HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS

LENGUAJE ADULTO

jueves, 29 de septiembre de 2016

CAPITULO 14 (SEGUNDA HISTORIA)




He perdido mi adorada puta mente. Por supuesto que Monte tendría a gente vigilándome. Por supuesto que en el instante en que recibió la noticia de que recogí antes a Camila estaría en camino hacia ella. Por supuesto, en un abrir y cerrar de ojos, no tendría nada para equilibrar la balanza y habría tocado fondo, los pecados del pasado siempre estarían sobre mis hombros.


El viaje es un borrón mientras me vuelvo loca en el interior, sabiendo que Monte podría estar acercándose a nosotros. 


Se la llevaría. La alejaría de mí. A mi bebé, a mi niña, mi razón de existir, la conseguiría y encontraría una manera de
hacerme pagar.


El hombre no tiene conciencia. Infiernos, el hombre no tiene alma. Sabía que estaba en la cama con el mismo diablo, pero ¿qué puedo hacer? Paula “Hard Knocks” Chaves Timmons se ganó el derecho al apodo. He estado sobreviviendo toda mi vida a golpes duros.


Los ojos se me llenan de lágrimas, haciendo que el camino frente a mí se difumine mientras sigo a Pedro de cerca, así no me separo de mi hija más de lo que ya hice.


¿Cómo supo dónde vivía? ¿Cómo apareció justo cuando necesitaba un escape?


¿Realmente podrá proporcionarnos un lugar seguro?


No sé una mierda sobre él. ¿Estaré yendo de una mala situación a otra? ¿Podría incluso empeorar?


Paula, corta esa mierda ahora, me digo. Siempre puede empeorar. No tientes al karma, es una perra y seguro te mostrará que puede ponerse mucho peor.


Mi pecho se aprieta con el pensamiento, por lo que es difícil respirar.


Necesito una distracción.


Comienzo a mover los dedos con nerviosismo en el volante y miro el velocímetro, estamos bajo el límite de velocidad. El hombre tiene un puto Porsche y estamos conduciendo bajo el límite de velocidad, todo eso con Monte posiblemente alcanzándonos.


Jadeo. ¿Y si trabaja para Monte? ¡Qué estúpida soy!


Me detengo antes de que mi mente se vuelva loca con un mal escenario tras otro. Un hombre como Pedro Alfonso no es de los que va con tipos como Sergio “Monte” Timmons. 


No, Pedro trata con el juego, el dinero y el brillo. No
es uno de que le gustan los juegos de poder ni juegos mentales. ¿Verdad?


Dios, espero que no.


Mi mente es un remolino, haciéndome sentir como si quisiera vomitar, mientras Camila mueve la cabeza y me golpea justo en mis entrañas. Miro por el espejo retrovisor para ver lo que no quería ver en mi asiento trasero.


El asiento de auto de Camila.


Con todo el caos, no lo cambiamos al auto de Pedro. No, no, no. Por favor, no dejes que tenga un accidente. Por favor que le haya puesto el cinturón.


Por favor, oh por favor, no permitas que nos paren. Lo último que necesito es que Monte pueda presentar un cargo en mi contra por poner en peligro a una niña.


La última cosa que mi niña necesita es ser propiedad del estado.


Es mía. No la puedo perder por nadie. Es lo único bueno que tengo en todo el mundo y no puedo ceder en eso.


Ahora en estado de alerta, lo observo conducir, preguntándome si se da cuenta de lo preciosa que es la carga que lleva.


En cada giro, ralentiza y pone el intermitente. En cada semáforo, frena tranquilamente. Nunca, ni remotamente, se acerca al límite de velocidad, mucho menos lo sobrepasa. 


Pedro Alfonso es un hombre misterioso, pero en este
momento, está manteniendo a mi niña segura, incluso si solo puede ser hasta que Monte llegue a nosotras.


Una quemazón me vuelve a llenar los pulmones mientras los pensamientos continúan invadiéndome.


Ralentiza y lo sigo a medida que entramos en una comunidad cerrada de condominios, con una lujosa entrada en la elegante instalación. Lo sigo, en lo que parece paso de tortuga, hasta que se detiene en un garaje y me dirige para
estacionarme a su lado.


Soltando una respiración, trato de calmar mis nervios. Tengo que ser fuerte por Camila. Entonces me fuerzo a que me dejen de temblar los dedos y salgo del auto mientras mi preciosa niña viene saltando, sin importarle el mundo.


