HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS

LENGUAJE ADULTO

miércoles, 14 de septiembre de 2016

CAPITULO 5 (PRIMERA HISTORIA)






Entro en mi pequeño apartamento de un ambiente, al que estaba tan ansiosa de mudarme hace solo nueve meses.


Después de cuatro años de compartir la mitad de una caja de zapatos, tener un lugar que es prácticamente del tamaño de cuatro cajas de zapatos, se siente que estoy llegando a alguna parte en la vida. Sin embargo, el tamaño no importa. 


Sea una caja de zapatos o cuatro, aquí hace frío.


Por supuesto que hace frío, me digo a mí misma, es febrero en Detroit.


Prácticamente, corro al baño y abro la ducha. Sabiendo que los vecinos parecen llegar a casa alrededor de las seis, si no hago esto ahora, voy a tomar una ducha fría. Bueno, en realidad, no es una ducha, porque el punto es lograr entrar en calor después de mi caminata a casa desde el hospital. 


Necesito descongelar mis huesos en este momento y eso requiere una buena cantidad de agua caliente.


Mi auto dejó de funcionar en la víspera de Año Nuevo, como sabía que lo haría. Si hace seis grados bajo cero y tengo algo de dinero extra, tomo un taxi, el autobús o cualquier transporte público; de lo contrario, me veo obligada a usar mis propios pies. Desafortunadamente, no muy a menudo tengo dinero extra.


La víspera de Año Nuevo, una noche inolvidable. Hice un par de amigas en el trabajo. Una es enfermera en la sección de oncología pediátrica, Tamara, y la otra es mi colega en la oficina, Antonia. Fuimos a cenar a uno de los hoteles que dio una fiesta en la víspera de Año Nuevo en la que bailamos, bebimos, bailamos otra vez, dejé de beber, bailamos un poco más, y ellas se emborracharon.


Ya estaba previsto que yo conduciría. Me gusta saber que puedo irme cuando quiero. No deseo volver a quedarme atrapada en un lugar del que no puedo escapar si necesito hacerlo. Ya ha sucedido. Sin embargo, soy más grande ahora. Soy consciente de eso.


Finalmente, nos fuimos poco después de la medianoche, pero mentí y les dije que era después de la una. Estaban en tan mal estado que no importó, nunca lo sabrían. Llegamos a mi auto, entramos, giré la llave y... nada. Lo intenté de nuevo, acelerando un poco, y aún nada.


Ellas se rieron y yo lloré. Cuando trataron de asegurarme que no era un gran problema, estuve de acuerdo, sabiendo muy bien que lo era ya que no podía permitirme el lujo de arreglarlo.


A la mañana siguiente, en el inicio de mi nuevo año, caminé hasta donde mi auto estaba estacionado, a dos kilómetros de distancia, mientras me congelaba hasta los huesos. 


Durante todo el camino, repetí una pequeña oración. Por favor, Señor, permite que mis problemas desaparezcan solo por un día. Realmente quería llevarlo de vuelta a mi lugar, dejarlo en el estacionamiento frente a mi edificio, el que pagaba demasiado dinero por tener el privilegio de estacionar, y mantenerlo allí hasta que averiguara cómo podía ahorrar.


Cuando llegué a mi destino, me quedé allí, mirando el lugar vacío, y levantando la vista al cielo, me reí.


—Gracias, Señor, pero esto no es lo que quise decir cuando utilicé la palabra desaparecer.


Finalmente, encontré mi auto. Había sido remolcado e incautado. Tuve que conseguir trescientos dólares y luego más dinero para un remolque, solo para traerlo de vuelta hasta aquí y dejarlo en el estacionamiento al otro lado de la calle.


Entré a trabajar en los días siguientes, a la espera de que mi sueldo pudiera costear mi auto.


Antonia, quien nunca se contenía, me preguntó por qué caminaba en el frío. Cuando le dije acerca del auto, se molestó conmigo por no haberle pedido que me llevara al trabajo.


