mí!
Golpeo mi puño en la barra y miro hacia arriba.
―¿Todavía no hay nada pasando? ―pregunta Martin con las cejas disparadas hacia el techo.
―Listo para pelear ―miento. Pero ¿es una mentira? ¿Voy a perder mi mierda, o voy a poder controlarme?
―Bueno, puedo garantizar que la barra de roble nunca va a meterse de nuevo contigo. ―Gabriel se ríe.
―¿Igual que Carolina no se está metiendo contigo? ―gruño de regreso, sabiendo que está pasando por algo de mierda, y que fue un golpe bajo.
―Come, nene Alfonso. Si necesitas un compañero de entrenamiento, te voy a dar uno. ―Gabriel se levanta y camina hacia la entrada de la parte de atrás, gritando por encima de su hombro―. Podría meterme en eso cuando quiera. Estás enojado porque todavía serás vencido.
Sé que crucé una línea. Joder, le está dando a su pequeña mamá un poco de espacio, haciendo lo que es mejor para ella.
Niego y miro hacia arriba a los ojos desaprobadores de Emi.
Le doy una sonrisa y un guiño, sabiendo que se comerá la mierda, y que hará su mejor esfuerzo para no sonreír, pero lo hace. Entonces lanza el trapo mojado de la barra a mi cara.
―Sé agradable.
Asiento y miro a Martin.
―Si él no puede dártelo suficientemente bien, grítame, nene Alfonso.
Me levanto y voy a la puerta, oyéndolo decirle a Emi:
―¿Te doy lo que necesitas bien, mi atractiva, pequeña, chica loca?
―En cualquier momento y en cualquier lugar ―dice en un susurro, pero lo escucho.
Algún día, tendré una chica comiendo de mi mano, también.
Justo ahora, tengo que dejar que Gabriel me venza un poco porque me siento como una mierda actuando como un idiota.
Él se quita la camisa, y me río mientras dobla sus pectorales.
―¿Alguna vez has visto algo tan bonito?
―Sí, esto. ―Tiro de mi camisa.
―Eso no es bonito, hombre ―refunfuña él―. Es un montón de mierda la que tienes allí, Legado. Tus brazos están cubiertos por completo.
―Se les conoce como manguito, idiota.
―Te voy a comprar una camisa, con mangas y todo. ―Se posiciona y hace señas hacia mí con la mano―. Vamos a jugar.
Golpeo, sabiendo muy bien que me puede bloquear, y lo hace.
―¿Tengo “perra” en mi frente? ―Se ríe―. Vamos, tipo duro, no estás jugando con un viejo borracho.
Golpeo de nuevo, no duro, solo lo suficiente como para decirle que estoy presente.
―Ahí lo tienes ―dice, mientras se lanza hacia delante y agarra mi cara―. Manos arriba, Pedro.
―Que te jodan. ―Toco su cara cuatro veces―. Toma tu propio consejo.
Jugamos esa mierda, él, luego yo, de ida y vuelta, y todo lo que hace es hacerme terminar.
Antes, cuando éramos más jóvenes, Gabriel dejaba que nuestro viejo lo golpeara. Golpe tras golpe, lo tomaba. Sabía muy bien que estaba sacando dos cosas de ello. En primer lugar, cansaba al viejo para que no pudiera ir en pos de
mamá, Martin, o yo. Segundo, parecía que le gustaba el dolor que procedía de mostrarle al anciano que no podía romperlo.
Cuando el imbécil iba tras Martin, le rompía los huesos y esas cosas. Como resultado, Martin golpeaba al bastardo con rapidez. Cuando vino tras de mí, jugué con él. Yo era el gato, y él era el puto ratón. Lidiaba con él, pasando las
piernas por debajo de él, siempre dejando que el hijo de puta llegara a recuperarse un poco antes de golpear su lamentable trasero de nuevo.
―Lanza algo, Pepe. Vamos ―dice Gabriel.
―Estoy bien ―le contesto con un movimiento de cabeza, retrocediendo―. Voy a ir a una carrera.
