Cuando me despierto por el suave y dulce ronroneo, ella todavía está dormida en mis brazos. No quiero despertarla.
Ha sido un infierno de semana.
Para ella, han sido unos malditos dieciocho años.
Me encanta que pueda dormir. Me encanta que confíe en mí lo suficiente como para saber que está segura y protegida conmigo. Y me encanta que el idiota de Cobra piense que la insinuación de matar a su viejo haría que lo quisiera a él y
no a mí. Obviamente no.
Me siento posesivo con ella, y eso me asusta. No debería necesitar a ninguna persona tanto como la necesito. No debería desear a nadie tanto como la quiero.
No debería desear a nadie tanto como la deseo. No quiero que se despierte algún día finalmente sintiéndose normal y decida que quiere salir como el infierno de aquí, lejos de mí.
Mi trasero está tan empapado de ella que no quiero que necesite, desee, o quiera irse lejos alguna vez.
Necesito golpear mierda. Necesito romper mierda. Necesito correr. Sin embargo, no quiero hacerlo. Quiero abrazarla y mantenerla siempre.
¿Por siempre? ¿Qué diablos?
Acabado, estoy tan jodidamente acabado.
―Te amo, Pedro Alfonso. ―Sale en un susurro tan bajo que pienso que puedo estar imaginándolo. Lo había dicho antes, y lo creí entonces. Necesito creerlo ahora.
―Yo también te amo, pequeña ―digo en un susurro igual de bajo.
Ella no se mueve, no se agita, y siento como que tengo que estar dentro de ella de nuevo si no me callo la boca.
Me deslizo de ella y voy al baño. Considero lavarme la cara, pero luego decido que no quiero hacerlo. Todavía puedo olerla. Lamo mis labios, y puedo probar una pizca de ella.
Maldito enfermo. Me río de mí mismo en el espejo.
****
Estoy en la cocina, llenando una botella de agua, cuando sale.
―¿Dormiste bien, preciosa? ―Ella sonríe, después mueve la cabeza y cubre su rostro.
Me acerco y tiro de su mano.
―Lo eres, lo sabes.
―Me alegra que pienses eso.
No lo suficientemente fuerte, se hace eco en mi mente.
―Ve a tomar unos shorts y una de mis camisetas. Tú y yo iremos a soltar un poco de vapor.
Va de regreso hacia el dormitorio.
―¿No podemos hacerlo allí?
―Lo haremos cuando volvamos. Podemos hacerlo toda la noche. Pero esto es bastante importante para los dos.
Después de que se cambia, caminamos al lado, donde la llevo al ring.
―Necesito que aprendas a pelear.
Ella asiente y mira alrededor del gimnasio, con los ojos por todas partes, evitando los míos.
Agarro su barbilla.
―Pauly, necesito que aprendas a pelear.
―Te tengo a ti. ―La tristeza en su voz hace que me duela el pecho.
―Sí, pero... ―Me callo cuando ella suspira, y juro que pone los ojos en blanco―. Oh, vamos ahora. Hazlo por mí ―digo con voz burlona, y ella sonríe, cierra los ojos y sacude la cabeza―. Bien. Necesito saber que si algo me sucede,
podras cuidar de ti misma, porque juro por todo lo que amo... ―sus ojos se ajustan a los míos cuando escucha la palabra amor―... que si dejo esta puta tierra, no solamente dejo algo bueno en el mundo, sino... ―Me detengo y tiro de ella cerca
de mí―. Dejo a la persona que conozco malditamente bien y que amaré por siempre por mí y para mí.
―Tú...
―Te amo, Pauly. Lo supe desde el momento en que dejé la comisaría cuando tu viejo, Chaves, presentó los cargos. La necesidad de protegerte era fuerte, pero la necesidad de verte, de vigilarte, de cuidar de ti, y, sí, el amor no ha desaparecido. Sólo se ha hecho más fuerte. Putamente te amo, Paula Chaves. ―Cierro los ojos y sacudo la cabeza―. Sólo le he dicho eso a otra mujer en mi vida, a mi mamá. A
nadie más.
―Entonces ¿me puedo quedar aquí? ¿Me puedo quedar contigo? ¿No tengo que volver allí? Yo...
―No sólo puedes quedarte conmigo, sino que lo harás. Te guste o no, eres mía para proteger, enseñar, cuidar, tocar... ―extiendo la mano y tiro de ella contra mí―... y amar. A nadie mas.
―Nunca. ―Ella sonríe, y un tipo diferente de lágrima escapa de sus ojos.
―Bueno. Ahora besa a tu hombre.
Ella lo hace de inmediato, susurrando “Te amo” en contra de mi boca.
―Te amo. ―Me muevo hacia atrás y tomo su hombro―. Ahora voy a enseñarle a mi chica toda la mierda que necesita saber para ser tan fuerte en el exterior, como lo ha sido en el interior.
Ella asiente y sonríe.
―Bien.
―Dime lo que harías si hiciera esto. ―La tomo, girando a su alrededor, y tirando de ella con fuerza contra mí.
―Te lo permitiría. Me gusta.
Miro hacia abajo mientras ella mira hacia arriba y sonrío.
―¿Vas a seguir siendo prudente, o vas a ser seria durante unos veinte minutos? ―Ella se ríe, y la tiro más seguramente hacia mí, susurrando en su oído―. Tan pronto como esté satisfecho aquí, voy a llevarte de nuevo a nuestro
casa y me aseguraré absolutamente de que estés satisfecha allí.
―Tienes toda mi atención.
―Bien. ¿Qué harías si un extraño te agarra así?
―No lo sé. Simplemente no lo sé ―dice con tristeza.
―Golpéalo con el codo tan fuerte como sea posible en el intestino y grita, pequeña. Grita para que pueda oírte. Si estoy al otro lado de la ciudad, quiero escucharte, ¿entiendes?
―Sí.
―Y cuando golpees con el codo a alguien, hazlo para lastimarlo.
―No quiero lastimar a nadie.
―Entonces, pretende que soy él.
Ella se tensa.
―Haz de cuenta que tú eres yo.
―Está bien.
―Golpéame con el codo, Pauly, y haz que du.... Maldición ―gruño después de poder respirar de nuevo.
―¿Te lastimé?
―No. Sólo me tomó por sorpresa. Lo hiciste bien. ―La giro hacia mí y la agarro suavemente alrededor del cuello―. ¿Qué harías en esta situación?
―Pedro, tienes que decírmelo, ¿de acuerdo?
Asiento. Joder, no tiene ni un hueso agresivo en su cuerpo cuando mi pene no está involucrado.
―Baja la barbilla inmediatamente, apriétala tanto como puedas de tu pecho, protege tu tráquea, y luego agarra su rostro. Después, hunde tus pulgares en las cuencas de sus ojos, llévalo más cerca, y golpéalo con la rodilla en donde puedas. ¿Entiendes?
Ella asiente vigorosamente.
―Ahora inténtalo.
Pasamos más de veinte minutos trabajando en la mierda que ayudaría si ella pudiera hacerla por intuición. Contra viento y marea, me aseguraré de que lo haga.
―Lastimar. Repite la palabra una y otra vez. Lesiona a tu atacante, e inmediatamente aléjate. Lastímalo.
―Lastimar ―repite.
―Bien. Ahora de nuevo.
―Pero pensé que volveríamos a casa. ―Casi se queja.
―Defensa propia primero, sexo después.
―Sexo primero, después autodefensa ―contesta. Y soy masilla en sus manos.
―Está bien, lo haremos a tu manera, pero después de que te folle, no te quejes de que estás agotada. Regresaremos aquí.