En el interior, sonrío para mí misma. Esto es como debería ser. Los problemas de los adultos son solo eso, putos problemas de adultos. No deben salpicar a los niños. Que los niños sean niños. Ya habrá más que tiempo suficiente
más tarde en la vida para que se llenen de preocupación, dudas e inseguridades.


―Mami, ¿me viste? ¿Realmente me viste? ―Sonríe satisfecha y miro a Pedro, que está sonriendo―. Me subí en un porch.


―Porsche, Porsche ―trata de corregirla Pedro.


―Se supone que iría muy, muy rápido, pero el señor Pedro preguntó si quería ir rápido o lento y dije que lento.


En ese momento, mi corazón se derrite solo un poco. Le permitió elegir a mi bebé. No puedo pensar en un momento con mi madre, mi donante de esperma o con Monte, en el que me hayan dado elegir algo. Sin embargo, Pedro Alfonso le dio a elegir a mi hija. La escuchó y luego hizo lo que le pidió.


Cuando lo miro, simplemente se encoge de hombros como si no fuera gran cosa. Si simplemente supiera…


Aburriéndose rápidamente, Camila me pasa saltando y a Pedro, que nos lleva al interior. El espacio no es demasiado grande, igual que la casa que compartía con Monte, pero mientras capto cada centímetro cuadrado, veo que es de clase alta. Los muebles, la televisión, diablos, incluso los adornos son de gama alta.


Pedro tiene dinero.


Pensando en eso, mi mente vuelve a meterse en la madriguera otra vez.


¿Qué esperará de mí? ¿Qué es lo que quiere de mí?


Pasamos el resto de la tarde acondicionando, solo temporalmente, la habitación de invitados de Pedro. Por suerte, no dice mucho frente a Camila, pareciendo entender mi necesidad de protegerla.


La noche llega con demasiada rapidez, afortunadamente sin palabra de Marshall o de Monte. Había tenido una llamada breve a Yamila, que me dijo que apagase el teléfono y consiguiese uno nuevo de prepago para estar en contacto
con ella. Después de marcharnos antes, había ido a la tienda y comprado toallas sanitarias, tampones y un teléfono de prepago del que me dio el número. Los paquetes de productos femeninos escondieron fácilmente el teléfono dentro de la bolsa del supermercado a la salida de la tienda. 


No quiere que Alex vea ningún número en la factura de su teléfono habitual y se los dé a Monte. Gracias a Dios por las amigas inteligentes. No podría hacer nada de esto sin ella.


Suspiro. Tampoco podría hacer nada de esto sin Pedro.


Quiera admitirlo o no, Monte habría encontrado una razón para presionarme más duro y más aún sin saber que follé con Pedro. Este es su mundo y simplemente existo en él para hacer lo que desee.


Sabiendo que no podré dormir, me alejo poco a poco de Camila, que está durmiendo profundamente en la cama demasiado exuberante. Sus libros no los guardé, ya que con las prisas, no pensé en eso. Felizmente le deja a mamá
inventar un cuento de hadas y añadir sus propias partes y piezas donde se siente apropiado.


Ahora, me muevo por el silencioso espacio de Pedro mientras el temor me baña. Sentándome en su sofá, hago lo que cualquier madre que se precie haría, lloro.


Lo dejo salir todo. En la tranquilidad de la noche, en la casa de un relativo desconocido, lo suelto.


No presto atención a lo que está a mi alrededor mientras lloro en el cojín lujosamente decorado que encuentro a mi lado. No pasa mucho antes de que lo note, levanto la mirada para ver a Pedro caminando hacia mí con un pantalón de lino azul claro con rayas blancas.


Oculto el rostro en el cojín.


¿Cuánto habrá visto?


―Siento interrumpir, pero en mi dormitorio principal, hay una enorme bañera llena de agua caliente y unas pocas burbujas. ¿Por qué no vas a ver si te ayudan a relajarte?


―No necesito relajarme y si no estás más que tratand…


―Tranquila. No estoy intentando nada, excepto mantenerte a salvo hasta que podamos idear un plan.


Lo miro y frunzo el ceño.


―Deja de hacerte la dura Paula. Sabes muy bien que no es lo que necesitas en este momento.


―¡No me diga lo que necesito!


―Shh, la pequeña está durmiendo.