—No es un asunto importante. Sabía que esto iba a pasar.  —Me reí, tratando de no mostrar lo estresada que estaba, mientras desenvolvía la primera de las tres bufandas que tenía puestas y comenzaba a descongelarme con el calor de nuestra oficina.


—Es un asunto importante. Es enero en Detroit. —Se puso de pie y luego salió de la oficina.


Me senté en mi silla y me quité las botas lentamente. Mis pies estaban tan fríos que en realidad me dolían. Agarré mi bolso y saqué un par de medias gruesas de lana y me las puse sobre mis calcetines. Luego, giré mi silla y metí los pies en el calentador de zócalo.


Antonia entró con una gran taza de café y Tamara justo detrás de ella.


—Pau, ¡eres tan jodidamente terca!


—Buenos días, Tamara. —Sonreí mientras Antonia me pasaba la taza de café—. Gracias, Anto.


—Esto no es gracioso. —Tamara se sentó en el borde de mi escritorio con su uniforme con caritas sonrientes, y no pude evitar sonreír—. Pau…


—Honestamente, no puedo mantener un rostro serio cuando estoy viendo eso. —Y no pude hacerlo.


—Es para los niños, igual que el de los bigotes y el de Hello Kitty...


—Ni siquiera digas que el de Hello Kitty es para los niños. —Antonia hizo comillas en el aire cuando dijo niños—. Esa maldita gatita de trasero blanco es para ti, gata Tamara.


—Está bien, tigresa Antonia. —Tamara puso los ojos en blanco—. De acuerdo, me gusta la gatita blanca. Pero eso no es de lo que estamos hablando aquí.


—Mira, voy a encontrar un trabajo a tiempo parcial, pero ahora mismo, puedo caminar.


—¿Dónde vas a encontrar un trabajo cuando estás aquí todo el tiempo?


—No estoy aquí todo el tiempo —respondí, mientras sacaba mis pies descongelados del calentador y luego, giré mi silla para ponerme frente a ellas—. Mira, no tengo hijos, ni novio, ni…


—Vida —me recordó Tamara.


—Salí la otra noche —repliqué. Quería añadir: “Ya sabes, la noche en que mi auto se averió”, pero no lo hice.


—No habías salido en seis meses antes de eso. —Antonia miró por encima de sus gafas con manchas de leopardo, las que casi podía garantizar eran más para exponerlas que para ayuda óptica.


—No me gusta salir. Es un desperdicio de dinero. —Tampoco me gusta salir porque estoy lejos de sentirme cómoda en mi propia piel. ¿Cómo podría estarlo después de todo lo que he pasado?


Ya no más autocompasión. Mi propósito de Año Nuevo es acerca de ser alguien diferente. Sentirme cómoda en mi propia piel, convertirme en la mujer que estoy destinada a ser sin que el pasado me retenga y tener confianza en mí misma.


—No te diré nada sobre el segundo trabajo si te comprometes a ir conmigo a un evento de recaudación de fondos el Día de San Valentín.


—¿El día de San Valentín? —le pregunté—. ¿Qué pasa con Samuel?


—Tiene que trabajar el turno de noche, así que voy a estar sola.


Ambas volvimos nuestra atención hacia Antonia, quien sacudió la cabeza.


—Oh, no. Tengo una cita. Sin noche de chicas para mí. 
Renuncié a echar un polvo en la víspera de Año Nuevo. El Día de San Valentín es para los amantes, damas, y yo voy a conseguir algo de amor.


Tamara y yo nos reímos de Antonia, aunque no porque pensáramos que estaba llena de eso. De hecho, sabíamos que no lo estaba.


Tamara tenía una sonrisa en su voz.


—Tal vez, Pau y yo estaríamos dispuestas a…


—¡De ninguna manera! Saca tu trasero con el rostro sonriente fuera de esta oficina. Sabes que no quiero oír esa mierda —la interrumpió Antonia.


Tamara me guiñó un ojo y sonrió. Sabía lo mucho que le encantaba provocar a Antonia.


—Entonces, ¿tenemos una cita?


—Realmente no puedo permitírmelo ahora mismo, Tamara.


