HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS
LENGUAJE ADULTO
jueves, 15 de septiembre de 2016
CAPITULO 8 (PRIMERA HISTORIA)
Dios mío, ¿qué es ese olor? Pienso, mientras trato de levantar mis excesivamente pesados párpados, al tiempo que mi nariz pica con el asalto de algo quemándose. Mi cabeza palpita, mi cuerpo está adolorido, y no estoy muy segura de dónde estoy, a la vez que mis ojos se esfuerzan por abrirse y enfrentarlas cegadoras luces a mi alrededor.
—Mierda, mierda, mierda. —Escucho chillar a Tamara desde otra habitación.
Palmeo el espacio a mi alrededor, dándome cuenta de que estoy en un sofá. Parpadeo, y mis ojos se llenan de lágrimas con la luz. Cerrando un ojo, trato de darle a mi mente un respiro, mientras miro en dónde estoy.
El apartamento de Tamy. Estoy en su sofá.
Echándole un vistazo a mi cuerpo, veo que todavía estoy usando el vestido negro de anoche.
Anoche…
¿Qué hice? Fuimos al baile de máscaras para recaudar fondos. Tomamos un par de copas que me ayudaron a relajarme. Tamy dijo que necesitaba soltarme aunque sea una vez. Bailamos.
Oh. Dios. Mío.
Estaba bailando con el hombre; el de la barra. Nos besamos… de acuerdo, nos atacamos el uno al otro. Poco a poco, los recuerdos invaden mi palpitante cabeza.
El armario.
El armario del conserje. ¿Qué demonios hice? ¿Cuál era su nombre? ¿Alonso? ¿Alfonso?
Sentándome, descanso los codos sobre mis rodillas y me tomo la cabeza con las manos, mientras me devano los sesos para recordar su nombre. Nunca he hecho nada como esto antes en mi vida. No puedo creer que le permití hacerme cosas... ese tipo de cosas... en un armario, en una recaudación de fondos. El alcohol es un verdadero inhibidor.
Creo que ni siquiera reaccioné. Creo que ni siquiera lo detuve.
El olor a huevos quemados —sí, definitivamente a huevos quemados—, y algo más asalta mi nariz, provocándome náuseas. Poniéndome de pie de un salto, corro hacia el baño, llegando al inodoro justo a tiempo para que mi estómago revuelto se vacíe.
Cuando termino, miro hacia la puerta para ver a Tamy, desaliñada y con el cabello despeinado, sonriéndome. Mis ojos se llenaron de lágrimas por vomitar, y ella está allí sonriéndome como el gato que atrapó al canario.
—Buenos días, sol.
—Ugh. —Es mi simple respuesta, mientras lucho contra las náuseas.
—Te ves como el infierno, florcita. —Sonríe aun más grande, haciendo que las manchas de rímel debajo de sus ojos se burlen más de mí.
—Estás demasiado alegre esta mañana para verte tan mal como yo —le gruño.
—Tú deberías estar alegre después de tu encuentro de medianoche en el armario.
Involuntariamente, me llevo la mano a la boca sintiendo vergüenza. Tamy fue la que abrió la puerta. Había pasado junto a ella cuando salí corriendo para ir al baño a limpiarme y hacer mi escape.
—No me digas que no lo recuerdas. Ese tipo era sexy como el infierno, no alguien que esperarías olvidar fácilmente. —Camina hacia el lavabo, humedeciendo un paño antes de pasármelo.
—No lo olvidé. Es que... no hago ese tipo de cosas. Ligues de una noche, esa no soy yo, Tamy.
—No te sientas mal, Pau. Sé lo que has pasado. Sé lo lejos que has llegado. Esta es una victoria para ti. Este es tu año de fortalecimiento y de dejarte llevar.
—Esta no soy yo. No salgo con extraños. —Cuanto más pienso en ello, más mi mente da vueltas. Me inclino sobre el inodoro de nuevo, liberando lo último de mis escasos contenidos.