Estoy sorprendida de que acabe de regañarme. Entonces me inundan aún más emociones, cálidas. A Monte nunca le importó si Camila presenciaba una pelea. Por eso dejé de permitirle alterarme alrededor de ella. No merecía escuchar
eso, merecía mucho más.


Sin decir una palabra, me levanto y sigo la luz. Tal vez Pedro está en lo cierto, tal vez necesito tratar de relajarme.


Una vez que estamos en su habitación, saca una camisa.


―Usa esto para dormir si quieres.


Estoy en el cuarto de baño, olvidándome de mis preocupaciones, o al menos tratando de hacerlo, cuando entra y me entrega una copa de vino.


―Aquí, te la ganaste, pequeña mamá.


Se acerca al armario y saca dos toallas. Cuando está listo para salir, lo detengo.


―Gracias, Pedro.


―No hay de qué ―asegura, mirando hacia atrás mientras bebo el vino―. Realmente es mucho mejor si bebes a sorbos. Saboréalo, toma…


―Voy a tratar de recordar eso la próxima vez.


Asiente, luego sale, solo para volver con la botella.


―Aquí está si la necesitas.


―Emborracharme no te conseguirá un revolcón.


―No tengo la intención de acostarme contigo, nena. Pero no voy a mentir, planeé tratar de meterte en mi cama.


Pongo los ojos en blanco y luego, una sonrisa muy ligera se entrevé en sus labios.


―Necesitas dormir. Necesitamos averiguar lo que se viene ―indica mientras se va.


―Necesito planificar algo ―comento lo suficientemente alto como para que me escuche.


―Eso es lo que acabo de decir. ―Cierra la puerta detrás de él.


Me sumerjo en su descomunal bañera, tratando de lavar mis
preocupaciones y dejando que se vayan por el desagüe excesivamente caro.


Cuando llego a un acuerdo con que eso no ocurrirá, salgo. 


Me seco, y tomo la camisa que me presentó sin pensarlo.
Pedro es alto. Su camisa de pijama me llega apenas por encima de las rodillas.


El agotamiento se hace cargo. Con las emociones del día, el baño y el vino, estoy más que lista para dormir el resto de este infernal día. Necesitando dejar todo esto atrás de mí, voy a la habitación de invitados, donde Camila se ha girado
hacia un lado, ocupando toda la cama. Solo regresé a la habitación de Pedro por una manta y una almohada cuando todo me golpea y, agotada, de repente me encuentro acostada en su cama. Y antes de que pueda quedarme dormida aterrizando en mis sueños, Pedro se está subiendo a mi lado.


En cuanto a él, noto que estoy llevando la parte superior de su pijama y él la de abajo y no puedo evitar reír.


―Nena, no es bueno para el ego de un hombre, si te ríes cuando se sube a la cama.


Pedro, estamos usando un pijama completo.


Me da un guiño.


―Compartir es demostrar interés.


―Compartir, ¿eh? ―El vino me tiene relajada, tal vez un poco demasiado relajada. A pesar de que mi plan era dormir, ahora que está en la cama conmigo, dormir no es lo que está en mi mente.


Estira la mano y mueve su pulgar en círculos en mi sien mientras mete los dedos en mi cabello.


―¿Qué está pasando ahí?


―No soy una puta. Bueno, lo soy, pero no porque sea fácil. Perdí. Monte ganó. El premio era yo. Me consiguió.


―Nena, eres el premio de cada hombre.


Me río de su opinión y le doy una palmada en el pecho.


―Solo he estado con él… Bueno, hasta que me bloqueaste y no me pude resistir. ―Comienzo a parlotear, un rasgo que está lejos de ser atractivo. He oído hablar de los labios de licor, pero ¿cómo lo llaman cuando el vino te hace hablar
de tus secretos más profundos y oscuros en la vida?


―Paula ―pronuncia mi nombre bajo, deteniendo mis auto divagaciones de mi tiempo con Monte―. ¿Dónde está tu familia? ¿Hay alguien que alguna vez tratara de intervenir, o personas a las que pudieras ir?


Me río bruscamente y no de la manera “ja-ja esto es divertido”.


―Mi familia… Camila es mi familia. ―Suspiro antes de susurrar―: Camila es mi mundo. Es lo más importante que he hecho y haré nunca.


―Eres una muy buena madre y puedes tomar eso de alguien que fue criado por una muy buena mamá. ―Mira hacia el techo y algo pasa a través de sus facciones, por lo que siento curiosidad acerca de su mamá―. Sin embargo, ¿quién te está manteniendo?


