HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS
LENGUAJE ADULTO
sábado, 1 de octubre de 2016
CAPITULO 20 (SEGUNDA HISTORIA)
Paro frente a Seed, un pequeño club en el lado este de Las Vegas. Tomo la carta que el hombre de Monte dejó caer en la mesa, mi boleto de oro. El billete que va a ganarme la chica que ha estado en mi teléfono por las pasadas doce
horas.
He ignorado sus llamadas y las llamadas de mis hermanos.
Necesito centrarme, sin distracciones.
Salgo, camino hasta la puerta que dice “cerrado” y toco.
Cuando se abre, la cadena todavía enlazada desde el interior, le muestro mi carta, y la puerta está completamente abierta. Meto la carta en mi bolsillo, sabiendo que si tengo que salir para conseguir más efectivo, esta me llevará dentro de nuevo.
Mientras camino, todos los ojos se establecen en mí, el gorila pone la mano en mi pecho, deteniéndome.
―Las armas se quedan en la puerta.
―No tengo ninguna conmigo.
―Ve al bar y consigue tus fichas. No hay dinero en las mesas. Si necesitas más, pregúntale a uno de los hombres circulando. Ellos pueden llevarte al cajero automático.
Estoy vestido para impresionar. Los antiguos hábitos tardan en morir.
Traje todo el dinero de mi caja fuerte conmigo, treinta grandes. Comprar la primera ronda es magnífico.
Me acerco a la barra y le doy al hombre veinte mil dólares.
Me da una mirada que me dice que es un gran intercambio.
Eso me pone un poco nervioso.
Si veinte de los grandes es mucho, eso significa que no puede haber suficiente dinero para ganar. Hay treinta hombres aquí, y necesito todo su dinero y algo más.
El hombre que dirige el juego comienza a tirar nombres en un recipiente.
―El juego empieza en diez minutos. Todavía hay algunos jugadores que han sido invitados y no han aparecido todavía. Les daremos el respeto que se merecen y esperaremos. Mientras tanto, no duden en tomar una bebida.
Miro a mi alrededor, viendo algunas caras conocidas y otras no tan familiares.
―¿As? ―Miro a mi izquierda y veo al chico que estaciona mi auto en Aria.
―Wheels, hombre, ¿qué estás haciendo fuera de la Franja? ―Aprieto su mano y le doy palmaditas en la espalda.
―Vine a jugar.
―No ganarás de esa manera, hombre. ―Me río.
―¿Qué significa eso?
―Te voy a dar un consejo, ¿está bien?
―Sí, eso sería genial. ―Sonríe.
―No participas del juego; eres el juego. No hay otra manera de ganar. Mira los jugadores, a las cartas; olvídate del juego y de ganar, sé el juego. Aprópiate de él. ―Le guiño un ojo―. ¿Captas?
―Sí, hombre, entiendo. ―Sonríe―. ¿Eso es todo? ¿Ese es tu secreto?
―Nuestro secreto.
Toma una respiración profunda.
―Tira los nervios por la ventana.
―Hecho ―dice, moviendo la cabeza.
―¿Cuánto traes contigo?
―Todo lo que tenía. Uno grande, eso es todo, pero es un comienzo ―dice, dándole la vuelta a la ficha en su mano.
Alcanzo mi bolsillo y saco una ficha propia.
―Otro secreto: Comienza con dos de los grandes cuando juegues a las cartas. Tan pronto como ganes y si todavía tienes los dos grandes originales para jugar, enrólate en el siguiente partido, y no busques más si se han agotado. No
dejes que el juego juegue contigo.
―Me lo apropio. ―Asiente.
Le doy la ficha que saqué.
―Esta noche, guarda tres de los grandes. Dame esa de nuevo cuando todo termine.
―¿En serio?
―Sí.
―Joder, gracias.
―No me lo agradezcas, págamelo al final.
―Lo haré. Te lo prometo.
La habitación se llenó, y un hombre se encuentra en el centro de todo.
―Bienvenidos a Seed. Soy Scott, el dueño de este fino establecimiento.