—Vamos, te serviré un poco de café. Traté de preparar el desayuno, pero tengo demasiada resaca. Quemé las croquetas de papa y los huevos. Por un momento, pensé que se activaría la alarma de humo.
Pensar en comida hace que mi estómago se revuelva. Al ver el cambio en mi rostro, Tamy me mira con comprensión antes de alejarse. Me pongo de pie y lentamente me dirijo de vuelta a su sala de estar.
—Lo siento. No pensé en lo mal que podrías sentirte esta mañana. Anoche bebiste demasiado, nena. —Se ríe.
La habitación da vueltas a mi alrededor, mientras el temor me invade. Realmente me solté anoche. Solo llámenme chica traviesa.
¿Cuál demonios era su nombre?
Mientras Tamy sigue conversando, sus palabras rebotan alrededor de mi cabeza como una pelota de ping-pong y solamente escucho algunas de ellas.
—Realmente puedes bailar, chica. —Me las arreglo para comprender ese pequeño fragmento de lo que sea que sigue diciendo. ¿Por qué tiene que hablar tanto en este momento?
¿Bailar? No, no estaba bailando. Me estaba restregando.
Demonios, prácticamente estaba follando en seco la pierna del hombre misterioso. Me comporté como una puta. Con razón me tomó tan libremente en un armario.
En un armario. En el armario de un conserje.
¿Y cuál demonios era su nombre?
—Hola, ¿dónde estás, Pau?
—¿Eh? ¿Qué? —respondo, dándome cuenta de que no tengo idea de lo que ha estado diciendo.
—Su nombre, ¿cuál era su nombre? —Suspira, mirando mi rostro—. No lo sabes.
— Carroso, Alonso, Alfonso. Me dijo: “Llámame Alfonso”, creo —balbuceo, mientras mi amiga estalla en un ataque de risa. Le lanzo un almohadón—. No es gracioso, Tamy.
—Oh, es gracioso. Es hilarante. Siempre tan reservada, Pau. Está bien dejarse llevar y divertirse, y sin duda fue divertido. La forma en que te sonrojaste cuando saliste, estabas completamente satisfecha.
Sacudo la cabeza, tratando de deshacerme de los pensamientos de cómo mi cuerpo reaccionó a él. Soy una puta.
La mortificación se apodera de mí. Anoche no fue la primera vez que mi cuerpo reaccionó al contacto físico. Solo que en mi estado de ebriedad, anoche, lo quería por mí misma. El consentimiento fue jodidamente dado.
Tamy dice que esto es poder. ¿Por qué no puedo aceptar eso y permitir que me ayude a dejar ir mi pasado? ¿El dominio que el pasado tiene sobre mí siempre me mantendrá lejos de mi futuro?
Mercancía dañada. Nadie quiere una mercancía dañada.
—Basta, Pau. ¡No seas parte de la doble moral! ¿Por qué es aceptable para los hombres tener sexo por el simple propósito de liberarse, pero una mujer lo hace, y es una puta? No, señorita, no puedes sentirte culpable por lo de anoche. ¿Y qué si no recuerdas exactamente su nombre? Pasaste un buen momento, tuviste un orgasmo, ahora sigue adelante. Tómalo como un objetivo de tu lista de deseos; márcalo, y pasa al siguiente.
—Es más que eso y lo sabes, Tamy —digo con un susurro.
Ella conoce mi pasado. No solo sabe lo que sucedió, también los sentimientos encontrados por los que pasé.
Cada vez que me permito pensar en el pasado, no sé si aceptarlo o no. Tengo que dejarlo ir y no puedo.
Tal vez lo he hecho. Tal vez anoche fue mi primer paso para estar completa de nuevo. Ha pasado tanto tiempo que ya no sé cómo se siente.
Sin embargo, ayer por la noche, salí como una chica normal de veinticuatro años. Bebí unas copas con una amiga.