―Mi madre murió y mi padre era su chulo. ―Amplia los ojos con mi admisión―. Gran Papi Chulo, que libremente nos entregó a Monte. No fue nada más que un donador de esperma.


Pedro no dice nada, solo tensa su rostro con firmeza en una mueca, haciendo que sus rasgos se endurezcan a un punto que puedo ver incluso en la habitación a oscuras.


―Llámame la huérfana Annie, porque, nene, no tengo a nadie más de familia de la que hice con Ris Priss ―trato de bromear para aligerar el estado de ánimo.


―Lo siento ―comenta mientras une nuestras manos.


―No. ―Alejo mis lágrimas―. ¡No te atrevas a tener maldita piedad de mí, Pedro Alfonso! Jugamos la mano que se reparte en la vida hasta que la última carta pega en el tapete.


―No te compadezco, Paula. Yo solo… solo…


―Solo quiero hacer todo mejor. Bueno, Pedro, la verdad es que mi vida es de golpes duros. Estás tratando de darme esperanza en una situación que no tiene esperanza, en una vida que no tiene esperanza. Sigo diciéndome que puedo
hacerlo mejor para mí y para Camila, pero no sé si lo sigo creyendo. Será mejor si te alejas ahora, así no te arrastraré hacia abajo conmigo. Saldré de esto de alguna manera. Siempre lo hago. ―Empiezo a tensarme mientras el vino se pierde rápidamente ahora que estamos en territorio emocional profundo.


Sintiendo eso, leyéndome, Pedro me acerca y me acomoda sobre la mitad sobre su pecho. Luego me acaricia el cabello mientras escucho el latido constante de su corazón, relajado una vez más.


―Eres la mujer más fuerte que he conocido nunca, además de mi madre. Una vez hice una promesa de hacer el bien en un mundo de mal. Paula, déjame darte el bien.


Comienzo a sentarme para mirarlo, pero me mantiene en mi lugar, dejando caer un beso rápido en la parte superior de mi cabeza.


―Duerme, Paula. No habrá nada más duro golpeándote, solo bueno.Sueña con eso.


Quiero discutir. Quiero… no sé. Solo quiero gritar, sacar algo y decirle si fuese tan fácil. Sin embargo, no lo hago. En su lugar, me encuentro escuchando los latidos de su corazón mientras voy a la deriva en un sueño profundo y tranquilo
que nunca he experimentado antes en toda mi vida.





CAPITULO 13 (SEGUNDA HISTORIA)





Diez minutos más tarde, Paula carga cajas hasta la puerta y las tira en la parte posterior de su auto antes de volver a entrar. Esta vez cuando sale, tiene cajas amontonadas en los brazos y sé muy bien que no puede verme. Cuando
tropieza y cae, las cajas se derraman sobre la acera. Se cubre el rostro con las manos y se lleva las rodillas al pecho, su cuerpo se sacude.


El instinto puede ser un salvavidas. También puede matarte. Igual que los pobres bastardos que saltan delante de un auto para apartar a alguien del camino y se quedan ahí clavados. 


Como el tipo que salta frente a un loco drogado con una pistola y piensa que va a salvar a todos en la tienda derribando al hombre, solo para terminar muerto. Como la madre que siente que sus hijos son amenazados y se interpone entre ellos y lo que considera un peligro, obteniendo su trasero golpeado por algún jodido enfermo. Y como ahora, mientras estoy de rodillas al lado de Paula, la llevo a mis brazos, porque el instinto se hizo presente y no quiero verla herida.


Me aparta y se limpia el rostro, tratando de borrar la evidencia que está ahí para que todo el mundo la vea. 


Mientras jadea en busca de palabras, me aparto y empiezo a guardar toda la ropa derramada en la acera.


Finalmente, deja de intentar hablar y también comienza a empujar frenéticamente cosas en cajas. Tomo la primera caja y la cargo a su auto, luego la segunda. Me giro para tomar la tercera, pero está justo detrás de mí,
empujándome para pasar.


―¿Mami? ―Escucho desde atrás.


Miro a la niña que tenía antes en los brazos y Paula toma una respiración profunda, evitando mi mirada.


―Casi lista, Camila. ―Su voz es suave y tan llena de amor que casi estoy desolado.


―¿Para nuestra aventura? ―pregunta la pequeña.