Gracias a todos por ser parte de las festividades de esta noche. El juego es de cinco cartas. Todos conocen las reglas. La casa se quedará con el dos por ciento del dinero en efectivo en sus fichas al final de la noche. Mil dólares de entrada será el inicio de cada mano. Si pierden, se salen. Los nombres se dirán en un momento. Los primeros cuatro en la mesa uno, el segundo grupo de cuatro en la mesa dos, y así sucesivamente. Cada ronda terminará cuando haya un hombre sentado en cada mesa. Cada avance requiere un grande más para su aceptación.
Si quieren salir, pueden cambiar sus fichas cada vez que salgan. No importa para nosotros; todavía conseguiremos nuestros dos por ciento. Cuando estemos en la final de cuatro jugadores, jugarán en una mesa. Bueno suerte a todos.
El nombre de “As” aparece: Estoy en la mesa tres, mi favorita. Me siento y miro alrededor a mi equipo. Todos tienen hambre y son intensos. Todos son fáciles de leer.
Tengo este juego.
Timmons está en la mesa seis, y mi compañero Wheels está en la siete. No son una distracción, pero cuando el nombre de “Hard Knocks” es llamado a la mesa ocho, esa mierda me distrae. Miro hacia arriba para ver la parte posterior de una chica que lleva cabello hippie, media camisa, vaqueros, y botas negras de combate. No me quedo mirando, porque sé que la chica que dejé en casa está putamente en casa.
Entonces escucho a Monte reír, y miro hacia arriba de nuevo. Sigo sus ojos a la mesa ocho, y quien me está mirando es la puta aparición de Paula. Por lo menos me gustaría que lo fuera. Niego y empiezo a ponerme de pie, pero ella sacude la cabeza, y luego escucho al locutor llamar a Martin y a Lucas a la mesa diez. Me pregunto, ¿cómo demonios se les ocurrió entrar?
Miro para ver que ambos tienen sonrisas comemierda en sus rostros, pero los hijos de puta no me miran. Veo hacia Paula, y se muerde el labio para evitar sonreír.
Me doy la vuelta en la silla y quiero voltear mi maldita cabeza del fieltro verde, pero no lo hago.
Mis hermanos están aquí, así que sé que todo va a estar bien. A pesar de cómo vaya esta noche, sacaré a Paula de aquí con seguridad y luego la arrastraré de su puto cabello hippie a Detroit. La parte de eso que está meciendo mi mundo en este momento es que si no lo supiera ya, sabe ahora que si gana, pierde, o empata, es parte de una familia que la apoya.
Para la quinta ronda, mi mesa está limpia; tomé a todos los putos papas fritas. Nunca antes había sentido la emoción del juego en su totalidad o nada.
Pero ahora, con mi necesidad de mostrarle a una chica que puedo cuidar de ella, no solo puedo, sino que quiero hacerlo, ya siento la electricidad de las luces de Las Vegas en esteroides, y ni siquiera estoy en la Franja.
Cuando echo un vistazo hacia ella, veo que está matándolos, también. Mis hermanos están jugando a lo seguro, pero se sostienen solos. Mi hombre Wheels ahí la lleva, se ve como si estuviera en la parte superior del mundo,
recordándome a mí mismo cuando llegué por primera vez aquí.
Para la décima ronda, estoy esperando que mi mesa se llene de jugadores de nuevo.
Echo un vistazo alrededor y noto que hay, por lo menos, medio millón de dólares en fichas sobre las mesas.
Miro la pila de Monte, y tiene cien de los grandes. Sin embargo, mi chica de cabello hippie, mi pequeña mamá vagina de platino tiene el doble.
Mientras ambas de sus mesas se quedan limpias, miro a mis hermanos doblarse.
Ellos caminan junto a mí, y Lucas acaricia mi hombro.
―Estaremos afuera, hombre.
Monte los ve, y su rostro se endurece. Entonces le hago un guiño, y su cara se pone roja como una puta remolacha.
Finalmente quedamos las dos últimas mesas y Paula y Monte están jodidamente en la misma.
―Mátalo, pequeña mamá ―digo a través del cuarto, haciéndola reír.
―¿Podrías decirle al idiota de ahí que cierre la puta boca? ―se burla Monte.
―No es contra las reglas hablar, ¿verdad? ―pregunto al repartidor en mi mesa.
―No, señor. ―Trata de no reírse.
―Bien. ―Miro a través de la habitación―. Hola, nena. ―Paula mira hacia arriba y pone los ojos en blanco, lo que me excita―. Cuando sean solo tú y el tarado, asegúrate de posicionar las pilas de fichas como yo te las entregué, no
cómo él hizo.