Con eso me voy, corriendo al lugar al que siempre voy cuando mi cabeza es una mierda, al cementerio, para asentarme y hablar con la mujer que me dio la vida. La acera está agrietada bajo mis pies mientras me presiono hacia adelante, yendo al único lugar en que puedo verla ahora.
Ella me dio la vida, amor y, hasta su respiración de muerte, el valor de pelear.
Sentado al lado de su tumba marcada, me inquieto. Todavía no puedo creer que se haya ido. La echo de menos más de lo que podría jamás expresar en palabras. Todos hemos pasado por insuperables cambios desde que la perdimos.
Martin está casado. Gabriel está desde la cabeza hasta los talones enamorado de una chica que tiene equipaje a plena carga. Demonios, acaba de regresar de un viaje a Las Vegas para poner al ex de Carolina en la cárcel. Estoy seguro que
cualquier día de estos se comprometerán. Sé que ella lo ama, simplemente no puede soportar sentir que le debe a alguien. Todos tenemos nuestros problemas.
Su niña, Camila, o la polluela, como Gabriel la llama, es totalmente encantadora. Nunca he estado en todo con los niños pequeños antes. Sin parientes para hablar además de mis hermanos, mi mamá, y el donante de esperma, nunca
realmente me dieron la oportunidad de hacerlo.
―Me gustaría que pudieras conocerlas, mamá ―le digo mientras me siento en el suelo junto a su tumba―. Tus dos chicos mayores lo hicieron muy bien. No son como él, sabes. ¿Yo? Bueno, me gusta golpear mierda, pero ya sabes eso. ―Me tumbo en el suelo frío y miro hacia el cielo―. Tengo un nuevo tatuaje. Dice Legado.
Nunca tuvimos mucho en forma de cosas materiales, nunca tuvimos un bote lleno de dinero en efectivo, diablos, ni siquiera un baúl, pero lo que nos dejaste valió más que todo eso. Somos tu legado. ―Tiro hacia arriba la manga de mi Henley, con la esperanza de que tal vez lo vea desde donde me imagino que está sentada, en lo alto de las nubes―. Recuerdo a la mujer que me crió, a la mujer que me dio la
vida, a la mujer a la que siempre quiero hacer sentir orgullosa de mí, la mujer que quiero que esté viva por medio de mí. Justo ahora, Martin y Gabriel están cumpliendo con su promesa de eso, mamá. Son tu bien en un mundo del mal. Yo te hice la misma promesa, y juro por Dios, que llegaré a ella algún día. Es sólo que me va a tomar más que a ellos.
CAPITULO 4 (TERCERA HISTORIA)
La brizna, el sonido en el aire, el cinturón cayendo dando una palmada en mi cara, y entonces la sangre se derrama mientras mi mejilla quema.
Ésta es profunda.
Cierro los ojos y lucho para mantener mis gemidos bajos.
Entre más fuertes se vuelvan, más duro me golpeará, una lección que aprendí de la manera difícil. A veces no puedo permanecer en silencio, pero no es por falta de intento.
Creo que hay un poco de vendajes de mariposa en el botiquín de primeros auxilios que me fue dado por la persona que, por meses, ha estado dejándome regalos. Primero, fueron los pasteles. Oh, ¡qué delicia! Nunca en mi vida algo había sabido tan bien. Entonces llegaron los libros, los zapatos, el estuche de primeros auxilios, los medicamentos para la alergia, y las vitaminas. Sí, alguien me ha dejado vitaminas. Alguien en este gran mundo se preocupa lo suficiente sobre mi bienestar como para dejarme vitaminas.
Al principio, me pregunté si sería mi madre, el deseo de una niña haciéndose realidad. Ella dejó que él me tomara, y no ha venido en diecisiete años, ¿por qué iba a hacerlo ahora?
Eligió la comodidad de lo que conocía en Rusia sobre tener
una oportunidad de mejorar aquí en América con mi padre y conmigo. Tanto como la quiero aquí, en lo profundo de mi corazón, sé que no es ella. De alguna manera, sólo sé que no es ella.
Crack.
