Entro en mi pequeño apartamento de un ambiente, al que estaba tan ansiosa de mudarme hace solo nueve meses.
Después de cuatro años de compartir la mitad de una caja de zapatos, tener un lugar que es prácticamente del tamaño de cuatro cajas de zapatos, se siente que estoy llegando a alguna parte en la vida. Sin embargo, el tamaño no importa.
Sea una caja de zapatos o cuatro, aquí hace frío.
Por supuesto que hace frío, me digo a mí misma, es febrero en Detroit.
Prácticamente, corro al baño y abro la ducha. Sabiendo que los vecinos parecen llegar a casa alrededor de las seis, si no hago esto ahora, voy a tomar una ducha fría. Bueno, en realidad, no es una ducha, porque el punto es lograr entrar en calor después de mi caminata a casa desde el hospital.
Necesito descongelar mis huesos en este momento y eso requiere una buena cantidad de agua caliente.
Mi auto dejó de funcionar en la víspera de Año Nuevo, como sabía que lo haría. Si hace seis grados bajo cero y tengo algo de dinero extra, tomo un taxi, el autobús o cualquier transporte público; de lo contrario, me veo obligada a usar mis propios pies. Desafortunadamente, no muy a menudo tengo dinero extra.
La víspera de Año Nuevo, una noche inolvidable. Hice un par de amigas en el trabajo. Una es enfermera en la sección de oncología pediátrica, Tamara, y la otra es mi colega en la oficina, Antonia. Fuimos a cenar a uno de los hoteles que dio una fiesta en la víspera de Año Nuevo en la que bailamos, bebimos, bailamos otra vez, dejé de beber, bailamos un poco más, y ellas se emborracharon.
Ya estaba previsto que yo conduciría. Me gusta saber que puedo irme cuando quiero. No deseo volver a quedarme atrapada en un lugar del que no puedo escapar si necesito hacerlo. Ya ha sucedido. Sin embargo, soy más grande ahora. Soy consciente de eso.
Finalmente, nos fuimos poco después de la medianoche, pero mentí y les dije que era después de la una. Estaban en tan mal estado que no importó, nunca lo sabrían. Llegamos a mi auto, entramos, giré la llave y... nada. Lo intenté de nuevo, acelerando un poco, y aún nada.
Ellas se rieron y yo lloré. Cuando trataron de asegurarme que no era un gran problema, estuve de acuerdo, sabiendo muy bien que lo era ya que no podía permitirme el lujo de arreglarlo.
A la mañana siguiente, en el inicio de mi nuevo año, caminé hasta donde mi auto estaba estacionado, a dos kilómetros de distancia, mientras me congelaba hasta los huesos.
Durante todo el camino, repetí una pequeña oración. Por favor, Señor, permite que mis problemas desaparezcan solo por un día. Realmente quería llevarlo de vuelta a mi lugar, dejarlo en el estacionamiento frente a mi edificio, el que pagaba demasiado dinero por tener el privilegio de estacionar, y mantenerlo allí hasta que averiguara cómo podía ahorrar.
Cuando llegué a mi destino, me quedé allí, mirando el lugar vacío, y levantando la vista al cielo, me reí.
—Gracias, Señor, pero esto no es lo que quise decir cuando utilicé la palabra desaparecer.
Finalmente, encontré mi auto. Había sido remolcado e incautado. Tuve que conseguir trescientos dólares y luego más dinero para un remolque, solo para traerlo de vuelta hasta aquí y dejarlo en el estacionamiento al otro lado de la calle.
Entré a trabajar en los días siguientes, a la espera de que mi sueldo pudiera costear mi auto.
Antonia, quien nunca se contenía, me preguntó por qué caminaba en el frío. Cuando le dije acerca del auto, se molestó conmigo por no haberle pedido que me llevara al trabajo.
—No es un asunto importante. Sabía que esto iba a pasar. —Me reí, tratando de no mostrar lo estresada que estaba, mientras desenvolvía la primera de las tres bufandas que tenía puestas y comenzaba a descongelarme con el calor de nuestra oficina.
—Es un asunto importante. Es enero en Detroit. —Se puso de pie y luego salió de la oficina.
Me senté en mi silla y me quité las botas lentamente. Mis pies estaban tan fríos que en realidad me dolían. Agarré mi bolso y saqué un par de medias gruesas de lana y me las puse sobre mis calcetines. Luego, giré mi silla y metí los pies en el calentador de zócalo.
Antonia entró con una gran taza de café y Tamara justo detrás de ella.
—Pau, ¡eres tan jodidamente terca!
—Buenos días, Tamara. —Sonreí mientras Antonia me pasaba la taza de café—. Gracias, Anto.
—Esto no es gracioso. —Tamara se sentó en el borde de mi escritorio con su uniforme con caritas sonrientes, y no pude evitar sonreír—. Pau…
—Honestamente, no puedo mantener un rostro serio cuando estoy viendo eso. —Y no pude hacerlo.
—Es para los niños, igual que el de los bigotes y el de Hello Kitty...
—Ni siquiera digas que el de Hello Kitty es para los niños. —Antonia hizo comillas en el aire cuando dijo niños—. Esa maldita gatita de trasero blanco es para ti, gata Tamara.
—Está bien, tigresa Antonia. —Tamara puso los ojos en blanco—. De acuerdo, me gusta la gatita blanca. Pero eso no es de lo que estamos hablando aquí.
—Mira, voy a encontrar un trabajo a tiempo parcial, pero ahora mismo, puedo caminar.
—¿Dónde vas a encontrar un trabajo cuando estás aquí todo el tiempo?