—Ya tengo el boleto de Samuel, así que no nos costará nada. Además, es un baile de máscaras que la familia White ha organizado. Todos los ingresos serán para educar a las mujeres jóvenes sobre el VPH. ¿Recuerdas que perdieron a su hija de veinte años?


Por supuesto que lo recordaba. Ella fue mi primer caso. 


Estuve con ellos cuando descubrieron que su hija tenía cáncer terminal. Cuando se iban del hospital para tomar una ducha y cambiarse de ropa, yo era la que se quedaba sentada a su lado y la ayudaba a planificar un futuro que sabía que nunca tendría. También estuve allí el día de su muerte.


Amber era joven y llena de vida cuando su novio de la secundaria la engañó. Sus acciones y el hecho de que tenía miedo de hablar con sus padres sobre sexo a los dieciséis años, fueron la causa por la que evitó hacerse una prueba de papanicolau hasta hace un año. La quimio no ayudó, los estudios clínicos no ayudaron, nada ayudó. Nada.


Me estremezco en la ducha mientras recuerdo a Amber y el próximo baile de máscaras. La ducha que afortunadamente está llena de agua caliente. Considero a este como mi único día de suerte en lo que va del año.



***

Me miro en el espejo. Antonia me prestó un corto vestido negro que ella había usado hace cuatro años y está cien por ciento segura de que le quedará de nuevo algún día.


El vestido de lentejuelas cae a casi cinco centímetros por encima de mi rodilla y es impresionante, pero nunca me compraría algo tan revelador o llamativo. Estoy convencida de que si tuviera que agacharme, podrías ver mi ropa interior, y confía en mí cuando digo que las bragas no hacen juego con el vestido. Lo he combinado con un par de zapatos de tacón, que seguramente me harán caer sobre mi trasero o en la sala de emergencias, junto con una hermosa y deslumbrante máscara de color negro y rojo profundo.


Tamara tiene algo con los uniformes de moda, mientras que yo disfruto mucho que mis bragas hagan una declaración, literalmente. Esta noche, dicen: “El consentimiento es un jodido requisito”. Sí, en realidad dice la palabra jodido, una palabra que nunca consideraría repetir en voz alta. Sin embargo, saber que estoy usándolas, me da la confianza y la fuerza que de otra forma no tendría.


¿Cómo permití que me convencieran para esto? Vestirme para fiestas de lujo no es lo mío. La vida no me ha dado las oportunidades para estar libre de preocupaciones.


Mamá trabajó duro para mantenerme, sin embargo, cuando llegó el momento de pagar la universidad, no tuvo el dinero. 


Por lo tanto, hice lo que tenía que hacer y conseguí los préstamos necesarios. Sí, es muy fácil registrarse en la oficina de admisiones, pero qué poco te dicen de la carga sobre tu espalda después de la graduación. No podía permitirme el lujo de meter la pata en la universidad y que me tomara más tiempo graduarme. No había dinero de sobra para pagar un semestre adicional o dos como algunos de mis compañeros. No, tenía una sola oportunidad para tener éxito.


Incluso ahora, no tengo posibilidad de meter la pata. El fracaso no es una opción. No puedo faltar al trabajo, porque me pagan por hora. Una hora sin trabajar equivale a una semana de sándwiches de mantequilla de maní, sin jalea. 


Los platos de fideos son un maldito lujo si me pierdo algo de mi horario.


Cuando era niña, no podía esperar para crecer, para conseguir un trabajo, vivir en el mundo real y todo eso.


Sí, es gracioso que ahora deseara ser una niña de nuevo.






CAPITULO 4 (PRIMERA HISTORIA)





Después de cuatro años en la Universidad de Detroit Mercy, viviendo en Holden Hall con un grupo de chicas a las que llegué a amar o evitar, finalmente soy libre. Miro hacia abajo, a la última maleta que tengo que arrastrar por el pasillo, bajar tres pisos y cruzar el patio hasta mi auto.