Conocí a un chico que me atrajo y me fui con él. Aparté a un lado todas mis preocupaciones, inseguridades y transgresiones del pasado, y fui por ello. Eso es poder. Eso es lo que está llegando a ser.
Sin tener nada más que decirle, mi mente corre con los recuerdos de anoche.
Me muevo para enderezarme en el sofá y recoger mis cosas.
Después de un rápido adiós, tomo un taxi y regreso a mi apartamento. De ninguna manera podría caminar hoy, y Tamy tiene demasiada resaca para conducir ida y vuelta de forma segura.
Al sacar el último resto de cambio de mi bolso prestado para la propina del taxista, mis dedos trazan la delicada tela de mi máscara. La máscara que pudo esconderme tan fácilmente anoche.
Con cuidado, salgo del auto, muy consciente de mi falta de ropa interior. Sin embargo, de nuevo estoy mortificada al recordar mi comportamiento de anoche. Tan caliente como pudo ser, fue con un extraño, y ahora él tiene mi ropa interior. Como un recuerdo o algo, no lo sé.
Al llegar a mi puerta, veo un sobre pegado en ella. Lo tomo, y luego recojo el periódico del suelo antes de entrar en mi apartamento. El periódico por el que permití que el vendedor me hiciera pagar por adelantado un año de suscripción. El periódico que no debí haber comprado, pero en pocos meses más será una cuenta que ya no tendré que pagar. Por ahora, es mi única fuente de entretenimiento actualizada.
Las historietas son tan graciosas ahora como cuando era niña. Al menos algunas cosas nunca cambian.
Entrando a mi apartamento, dejo mi bolso y el periódico.
Abro el sobre y mi corazón se hunde.
Aviso de Desconexión de Servicios Públicos.
Su cuenta con nosotros está seriamente atrasada. Su servicio de agua corriente está programado para ser desconectado en cinco días hábiles. Por favor, pague el saldo completo para evitar la interrupción del mismo. Si el servicio es desconectado, el cliente será responsable de los gastos de reconexión y del depósito de seguridad antes de ser restablecido.
Sintiéndome derrotada, lanzo el aviso y el periódico sobre la barra y luego me dirijo a mi dormitorio. Quitándome el vestido prestado, entro en mi cuarto de baño y tomo una ducha bien caliente, deseando poder lavar todos mis problemas con la misma facilidad con la que lavo la suciedad de mi día anterior.
Una vez fuera de la ducha, me visto con pantalones de yoga y una camiseta, sin sujetador, y luego me dirijo hacia mi pequeña cocina. Agarrando un frasco de analgésicos del mostrador, rápidamente me tomo dos, mientras me quedo mirando el aviso de desconexión; un claro recordatorio de que poco a poco estoy perdiéndolo todo.
No puedo llamar a mi mamá. Ella no tiene dinero extra para ayudarme. Lo que es más, nada podría convencerme de llamar a mi papá. Al monstruo de mi madrastra nada le gustaría más que yo necesitara algo, cualquier cosa, de ellos.
Por lo tanto, recojo el periódico, y hago lo único que sé hacer. Es tiempo de buscar un segundo trabajo. El hospital cuenta con grandes beneficios, pero el sueldo de un trabajador social de grado inferior no es suficiente con mis préstamos estudiantiles de la universidad respirando en mi cuello. La carga sobre mi espalda para la que nadie me preparó cuando me fui de la escuela, está siempre esperando.
Buscando en los clasificados, mi corazón se hunde. No hay muchas opciones para trabajar con mi horario. ¿Qué voy a hacer?
Entonces veo algunos puestos de camarera y dos para atender barras en bares, y a todos hay que solicitarlos en persona. Podría hacer eso.
Marcando los que parecen prometedores, miro el reloj. Es media tarde, no hay tiempo como el presente para enfrentar mi nueva realidad.
Solicito empleo en cuatro lugares antes de que mi resaca me gane, y regreso a casa. Mañana, después del trabajo, iré al último lugar.