—No estoy aquí todo el tiempo —respondí, mientras sacaba mis pies descongelados del calentador y luego, giré mi silla para ponerme frente a ellas—. Mira, no tengo hijos, ni novio, ni…
—Vida —me recordó Tamara.
—Salí la otra noche —repliqué. Quería añadir: “Ya sabes, la noche en que mi auto se averió”, pero no lo hice.
—No habías salido en seis meses antes de eso. —Antonia miró por encima de sus gafas con manchas de leopardo, las que casi podía garantizar eran más para exponerlas que para ayuda óptica.
—No me gusta salir. Es un desperdicio de dinero. —Tampoco me gusta salir porque estoy lejos de sentirme cómoda en mi propia piel. ¿Cómo podría estarlo después de todo lo que he pasado?
Ya no más autocompasión. Mi propósito de Año Nuevo es acerca de ser alguien diferente. Sentirme cómoda en mi propia piel, convertirme en la mujer que estoy destinada a ser sin que el pasado me retenga y tener confianza en mí misma.
—No te diré nada sobre el segundo trabajo si te comprometes a ir conmigo a un evento de recaudación de fondos el Día de San Valentín.
—¿El día de San Valentín? —le pregunté—. ¿Qué pasa con Samuel?
—Tiene que trabajar el turno de noche, así que voy a estar sola.
Ambas volvimos nuestra atención hacia Antonia, quien sacudió la cabeza.
—Oh, no. Tengo una cita. Sin noche de chicas para mí.
Renuncié a echar un polvo en la víspera de Año Nuevo. El Día de San Valentín es para los amantes, damas, y yo voy a conseguir algo de amor.
Tamara y yo nos reímos de Antonia, aunque no porque pensáramos que estaba llena de eso. De hecho, sabíamos que no lo estaba.
Tamara tenía una sonrisa en su voz.
—Tal vez, Pau y yo estaríamos dispuestas a…
—¡De ninguna manera! Saca tu trasero con el rostro sonriente fuera de esta oficina. Sabes que no quiero oír esa mierda —la interrumpió Antonia.
Tamara me guiñó un ojo y sonrió. Sabía lo mucho que le encantaba provocar a Antonia.
—Entonces, ¿tenemos una cita?
—Realmente no puedo permitírmelo ahora mismo, Tamara.
—Ya tengo el boleto de Samuel, así que no nos costará nada. Además, es un baile de máscaras que la familia White ha organizado. Todos los ingresos serán para educar a las mujeres jóvenes sobre el VPH. ¿Recuerdas que perdieron a su hija de veinte años?
Por supuesto que lo recordaba. Ella fue mi primer caso.
Estuve con ellos cuando descubrieron que su hija tenía cáncer terminal. Cuando se iban del hospital para tomar una ducha y cambiarse de ropa, yo era la que se quedaba sentada a su lado y la ayudaba a planificar un futuro que sabía que nunca tendría. También estuve allí el día de su muerte.
Amber era joven y llena de vida cuando su novio de la secundaria la engañó. Sus acciones y el hecho de que tenía miedo de hablar con sus padres sobre sexo a los dieciséis años, fueron la causa por la que evitó hacerse una prueba de papanicolau hasta hace un año. La quimio no ayudó, los estudios clínicos no ayudaron, nada ayudó. Nada.
Me estremezco en la ducha mientras recuerdo a Amber y el próximo baile de máscaras. La ducha que afortunadamente está llena de agua caliente. Considero a este como mi único día de suerte en lo que va del año.
***
El vestido de lentejuelas cae a casi cinco centímetros por encima de mi rodilla y es impresionante, pero nunca me compraría algo tan revelador o llamativo. Estoy convencida de que si tuviera que agacharme, podrías ver mi ropa interior, y confía en mí cuando digo que las bragas no hacen juego con el vestido. Lo he combinado con un par de zapatos de tacón, que seguramente me harán caer sobre mi trasero o en la sala de emergencias, junto con una hermosa y deslumbrante máscara de color negro y rojo profundo.
Tamara tiene algo con los uniformes de moda, mientras que yo disfruto mucho que mis bragas hagan una declaración, literalmente. Esta noche, dicen: “El consentimiento es un jodido requisito”. Sí, en realidad dice la palabra jodido, una palabra que nunca consideraría repetir en voz alta. Sin embargo, saber que estoy usándolas, me da la confianza y la fuerza que de otra forma no tendría.
¿Cómo permití que me convencieran para esto? Vestirme para fiestas de lujo no es lo mío. La vida no me ha dado las oportunidades para estar libre de preocupaciones.
Mamá trabajó duro para mantenerme, sin embargo, cuando llegó el momento de pagar la universidad, no tuvo el dinero.
Por lo tanto, hice lo que tenía que hacer y conseguí los préstamos necesarios. Sí, es muy fácil registrarse en la oficina de admisiones, pero qué poco te dicen de la carga sobre tu espalda después de la graduación. No podía permitirme el lujo de meter la pata en la universidad y que me tomara más tiempo graduarme. No había dinero de sobra para pagar un semestre adicional o dos como algunos de mis compañeros. No, tenía una sola oportunidad para tener éxito.
Incluso ahora, no tengo posibilidad de meter la pata. El fracaso no es una opción. No puedo faltar al trabajo, porque me pagan por hora. Una hora sin trabajar equivale a una semana de sándwiches de mantequilla de maní, sin jalea.
Los platos de fideos son un maldito lujo si me pierdo algo de mi horario.
Cuando era niña, no podía esperar para crecer, para conseguir un trabajo, vivir en el mundo real y todo eso.
Sí, es gracioso que ahora deseara ser una niña de nuevo.