No tengo familia esperándome; estoy haciendo esto por mi cuenta. Mis padres viven en costas separadas con familias separadas. De hecho, lo único que tienen en común es a mí; el producto de una aventura en un viaje de negocios.


Mi padre y yo fuimos cercanos hasta que tuve once años. 


Bueno, tan cercanos como podíamos ser viéndonos solo los veranos y algunos días festivos. Conocí a Victoria una vez antes de que se casaran, que es cuando todo cambió. Junto con Victoria, vinieron sus tres hijos. Fue horrible y no podía esperar para llegar a casa con mi mamá y mis hermanastros.


Fui obligada a ir todos los veranos durante un mes entero. 


Sin embargo, en mi penúltimo año en la secundaria, dejé de ir a visitarlo.


No pude soportarlo más, y ya no tuve que hacerlo. No tenía que sentirme juzgada por su esposa. No tenía que sentir las miradas de mis hermanastros. Las miradas que me hacían sentir como si fuera rara o una intrusa en las vidas de Carlos y Javier. Sobre todo, no tenía que lidiar con Brian, quien una vez fue mi compañero de juegos y con el tiempo se convirtió en algo completamente diferente. No tenía que lidiar con ninguno de ellos.


Por otro lado, mi padre era comprensivo, amable y teníamos nuestro propio vínculo especial. Simplemente estaba demasiado absorto en Victoria y en mantenerla feliz para ver todo lo que sucedía a su alrededor. Cuando dejé de visitarlo, mi papá se negó a pagar por mis estudios. Debería decir que Victoria se negó a pagar lo que sea que tuviera que ver conmigo.


Mi madre es una mujer fuerte, pero también es orgullosa, así que cuando él le informó que no me ayudaría, ella le dijo que se fuera al infierno. Su alguna vez amistosa relación de crianza compartida, rápidamente se convirtió en una de tolerancia por la existencia del otro.


Lanzo mi última maleta en mi auto —el que estoy segura no va a durar más de otro mes—, y luego la abro para recuperar las llaves y dárselas al residente supervisor5. En su interior, veo el papel enrollado; el simbolismo de mi carrera de licenciatura en trabajo social. Debería sentir una sensación de logro. El simple documento contiene mi futuro en tinta, que prácticamente se sigue secando en el papel.


Sin embargo, logro no es lo que siento. No. En su lugar, siento la presión de los préstamos estudiantiles cerniéndose sobre mí. Los préstamos que son interminables, mientras que en este momento solo tengo un puesto de asistente en un hospital hasta que complete mi maestría, algo que no va a suceder en un tiempo.




5Residente supervisor: es el que está a cargo de otros residentes en la universidad.

CAPITULO 3 (PRIMERA HISTORIA)




Entro en el bar un viernes por la mañana, después de mi carrera con Floyd a lo largo de la orilla del río. No abrimos hasta el mediodía, pero tengo que hacer órdenes de pedido para la semana que viene.


Enciendo la cafetera en la cocina y luego me dirijo detrás de la barra. El lugar se ve como el infierno. Será mejor que haya sido una jodida noche concurrida.


La camarera de lunes a viernes, Lola, está volviéndose perezosa. Juro por la mierda, que pasa más tiempo aplicándose esa mierda brillante en los labios que haciendo el trabajo por el que se le paga.


La ética de trabajo brilla por su ausencia en la actualidad. 


Todo el mundo quiere algo gratis.


¿Qué pasó con el trabajo duro, la perseverancia, la dedicación y la determinación?


Vi a mi mamá romperse el trasero durante años. A pesar de que escuché un millón de veces: “Este es mi bar”, saliendo de la boca de mi viejo, era mamá la que tenía esas cualidades —las que se necesitan para dirigir un negocio—, no él.


Suspirando, limpio el lío pegajoso que quedó de anoche en la vieja barra de roble. Uno de los cuatro fregaderos debajo de la barra no se vació completamente, así que meto la mano, saco las rodajas de limón y las arrojo a la basura que no fue sacada. Los refrigeradores no están abastecidos, las bandejas de frutas están sobre el hielo derretido bajo el grifo de refrescos, y estoy listo para jodidamente explotar.