CAPITULO 7 (PRIMERA HISTORIA)
Me paro frente al espejo, mirando a un hombre que no puedo reconocer, un hombre que nunca he conocido. No soy de usar trajes. Este no soy yo. Nunca voy a encajar en el molde.
Demonios, la noche de mi graduación de la secundaria la pasé en el bar porque mi papá estaba demasiado borracho y agresivo, y mamá tuvo que llevarlo arriba. Los seguí para asegurarme de que no se pusiera violento. Cuando se desmayó, mamá empezó a dirigirse abajo, pero le dije que me encargaría de cerrar el bar con Amy.
¿Amy? Sí, Amy era una camarera. Solo tenía veintiún años y, aunque un poco gordita, era sexy como el infierno.
Bebimos unos cuantos tragos y hablamos sobre el chico que rompió su corazón. Luego, la máquina de discos empezó a tocar “Feels Like Tonight” de Daughtry y terminamos follando sobre la barra. Caliente como el infierno, incluso con condón.
Desde Amy, me he sentido atraído por las mujeres con curvas. Hay algo acerca de una mujer que puede recibir una follada profunda, mientras está dándote algo para aferrarte y empujarte dentro. Casi como caer en un lugar blando.
No salgo en citas. Expectativas, títulos y toda esa mierda realmente no encaja conmigo. He salido con más de unas cuantas mujeres y con algunas follaba más a menudo que con otras. Cometí el error de enrollarme varias veces con Sadi, una camarera suplente, cuando el viejo atendía el lugar. Terminó siendo una maldita molestia tenerla alrededor.
La primera vez que me fui del bar con una amiga fue cuando Sadi estaba trabajando, y ella había mostrado una mala actitud. En ese mismo momento, tuvimos una conversación sobre ella y yo. No estábamos en una relación, estábamos en un intercambio de beneficios mutuos. Le advertí ese día que sería la última vez que se comportaba como una perra frente a cualquiera de mis amigas.
Respeto a las mujeres. Demonios, ninguna mujer en el mundo era más respetada que mi madre. Le dije a Sadi que si hacía esa mierda de nuevo, sería la última vez que trabajaba en mi bar y calentaba mi cama. Era una trabajadora dedicada, un polvo decente, pero un dolor en el trasero en cada oportunidad que podía.
Mirándome en el espejo, trato de arreglarme la corbata torcida, pero no está funcionando, así que me la quito. Solo otro recordatorio de que este no soy yo. Observo la máscara y me siento como un maldito imbécil. Sacudiendo la cabeza, meto la estúpida cosa en mi bolsillo y le doy un último vistazo al espejo antes de salir por la puerta.
Hace demasiado frío para la motocicleta, mi medio de transporte preferido para circular por la ciudad. En este traje de etiqueta, estaría lejos de estar cómodo, de todas formas.
Como resultado, pienso en tomar mi Chevy Nova SS 1971 color negro; el Heavy Chevy, como se lo llamaba en su época. Mi bestia, mi bien, mi auto americano antiguo, restaurado y devuelto a la vida por mis propias manos. Sin embargo, si tengo que llevar este traje y codearme con un montón de gente usando máscaras, voy al menos a emborracharme un poco, así que tomo la decisión de viajar en taxi.
Entro en el Fairmount media hora después del evento y le entrego mi boleto al hombre en la puerta, que está vestido bastante parecido a mí. Colocándome la máscara, busco alrededor la barra más cercana y me dirijo hacia ella, caminando a través de la multitud enmascarada. Incluso los camareros están usando máscaras. Me río, pensando que no sería una mala idea tener a mi personal haciendo la misma maldita cosa. Demonios, con las caras de los postulantes más recientes, estoy seguro de que el negocio estaría mucho mejor.
—Un Manhattan Southern Comfort.
—¿Quieres una cereza? —La camarera me sonríe.