―Tú, hijo de… ―Monte comienza a levantarse.
―Si sale de la mesa durante una partida, perderá ―advierte el repartidor en su mesa.
―¿Oíste, Monte? Cuando tome tu dinero, quiero haberlo ganado ―dice Paula.
―Puta mierda, nunca has ganado nada en tu vida ―le replica.
―Nena, tienes esto. Ahora consíguelo ―digo, mirando por encima del hombro hacia ella y haciéndole un guiño.
Ella sonríe.
―Lo moveré bien.
―Sabes que me estás poniendo duro aquí.
―Oh, Dios mío, ¿podrías callarte? ―dice ella, riendo en alto, libremente.
―Solo si me lo pides amablemente.
Su cara se vuelve de color rosa mientras mira hacia abajo y sacude la cabeza.
Soy el último hombre en mi mesa de nuevo. Tengo poco menos de doscientos de los grandes, y no puedo esperar para tomar el dinero de ese hijo de puta.
Me levanto y camino hasta el bar para conseguir una copa, mirando a las cuatro personas que todavía están en su mesa. Uno de ellos es un chico que habla como si fuera de Texas, con sombrero y botas de vaquero que parece que nunca han visto la tierra. Luego está mi chico Wheels, además de Monte y Paula.
El Tejano empuja todas sus fichas en medio, y los ojos de Paula se abren.
Luego los veo aclararse antes que trague con fuerza y muerda el interior de su labio. Eso dice.
Sabe que casi está allí. En la cama, es mi señal para ir más duro y tan profundo como pueda llevarme a empujar sobre el borde antes de que se venga.
Ella pone sus cartas boca abajo, después me mira mientras empuja todas sus fichas, y yo medio ajusto mi barbilla, apretando la mandíbula y la boca.
―Atractiva como la mierda.
Monte se dobla y se sienta.
La mano se juega, las cartas son volteadas, y mi chica tiene cuatro putos ases.
―Maldita sea, querida. ―La mandíbula del Tejano cae―. Acabas de llevarte todo mi dinero.
Ella sonríe.
―Gracias.
―Las gracias no son necesarias; es un juego. Te lo ganaste en buena ley. ―Se pone de pie y camina hacia la puerta mientras Paula mira sus fichas.
Se pone de pie.
―Me gustaría cambiarlas.
―¿Me estás jodiendo? El juego no ha terminado, Hard Knocks. La puta que me deje nunca volverá a caminar mientras todavía haya algo para ganar.
―¡Yo no tomaré más mierda de ti excepto los años y años de abuso mental, pedazo de mierda! ¿Qué te hice para merecer el tratamiento que me diste? Que hice…
Me acerco y tomo su mano.
―Vamos. No merece ni un segundo de tu tiempo, ni una puta palabra más de tus labios, de nada.
Mientras ella me está abrazando y llorando, el dueño del bar trae su dinero en efectivo.
―Trescientos cuarenta mil dólares para una chica que se llama a sí misma “Hard Knocks”. No creo que encajes más. Después de nuestro corte, tienes trescientos treinta y tres mil doscientos.
―Dale trescientos mil. ―Apunta hacia Monte―. Ahora, bastardo, ahora te pagué los siete años que piensas que te debo. Dime que tengo tu palabra de que tú y yo estamos a mano.
―¿Confías en su palabra? ―Me río.
―Sí. En los negocios, su palabra es buena. Monte, mírame y dime que mi deuda está pagada por completo.
―Todo está aquí. Estamos a mano. Ten una vida agradable con ese puto jugador. Te tendrá cómo alguien que eres más su tipo, y desearás estar calentando mi cama. Pero nunca más, puta. Cuando te deje por alguna perra que no sea tan baja de clase, tratarás de buscar la siguiente cama caliente…
―Nena, sal a la calle; mis hermanos te están esperando. Estaré fuera tan pronto como le dé una patada en el trasero.
Vacilante, Paula se va mientras paso a la siguiente ronda.
Me coloco en la mesa para jugar con Monte y Wheels.
―Si alguna vez la mira otra vez, te hundiré los putos ojos. Si hablas con ella de esa manera otra vez, perderás la lengua. Te pagó una deuda que era completa y absoluta mierda. Ahora déjala jodidamente sola.