Cuando camino alrededor de la barra y miro hacia abajo, descubro que el jodido piso no ha sido barrido ni fregado y hay ceniceros llenos en las mesas del bar. Y encima, tengo más de una hora de papeleo y órdenes de pedido antes de que pueda comenzar con la maldita limpieza. Los pedidos tienen que ser realizados, o no conseguiré una entrega el lunes cuando el bar esté cerrado, y estaré jodido.


Decido que la prioridad está en hacer los pedidos, así que me dirijo de nuevo detrás de la barra y subo las escaleras entre la cocina y la parte posterior del bar hacia mi oficina.


Entro y allí está la vieja Lola, con el trasero al aire, acostada sobre la cintura de mi viejo.


—¡Levántate! —le grito.


Ella se sobresalta.


—Oh, Dios. Oh, Pedro


—Lárgate de mi puta oficina. Tú, también, viejo.


—Cuida tu tono conmigo, muchacho. —Me fulmina con la mirada mientras se sienta.


—No voy a cuidar una mierda, viejo. ¿Qué demonios estás haciendo aquí? ¿Y qué demonios estás haciendo con mi empleada?


—Creo que es obvio lo que estoy haciendo aquí, hijo —masculla, al tiempo que se pone de pie.


—Saca tu patético trasero fuera de aquí. —Señalo hacia la puerta—. Lola, lamento esto…


—Nos amamos —dice y comienza a llorar.


—¿En serio? —Fuerzo una risa y sacudo la cabeza cuando miro el lamentable trasero de mi viejo, mientras se abotona el pantalón.


—Sí —responde ella y toma su mano—. Hemos estado enamorados desde hace un año.


Lo miro, esperando que niegue este “amor”. Mierda, durante el tiempo en que he estado vivo, nunca escuché que le dijera esa palabra a mamá o a cualquiera de nosotros. Sin embargo, la negación nunca llega.


—¿Un año? ¿Así que mamá todavía estaba viva?


Aún no hay respuesta, y en ese momento, la caridad deja de existir.


—Saca tu mierda del apartamento. Y, Lola, estás despedida. 
Es posible que quieras hacerte un chequeo, también. Su polla es un arma.


—¿Cómo te atreves? ¡No puedes hacer eso! —me grita papá.


—Está hecho. Ahora, lárgate de aquí. —No grito, no peleo. 


En realidad, esto es jodidamente perfecto.


Él había estado bajo la protección de mi madre durante toda mi vida y permaneció de esa manera a través de los efectos secundarios del entumecimiento de mi dolor en este último año.


El primer paso en el proceso de duelo es la negación y el aislamiento. Mis hermanos y yo rechazábamos la palabra terminal, pero con solo un aviso de fallecimiento de dos meses, no hubo tiempo para escondernos. El siguiente paso en el proceso de duelo es la ira. Me he quedado atrapado en eso desde hace tiempo hasta ahora. Incluso, hay fases en esta etapa en particular. Me enojo y luego me siento entumecido. Entonces, antes de darme cuenta, vuelvo a estar enojado otra vez.


Lola está limpiándose el rímel corrido de su rostro. Puedo oír a mi padre murmurarle:
—Supongo que estábamos destinados a ser tú y yo. —Le pone la mano en el trasero mientras me observa por encima de su hombro, dándome su mirada fulminante. Es la misma mirada que antes hacía que mi madre y nosotros nos encogiéramos de miedo, pero ahora no tiene ningún peso sobre mí.


—Va a durar tanto tiempo como ella mantenga tu vale de comida —le respondo, mientras Lola sacude la cabeza y siguen caminando alrededor, recogiendo sus cosas.


Me dirijo abajo para volver a trabajar. Él no tiene más control sobre esta familia.


—¿Perdiste a otra? —Lucas entra tranquilamente al bar y se ríe. Su suposición se basa en el obvio jodido desorden que está mirando alrededor.


—Tal vez —respondo evasivamente.


—En serio, hermano, necesitas aprender a ser agradable con los demás.