—No, eso solo hace las cosas un poco sucias. —Le devuelvo la sonrisa.
Oigo a una chica reír a mi lado y miro a mi izquierda.
Se ríe de nuevo, resoplando, y luego se cubre la boca.
—Lo siento. —Las luces están bajas, pero puedo ver sus mejillas sonrojadas.
Niego con un gesto.
—¿En qué estás pensando?
—En nada. —Sacude la cabeza, mientras se ríe otra vez.
—No, creo que hay algo más que nada pasando por tu mente. Se ríe de nuevo y cubre su boca, a la vez que intenta ocultar otro resoplido—. ¿Ves? Lo sabía. Apuesto que debajo de esa máscara hay una chica muy traviesa que se muere por salir.
Me da una sonrisa grande y torpe.
—Oh, sí. Realmente la hay.
Apoyo mi copa en la barra y le hago señas a la camarera, levantando dos dedos. Cuando nos sirve las bebidas, las agarro y le paso a la chica traviesa una de ellas.
—Oh, no creo que sea una buena idea.
Me inclino hacia delante.
—¿Tienes algo mejor en mente?
Se queda completamente inmóvil por un momento. Luego, juro por la mierda que se masajea el trasero. Me gusta hacia donde se está dirigiendo esto.
—Supongo que sí.
—Entonces… —Hago una pausa—. ¿Te importaría compartirlo?
Se ríe, resoplando de nuevo. Mientras la banda comienza a tocar, una chica aparece, arrastrando lejos a la pequeña risueña. Oh, bueno, no estoy aquí para follar con una chica rápida, de todos modos.
Agarro mi bebida y camino hasta el borde de la pista de baile para escuchar a la banda tocar rock de los noventa. Por el rabillo de mi ojo, veo a la chica risueña y a su amiga acercándose lentamente hacia mí, mientras bailan juntas.
Con máscara o no, puedo decir que me están observando.
No estoy escondiendo nada, excepto mi rostro. Mi interés, sin embargo, me aseguro de que sea obvio
De las dos mujeres, una es una latina curvilínea y sexy, y la otra es la pequeña risueña con piernas largas y mente sucia. Bueno, demonios, esta noche podría no ser tan mala como había pensado.
Cuando la latina me señala y dobla su dedo, llamándome, me señalo a mí mismo. Al instante, la risueña aparta de un manotazo la mano de su amiga y luego comienza a reír. No tienen que llamarme dos veces.
Camino hacia ellas, mientras la banda empieza a tocar “Panamá” de Van Halen. No voy a saltar alrededor como la multitud a mi izquierda o hacer algunos de los movimientos de los setenta, como John Travolta y los borrachos a la derecha. Solo voy a ser yo. Voy a bailar.
Tan pronto como las alcanzo, pongo una mano en sus caderas y las acerco a mí. Con una a cada lado, comienzo a moverme. La latina sexy pone su mano sobre mi pecho, acariciando arriba y abajo mis abdominales, antes de deslizar la otra sobre mi espalda.
—Lindo. —Sonríe, mientras risitas suelta una carcajada—. Eres lindo y duro.
—No hay nada de malo en eso, ¿verdad? —pregunto con un guiño.
—Siente lo duro que es —le ordena a risitas.
—De ninguna manera —responde ella con una risa—. El consentimiento es un jodido requisito.
La forma en la que dijo “jodido” con un chillido susurrado, me hace mirarla.
—¿Qué acabas de decir?
Sonríe con esa gran sonrisa borracha y repite:
—El consentimiento es un jodido requisito. —Esta vez, lo dice con un poco más de confianza.
—Tienes mi consentimiento, chillidos. ¿Quieres sentirme? Adelante.
—Oh, no puedo. —Niega con un gesto.
—Oh, por favor, chica, te aseguro que puedes. —Su amiga toma su mano y la azota contra mis abdominales inferiores.