Me muevo mientras los golpes del cinturón dan contra mi cuello, y el miedo me estrangula. Miro hacia él con ojos entornados. Su postura amenazante no lo hace vacilar mientras sus ojos inyectados en sangre cuentan la historia de un animal embriagado.
La vida ha sido así durante todo el tiempo que puedo recordar. Cada molestia, cada problema, cada día, todo es mi carga para soportar. Hasta que termine de desatar su ira, o cuando se desmaye, tengo que recibir los golpes.
Casi me escapé una vez.
Cierro los ojos con fuerza, casi remontándome al momento en que Alfonso reventó la puerta y entró hasta que mi padre estuvo fuera de combate. Por primera vez, alguien estaba allí. Igual que los hombres en los libros que tengo para leer, los príncipes, los caballeros, los soldados, y cada otro héroe romántico, estuvieron allí para salvarme. A alguien le importé. Los libros no son siempre ciertos. Los policías, no son héroes. Ninguno de ellos alguna vez me salvó. Pedro sí, sin embargo, y pagó el precio con la ley, también.
Igual que cualquier otra cosa buena, el momento de paz fue fugaz. Sabiendo que mi padre se despertaba, hice salir a Alfonso, esperando que mi padre lo dejara pasar y lo recordara como una borrachera al día siguiente.
No lo hizo.
Pedro Alfonso fue detenido, fue a la cárcel, a los tribunales, y se fue... todo por mi culpa. A la mañana siguiente, un oficial de policía me jaló aparte. El trabajador de servicios sociales más tarde, también lo hizo. Esas eran mis posibilidades de admitir lo que era la vida en su casa.
Solo que no lo hice.
Dejo que el miedo me alcance.
Padre me lo ha advertido, una y otra vez, que me podían alejar. Puedo ser enviada de vuelta a Rusia, donde no tengo a nadie. Si no le obedezco, si no me quedo con él, me enviarán a vivir a las calles de un país que no puedo recordar, y mucho menos alguna vez he llamado casa.
En lugar de decir la verdad o la mentira, simplemente no dije nada. Era más fácil en ese momento dejar que hicieran suposiciones. Claramente, tomaron el cebo y aceptaron que simplemente no podía hablar o entender mucho inglés. Fue así y era más fácil que enfrentar mi realidad.
Todavía tengo su tarjeta de visita. Después de todos estos meses, todavía tengo mi enlace con Pedro Alfonso, la única persona que alguna vez intervino para ayudar a gente como yo. Sí, todavía tengo el minúsculo papel que conecta
nuestros mundos.
Con tres golpes más de su cinturón, dos de los cuales puedo evitar, me quedo acurrucada en la esquina del oscurecido pasillo, cuando se detiene tan repentinamente como empezó.
―Limpia este lugar y a ti misma, Pau. La próxima vez, asegúrate de que la cena esté lista, no con cuatro minutos de retraso. ―Después, pisa alejándose, probablemente por otra bebida, mientras cuidadosamente despliego mi cuerpo.
La cena estaba casi terminada. Tenía cuatro minutos para sacar el pan del horno, pero él tenía hambre, y finalmente, su mandíbula se había curado para no tener qué comer más sopa.
Debería haber sabido que querría cenar temprano o al menos en una hora.
Metí la pata administrando mal mi tiempo, por lo que pagué el precio. Ahora debo salvar la noche lo más rápido que pueda antes de que decida si será más divertido tener la segunda ronda que comer nuestra comida ahora fría.
¿Medio loco? ¿Totalmente loco? No sé qué es, pero definitivamente no es estable.
Antes de permitirle un momento para reconsiderar pegarme más, me levanto lenta y dolorosamente y paso a mi baño.
Nuestro apartamento no es el más grande, a pesar de que somos los dueños del edificio. No, mi padre no querría perder dinero. Tenemos el más pequeño con dos dormitorios, a pesar de que tiene dos baños. Una vez que me convertí en mujer, no quería ver “mi desorden” como llamaba a los productos femeninos, en su basura. Por lo tanto, rectificó la situación del baño volviendo mi viejo armario en un pequeño baño. Ahora tenía un armario para reemplazar el carente y un pequeño cuarto de baño al que llamaba propio.