—Mira, a menos que estés aquí para pasar otra noche, animarte un poco, no quiero oír mierda.


—Me gustaba Lola —dice, mientras se sienta al otro lado de la barra.


Llevo un dedo delante de mi boca, para que se quede callado, y señalo hacia arriba.


—¿Oyes esos tacones en las escaleras de madera en el apartamento?


Cuando me mira como si no tuviera idea, levanto una ceja y sacudo la cabeza.


—¿En serio? —pregunta en el momento en que se da cuenta.


—Acabo de encontrarlos en mi puta oficina. Le dije hace un mes, cuando lo atrapé robando de la caja, que estaba fuera. Que no pusiera un pie en mi jodido lugar de nuevo, o empacaría su mierda.


Asiente y luego sacude la cabeza. Entonces, sus puños se aprietan mientras se toma un momento para mirar hacia abajo.


—¿Qué vas a hacer? —pregunta finalmente.


—Está empacando su mierda.


—¿Lo dices en serio, hombre?


Hay una mirada traviesa en sus ojos, haciendo a mi hermano menor parecer casi feliz. Se ve bien en él. No lo he visto así en un largo jodido tiempo.


—Tan jodidamente en serio como el cáncer terminal.


Algunas personas no encontrarían eso divertido ni en lo más mínimo, pero ellos no son los Alfonso. Si no somos capaces de encontrar humor en nuestras desgracias, no reiríamos nunca en nuestras malditas vidas.


Levanto la vista cuando la puerta se abre para ver a mi amigo Johnny, el policía. Es algo característico de él pasar por el bar en una mañana fría y tomar una taza de café.


Lucas se pone de pie para saludarlo.


—¿Tengo fianza?


—Estás jodidamente bromeando, ¿verdad? —Sacudo la cabeza cuando miro sus nudillos, y no, no está bromeando.


—Lucas, sabes que tengo que arrestarte. —Johnny está furioso—. Le sacaste la mierda a golpes a tu casero.


—Su hija estaba llorando. La escuché a través de la pared, abrió la puerta y salió corriendo por el pasillo. El hijo de puta la estaba persiguiendo con un cinturón.


—¿Así que le diste una paliza? —pregunta Johnny, tomando la taza de café que le sirvo en la barra—. ¿Qué tal llamar al 911? Ese es mi trabajo, hombre. Ahora ella está tan asustada que no quiere hablar y no va a presentar cargos…


—¿Qué quieres decir con que no va a presentar cargos? —La vena de Lucas está a punto de estallar en su cuello—. Tenía marcas de golpes en su puto cuello, Johnny. Es una maldita niña; necesita que alguien…


—Tiene diecisiete. No puedo obligarla a hacer una mierda, ¿me oyes? —declara Johnny y luego señala hacia la puerta—. Orden de restricción, por lo que consíguete un lugar donde vivir y cuando el juez te pregunte dónde trabajas, ¿qué vas a responder? ¿Destrozo personas en almacenes abandonados mientras otros se quedan parados y observan? Eso es jodidamente ilegal.


—No, hombre, tengo trabajo. —Lucas se ríe—. Soy un puto astronauta. Acabo de volver de la luna anoche. La mierda se ve bien allá arriba.


—La última vez, le dijiste al juez que eras un jodido practicante de ginecología y eso te consiguió una semana en el condado.


Lucas sonríe y me mira.


—¿Tengo un lugar para vivir?


—Por supuesto que sí. —Me apoyo contra la barra y cruzo los brazos sobre mi pecho.


—Trabajo aquí, ¿verdad? —Lucas me guiña un ojo.


—Sí, hombre, lo haces. Llámame después de tu sesión de fotos y huellas dactilares. Iré a recogerte.


Después de eso, los observo marcharse. Solo Lucas puede subirse en el asiento trasero de un patrullero como si fuera un maldito taxi. Luego, veo al viejo y a Lola, la puta del bar, pasar con bolsas de basura desde el callejón lateral. Deben haber salido por la puerta de atrás. Al diablo con ellos.