Ella empieza a tirar de su mano mientras se ríe de nuevo, pero coloco mi mano sobre la suya, deteniéndola.
—El consentimiento está jodidamente dado.
Su boca se abre, al tiempo que su amiga se ríe y se aleja.
Mira hacia abajo, a mi mano, y dice:
—Oh. Dios. Mío.
Sigo su mirada para ver de lo que está hablando y sonrío.
—¿Te gustan los tatuajes?
—Bueno, nunca he visto tantos —responde como si estuviera perdida en sus pensamientos. Toma mi mano y observa seriamente la tinta que cubre el dorso.
“Panamá” termina y “Rock You Like a Hurricane” de Scorpions comienza luego.
—¿Vamos a bailar o vas a quedarte ahí parada mirando mis manos, nena? —Coloco sus manos sobre mis hombros, luego agarro sus caderas y la acerco un poco más, mientras comienza a moverse por su cuenta.
Huele a vainilla y a primavera, y después del duro invierno que he pasado, estoy jodidamente anhelando la primavera.
Miro hacia abajo, a sus ojos cerrados y a su rostro relajado.
Ella está sintiendo el ritmo, y yo estoy sintiendo sus caderas moliéndose contra mí.
Estoy poniéndome duro, haciendo que me preocupe por un instante que ella no tome amablemente esa mierda, pero cuando se empuja contra mi erección, todo eso se disipa. Sí, estamos en la misma página.
Continúa frotándose contra mí con un ocasional gemido o jadeo, mientras caemos en un perfecto ritmo juntos. Coloco mi pierna hacia delante y la acerco hacia ella. Cuando está prácticamente follando en seco a mi pierna, levanto su barbilla.
—Por más que me gusta escuchar tus sexis ruiditos, creo que o vamos más despacio o regresamos a la conversación que comenzó en la barra.
Sus ojos brillantes se ven casi negros, mientras asiente. La máscara negra y roja que está usando solo destaca el color verde intenso y el ardor en sus ojos.
—¿Crees que tienes algo mejor en mente que correrte sobre mi pierna en una pista de baile llena de gente?
Asiente de nuevo.
—¿Quieres ir a terminar esto a algún lugar menos... público?
Se muerde el labio inferior inocentemente, al tiempo que asiente una vez más.
—Dile a tu amiga que regresarás en... un rato.
Me dirijo hacia la salida cerca de la pista de baile, y luego la veo decirle algo a su amiga. A medida que camina de vuelta hacia mí, mi polla se endurece aún más.
Cuando ella se acerca extiendo mi mano y, sin dudarlo, la toma.
Miro alrededor y veo un armario.
—No es el Ritz, pero funcionará.
Por suerte, la puerta está sin llave. Abro la puerta y luego la cierro detrás de nosotros.
—Está oscuro —susurra.
Agarro la parte de atrás de su cabeza y la acerco a la mía.
Mi boca cubre la suya, y empujo mi lengua dentro. Ella gime por el contacto y abre la boca para dejarme lamer su interior.
—Mmm. —Lamo más profundo.
—Mmm —responde, mientras sus manos encuentran su camino a mis caderas.
Tomo su mano, llevándola hacia mi polla, pero luego se aparta de nuestro beso.
—Ni siquiera sé tu nombre —declara, al tiempo que se queda inmóvil.
—Llámame Alfonso—digo, cayendo de rodillas delante de ella.
Me gusta comer coños tanto como a cualquier hombre, tal vez más, pero por lo general sé que la chica está limpia primero. En este momento, la forma en que sabe su boca, hace que quiera comer cada centímetro de su cuerpo. De ninguna maldita manera voy a esperar para probar su coño.
Levanto lentamente su vestido, dándole tiempo suficiente para decirme que no. Luego, extiendo las manos y bajo sus bragas.
—Da un paso al costado, nena.
Sin dudarlo, ella lo hace, y luego guardo sus bragas en el bolsillo de mi chaqueta.