―Sí. ―Se vuelve a girar y me mira―. Gracias.


Cuando comienza a alejarse, la sujeto del brazo, deteniéndola.


―Oye, Camila, olvidaste una cosa. ¿Vienes a ayudarme a conseguirla? ―le pide la otra mujer a la niña.


―Sí. Enseguida vuelvo, mamá.


―Voy a estar aquí, Ris. Solo date prisa. No queremos llegar tarde.


Cuando la puerta se cierra detrás de su hija, de su puta hija, me empiezan a temblar las manos.


―¿Hay algo que tengas que decirme?


―No te debo…


―Basta ya de los “te debo” de mierda, Paula. Nunca te he preguntado una maldita cosa, pero voy a hacerlo ahora mismo y vas a responderme.


―¿En serio? ―El borde ha vuelto a su voz.


―¿Estás casada?


Parece confundida.


―¿Te escapaste de mi habitación de hotel esta mañana para saltar a la cama de tu marido? Es por eso que…


―Legalmente, sí, pero eso no es asunto tuyo.


―Segurísimo que es mi asunto. ―Estoy molesto y eso no sucede fácilmente.


―No tengo tiempo para tu actitud alfa o de hombre frente a mí haciendo demandas. Si mi pequeña no viniera de nuevo por esa puerta en cualquier momento, usaría un lenguaje que probablemente no has oído nunca. Pero debido a que tengo que ser madre, padre y protectora de esa niña, te daré una respuesta. Entonces volverás a ese pequeño auto brillante tuyo y conducirás lo más lejos posible, porque, por muy agradables que hayan sido las cosas, Slick, no eres mi
realidad.
»Sí, tengo un marido. Estamos separados y no es un buen hombre; diablos, ni siquiera finge serlo. Vendería a su propia hija si pensara que podría salirse con la suya. No voy a endulzar esto. Piensa que le debo dinero e infiernos, tal vez lo hago. Pensé que tenía más tiempo y lo tenía, hasta que escuchó que pasé la noche con “As”. Ahora está pidiendo que salde mi deuda y que la niña, mi pequeña, es lo que tomará si no le pago. Así que discúlpame si no me detuve a charlar antes, pero tengo cosas más importantes que tratar. Ahora, si fueras tan amable de irte y no mirar atrás, Slick, porque ya no hay nada atractivo, brillante o bonito para mirar.


―¿Cuánto le debes?


―Eso no es tu asunto o tu preocupación.


―Tuve un papel en crear esta situación, por lo que deja que te ayude.


―¡No! Nunca más voy a dejar que un hombre crea que le debo.


En ese momento, me doy cuenta de porqué es de la forma que es, por qué nunca toma más de lo que da. En ese momento, sé muy bien que no puedo simplemente irme. No es solo mi inexplicable atracción hacia Paula, ahora hay
una niña implicada. Fui ese niño una vez y nadie se ofreció a ayudarme.


Mamá no nos crió para alejarnos.


―Quiero ayudarte.


―No necesito tu ayuda. ―Cambia su atención hacia la acera donde su amiga sale corriendo.


―Paula, acabo de recibir una llamada y Monte está en camino. Necesitas… ―comienza su amiga y tiene toda mi atención.


―¿Monte Timmons? ―pregunto.


Ambas me miran y niego, dándome cuenta del bastardo despiadado al que está atada.


―No estoy pidiendo algo a cambio. Simplemente tómalo como un poco de bien en un mundo de mal. ―Me doy la vuelta y veo a la niña―. Hola, hermosa, ¿alguna vez has subido en un Porsche?


―No creo…


―Jesús, Paula, deja que te ayude a salir de aquí. ¡Vete! ―la alienta su amiga.


―Mete a la niña en mi auto ―le pido a su amiga.


Antes de que su amiga pueda discutir, miro a Paula.


―Sígueme.


Parece perdida, asustada y muy vulnerable, pero asiente. 


Corro a mi auto y entro.


―¿Te gusta ir rápido o lento? ―le pregunto a la hija de Paula.


―¿Lento? ―Se ríe de la forma en que haría una niña que no tiene ni idea del peligro en el que se encuentra.


―Bien. Dado que esta es nuestra primera cita, voy a dejarte tener la última palabra. Sin embargo, no te acostumbres a ello, pequeña.


Salgo a la calle y miro el retrovisor. Esta vez, Paula está siguiéndome.