Siento un peso levantarse de mis hombros justo antes de que la culpa me invada. Debería haber echado a patadas su trasero hace años. Entonces, tal vez mamá hubiera prestado más atención a los pocos síntomas que tenía, los calambres y esa mierda. Ella no habría pensado que eran solo las tensiones diarias por trabajar demasiado duro. Las tensiones diarias que conocía muy bien eran por tener que lidiar con su patético trasero.


Desearía tanto poder volver atrás.


¿Sabes cuál es el tercer paso en el proceso de duelo? La negociación. En este momento, eso es lo que estoy haciendo. Si hubiera hecho esto... Dios, si hago esto, ¿harás que la pérdida se sienta menos dolorosa?


Sí, esa mierda es lo que estoy haciendo en este momento.


 ¿Me molesta? Demonios, sí. Pero también acepto esta nueva etapa en la vida.


Vamos. Por. Ella.





CAPITULO 2 (PRIMERA HISTORIA)





Cuando piensas en Motor City, piensas en la pobreza, pero lo que le falta a Detroit en clase y elegancia, lo compensamos con bares. Tienes el Two Way In en la calle Monte Elliott, el Nancy Whiskey en Harrison, el Old Miami en Cass, el Greenwich Time en la plaza Cadillac, el Kwicky en 8Mile, el Marshalls en Jefferson, el Jumbo’s en la Tercera, a The Painted Lady en Hamtramck, a My Dad’s Place en Kercheval y a Alfonso’s en Atwater.


Conoces el tipo de lugares de los que estoy hablando; antros sin ventanas en la esquina con el cartel de High Lifeparpadeando, porque sabes que el cartel es tan viejo como la pintura descascarada del edificio del que cuelga. El cartel parpadeante te atrae. Tienes que entrar para ver qué demonios está pasando ya que no puedes mirar por las ventanas, y suena como que podrías estar perdiéndote algo si no lo haces.


Están selladas con paneles de madera, porque tuvieron arrestos hace dos noches cuando el lugar fue robado por los malditos matones que caminan de un lado a otro por las calles, vendiendo caramelos un minuto y mendigando dos horas más tarde. Los pedazos de mierda son ingeniosos, voy a concederles eso, pero mi sugerencia es consigan un maldito trabajo, vagos.


Hace un tiempo, cuando las fábricas de automóviles dominaban la zona, las cosas no se veían tan deterioradas.


Todo estaba vivo y activo. La zona aún estaba repleta de bares. Sus propietarios ganaban bastante dinero, también.


Al final de cada calle, había un antro que servía High Life helada de barril y tragos de dos dólares. Había entretenimiento y diversión disponible en todas partes. 


Siempre se podía conseguir una comida rápida decente en la hora del almuerzo, una presentación en vivo durante la noche, y los camareros te hacían sentir como si estuvieras en casa y como si fueras de la familia.


Mi viejo ganó el título de Hooligansen una pelea de perros. Puesto que estaba bien situado en el distrito Rivertown, cerca del parque Chene, realmente obtuvo un premio en aquel momento. Al instante, estuvo acumulando dinero y follando mujeres. Fue entonces cuando conoció a mamá.


Ella cantaba, tocaba la guitarra y tenía una cantidad decente de seguidores para una presentación solista. Él tenía treinta y ella veintidós. Ella cantaba en su bar todos los miércoles por la noche y, con el tiempo, empezó a trabajar en el lugar tres noches a la semana. Como muchas de sus camareras, se enamoró de su mierda y terminó embarazada de mí en menos de dos meses desde el momento en que se conocieron.


La llevó a vivir con él a su apartamento arriba del bar y aceptó convertirse en padre. Quería hacerlo mejor que su viejo. ¿No es esa la verdad en la vida, simplemente hacerlo mejor? ¿No nos esforzamos todos para eso?


Con el tiempo, el encanto se acabó. Él empezó a serle infiel. 


Cuando ella lo confrontaba, él la doblegaba emocionalmente. 