No hay forma de que las encontremos en este jodido armario cuando terminemos, está demasiado oscuro.
Mi necesidad solo aumenta, mientras tomo una profunda respiración a través de la nariz, oliendo su deseo. Agarro su pierna y la coloco sobre mi hombro antes de sumergir mi rostro en el coño más sexy que alguna vez me he encontrado.
Tengo que agarrar su trasero para que no se caiga al suelo, al tiempo que la follo con la lengua. Estoy tan hambriento por su sabor que sigo lamiendo y chupando sus labios hinchados a través de las secuelas de su orgasmo. Los sonidos que escapan de su boca son como una sirena llamándome. A medida que su cuerpo satisfecho se desploma sobre mí, apoya las manos temblorosas sobre mis hombros, mientras arrulla.
Ella está jodidamente arrullando.
Me obligo a parar y a ponerme de pie. Sus brazos se envuelven alrededor de mi cuello, a la vez que me desabrocho los pantalones y saco un condón del bolsillo.
—¿Vas a dejar que termine aquí?
—Sí, sí, por favor —ruega, con la voz ronca por el deseo.
Abro el condón con mis dientes y luego me alejo lo suficiente para rodarlo por mi polla antes de levantarla.
—Envuelve tus piernas alrededor de mi cintura —le ordeno.
Su coño está tan húmedo, y gracias a la mierda por eso, porque está tan jodidamente apretada que casi me corro en el acto.
—No puedo ir lento —gruño.
—Entonces no lo hagas.
—No puedo ir con cuidado —le digo, mientras me empujo en su calor de nuevo.
—Oh, Dios —gime.
A medida que me estrello contra ella, grita. Una y otra vez, golpeo duro en su interior. Su coño me aprieta mientras se corre de nuevo, y sus uñas se clavan en mi espalda a través de la tela del traje. Dios, desearía que estuviéramos desnudos. El dolor que seguramente sentiría en el momento en que me clava las uñas, solo aumentaría la sensación de su calor apretado, mientras embisto dentro en ella.
Gruño, al tiempo que mi polla se hincha, y me empujo en su interior una última vez, derramando mi semilla.
—Oh, Dios mío. —Alguien se ríe cuando la puerta se abre detrás de nosotros.
Me retiro, y ella se baja de un salto, golpeándome justo en las bolas en su apuro. Me inclino hacia delante, gimiendo esta vez de dolor, mientras la chica se agacha, poniéndose de vuelta los zapatos. Se levanta, y su cabeza golpea mi nariz.
—¡Mierda! —maldigo, agarrando mi nariz con la mano que no está sosteniendo mis bolas doloridas.
—Lo siento. Lo siento mucho. —Se dirige hacia la luz que entra a través de la rendija de la puerta, que algún imbécil no cerró después de interrumpirnos.
—¿Adónde vas?
—Gracias. Pasé un buen… Umm... Gracias.
—¿De nada? —pregunto, sin saber qué demonios se supone que debo decir. No sé qué mierda está pasando aquí. Nunca antes estuve con una chica que escapara por la puerta de esa manera.
Mis bolas siguen palpitando, mientras me arreglo los pantalones. Pasando una mano por mi traje ahora sintiéndose muy apretado, me dirijo hacia el pasillo, todavía tratando de entender lo que acaba de suceder. Me encuentro con una latina sonriente.
Asiento.
—¿Dónde está?
—Ella pasó un gran momento, dijo que tal vez te verá por ahí.
Me río.
—¿En serio?
—Sí —me responde con firmeza.
Me quedo con las manos en las caderas, preguntándome qué demonios hacer luego.
—Dile que venga a buscarme cuando quiera... bailar.
Después de eso, camino hacia el salón de baile.
6Manhattan Southern Comfort: es un cóctel clásico que se prepara con whisky, amargo de angostura y vermut rojo. Se sirve sin hielo, en una copa de Martini fría, adornado con una cereza al marrasquino.
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