En el interior del recinto, limpio mi cara. En cuanto a la herida, repaso la cicatriz que está debajo de mi ojo, pasando por mi mejilla, la que conseguí a los siete del mismo cinturón con el que me golpeó hoy, diez años después. Suspiro.
Por favor déjame tener la oportunidad de utilizar la venda de mariposa y no tener otra cicatriz.
No soy una chica hermosa, ni siquiera la media, pero todas las cicatrices tienen historias detrás, y no quiero volver a revelar mis verdades.
Deseando poder ir a mi habitación, me contengo, sabiendo que mi padre podría ver los vendajes. Todo eso tendrá que esperar hasta que esté dormido. No puede nunca saber sobre mi escondite. No puede descubrir que alguien me está
dando regalos.
Me estremezco mientras el alcohol golpea la herida abierta.
La quemadura es fuerte mientras el químico funciona para limpiar los microscópicos gérmenes. La bola de algodón rápidamente se volvió de color rosa, ya que absorbió mi sangre.
Uf.
Sacando un poco de vaselina, espero reducir el daño en mi cara.
Después de que me escapo a mi habitación, encuentro la botella correcta y tomo dos de las pequeñas píldoras rosas antihistamínicas. No estoy segura de porqué me dieron esto, excepto que estaba teniendo una nariz que moqueaba con
un poco de tos y estornudos unas semanas atrás. La siguiente bolsa que me dieron tenía esta botella. Tomando una, me sentí mucho mejor, pero también me dormí.
Pagué el precio por estar fuera de mis tareas ese día mientras la siesta me conquistaba, pero he aprendido dos lecciones valiosas: una, no tomes estas porque te vas a dormir. Dos, deslízalas en la comida, y padre se quedará dormido durante toda la noche.
Pasando a la cocina, preparo su plato de pelmeni. Padre ama su tradicional comida rusa y yo amo su antihistamínico.
Sonriendo en el interior, en silencio, aplasto las pequeñas píldoras e inserto el polvo dentro del relleno de carne de la
bola de masa. Cubro los pelmeni calientes con una cucharada de crema agria y envío un deseo porque funcione rápidamente. Necesito alivio. Tengo que respirar un momento, sólo por un precioso momento. No pasa mucho tiempo antes de que padre esté paleando su comida. Se necesita aún menos tiempo antes de que se desmaye en el sofá.
Sin perder tiempo precioso, voy a mi habitación, y me vendo la cara.
Entonces equiparé la puerta para que haga ruido cuando se despierte y venga a buscarme. Eso me dará tiempo suficiente para desechar la venda antes de que me vea.
Me cambio a mi ropa de dormir, deslizando mis pies en mis zapatillas especiales y meto calor en mí. Es algo más que el suave revestimiento lo que me consuela; es el conocimiento de que a alguien, quien sé, le importo.
Padre nunca puede saberlo. Escondo mis tesoros, excepto la cinta verde. La quito de mi cabello para ponerla en mi muñeca a la hora de acostarme. Padre piensa que salió de un paquete de comestibles, y que sólo quería algo femenino.
Una vez más, las suposiciones me salvan. Desde que notó la cinta, supe que debía mantener mis zapatos, tenis, libros, y todos los otros tesoros como un secreto. Padre presta demasiada atención.
El miedo. Es algo muy poderoso. Temo a lo desconocido.
Temo dejar lo que conozco y que lo que pudiera venir sea peor que lo que vivo en este momento.
Padre me ha dicho lo que le pasaría a una chica como yo.
He leído el dicho que dice que siempre hay alguien que lo tiene peor. Bueno, ¿y si enfrento más en el exterior? ¿Y si puede ser más duro fuera del alcance de padre? Hasta que pueda encontrar el coraje, puedo vivir dentro de mis ensueños.
Mientras me deslizo entre las sábanas, no puedo evitar preguntarme lo que se sentiría caminar libremente en mi casa en este tipo de agradables zapatillas. Cierro mis ojos y muevo los dedos de los pies. ¿La persona que me ha estado dejando regalos sabrá que me está dando tal tesoro?
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