Ella se rompía el trasero para mantener el bar limpio y él se rompía el trasero bebiéndose las ganancias. Luego, llegaron dos niños más y ella estaba rompiéndose el trasero para criar a sus tres hijos además de mantener su negocio a flote.


Cuando la economía en Detroit se deterioró, él perdió lo que quedaba de su mente. Comenzó a perseguirnos con mierdas estúpidas como leche derramada, un Lego en el suelo, lo que sea. Demonios, el viento soplaba en la dirección equivocada y se desquitaba con nosotros.


Mamá empezó a interponerse con:
—Muchachos, vayan a su habitación.


Por supuesto que hacíamos lo que nos decían, pero escuchábamos toda la mierda. Lo oíamos golpearla. No era mejor que verlo, tampoco. Estábamos indefensos, mientras los sonidos de cada golpe se hacían cada vez más ensordecedores en nuestros pequeños oídos. Es curioso cómo, en el momento, la adrenalina se activa y los instintos van a toda marcha. Cada ruido se vuelve más fuerte, más claro, y se queda contigo durante mucho tiempo. Todavía puedo oír esa mierda en mis sueños.


A medida que fui creciendo y me volví más alto que él, comencé a interponerme. Peleábamos, puño a puño, hasta que uno de nosotros no se movía. En un primer momento, era yo. Luego, cuando tenía diecisiete años, finalmente fue él. El hijo de puta también lo supo.


Le rogué a mamá que se mudara, pero se negó a abandonar su hogar y a su familia. Ponía excusas por él, decía que esa era la forma en la que fue criado.


Dejó de atacarnos desde el momento en que le rompí la nariz. Odiaba al bastardo, y cuando Gonzalo fue lo suficientemente grande, me fui de casa. Sin embargo, seguía viendo a mamá todos los días. No podía pasar ni un día sin verla a ella o a mis hermanos. Necesitaba asegurarme de que estuvieran bien, pero también sabía que, si me quedaba, lo mataría y estaría en la prisión estatal en un año.


Perdió el título Hooligans debido a que el maldito imbécil apostó contra el luchador clandestino equivocado. ¿Quién era el luchador contra el que apostó? Mi hermano, su propio hijo. ¿Quién hizo que perdiera? Yo. El hijo de puta ni siquiera lo supo hasta una semana más tarde.


Le permití que se quedara en el apartamento arriba del bar, no por él, sino por mamá.


Había estado trabajando para un contratista, arreglando viejos almacenes y convirtiéndolos en apartamentos durante años. Incluso gané lo suficiente como para comprarme mi propio lugar.


Arreglé el segundo y tercer piso, haciéndolos habitables. Es un amplio espacio abierto, con dos dormitorios, dos baños en el segundo piso y un ático en el tercero. El primer piso alberga un garaje impresionante. Es donde gasté el resto de mi dinero; en mis herramientas, mis juguetes y mis autos.


Me doy la vuelta para encontrar a mi pitbull, Floyd, acaparando la cama como de costumbre. Ella —sí, Floyd es una perra—, es una obvia acaparadora de camas.


Cuando la encontré, tenía puesto un collar rosa con clavos que estaba hundido en su cuello. Me puse en cuclillas y se lo quité a la pobre chica, y me lo permitió. Luego, salió disparada y la seguí hasta un almacén abandonado, entrando en una jodida escena que, hasta el día de hoy, hace que mi estómago se revuelva. Malditas peleas de perros.


Mi viejo ama esas peleas olvidadas por Dios, mientras que yo las desprecio.


Llamé a un amigo policía que conocía de la secundaria, al tiempo que entraba en un callejón exterior y luego esperé. 


Cuando los hijos de puta que dirigían el circuito fueron arrestados, junto con los espectadores, vi a los de la SPCA llevarse a los perros. Floyd me miró, le devolví la mirada, y supe que sería mía.


—Floyd, en serio, perra… —Me río, mientras lame mi rostro—…bájate.



2High Life: marca de cerveza americana.
3Hooligans: es un anglicismo utilizado para referirse a aquella persona que produce disturbios o realiza actos vandálicos, que en ocasiones pueden derivar en tragedias.