―Tengo los recibos de todo lo pagado, así que no hay mierda involucrada. Ella nunca trabajó un día en su vida y tenía el mundo por las bolas…
―Entonces, la cagaste en todo y perdiste la única cosa que putamente importa, a tu familia. Algún día, tus pequeñas hojas de registro de entrada y de balance estarán desembolsadas, y nadie tendrá que lidiar con tu sentido trasero de nuevo. Entonces, ¿con qué te quedarás?
―Con quién, con Camila, por supuesto ―dice en tono malicioso.
―Mierda. Paula simplemente se asegu…
―Si quiere irse con mi hija, tiene que pagar la ficha de la niña, también. Si no es así, la veré en los tribunales.
―Eres un hijo de puta.
―La ficha de la niña no es tanta. Doscientos setenta y cinco mil es todo.
―Entonces voy a comprarte esa aquí, ahora mismo.
―No tienes las fichas, As.
―Voy a buscar el resto ―siseo, y comienzo a ponerme de pie.
―No, siéntate y gánatelo. Este será el último juego que tendremos nunca.
―No se trata del juego ya. Se trata de ganar todo.
Las apuestas nunca han sido mayores. Paula compró su salida, pero la pequeña todavía está en la mesa. Su hija es el premio, y Paula ni siquiera lo sabe.
Si tengo éxito, nunca tendrá que saber lo bajo que fue su ex realmente.
En la primera mano, el hijo de puta me dice que presumo, y pierdo todo.
¿Cómo? Jugué. No fui el juego; Camila lo fue.
Al levantarme para irme, Wheels me detiene.
―Hombre, sé que tienes dos grandes en tu bolsillo, así que juégatelos.
―No es mi forma de jugar.
―El juego es diferente ahora, ¿verdad? ―Está rogándome―. Hombre, no pierdas la esperanza.
Pongo mis fichas sobre la mesa y pierdo, pero también lo hace Monte. Si Wheels estuviera rodando, y en una situación donde no estuviera metiendo a su futuro hijo, habría hecho volteretas por él. Pero estaba jodido.
El repartidor me mira.
―¿Estás dentro o fuera?
―El idiota ya no tiene maldito dinero. ―Monte se ríe.
―Tengo una casa.
―Eres un cobarde ―se burla Monte―. No quiero tu casa. Quiero tu dinero y tu juego.
No le hago caso.
―¿Cuánto por la casa? ―pregunta Wheels, mirando su pila de fichas.
―Doscientos setenta y cinco mil dólares ―contesto sin vacilación.
―¿Cuánto vale?
―Trescientos cincuenta ―le digo.
Él mira hacia abajo. Monte se ve molesto.
―Amueblada, vale trescientos setenta y cinco, como mínimo. Está en una comunidad cerrada, y no debo nada de ella. Tú tampoco lo harás, Wheels…
―Me la llevo. ―Monte se ríe.
―Que te jodan ―siseo―. Tú no la mereces.
―¿Y él sí? No se merece una casa que pueda beneficiarlo con cien mil dólares. No eres un jugador ―escupe Monte.
―Cambió el juego. ―Mantengo mis ojos en Wheels.
―Trato ―dice.
―¿Trato? ―Levanto la ceja.
―Sí, hombre, trato. Espera, ofrece el auto.
―Wheels hombre, juro que me estás matando aquí. Te daré el mejor apartamento, pero el auto, es mío.
―Está bien. ―Se ríe―. Maldita sea. Maldita sea. ¡Maldita sea! ¿Cuándo puedo mudarme?
―Podemos ir a hacer la mierda legal mañana. ―Agarro mi teléfono del bolsillo y se lo entrego―. Envíate un texto para que tengamos la información de contacto del otro.
―¿Vas a darle el dinero en efectivo con su palabra? ―se burla Monte.
―Sí, lo haré.
Una vez que Wheels cobra y me da el dinero en efectivo, giro y se lo entrego a Monte.
―Si te acercas a ella o a la niña otra vez te mataré. Será más barato recibir un golpe que ser manipulado por ti otra vez.
El repartidor pregunta:
―¿Quién se apunta? ―Me doy la vuelta para salir. No importa nada más.
El juego ha terminado y gané todo.
Salgo, con Wheels siguiéndome, y veo a Paula caminar.
Estrecho la mano del chico, le doy la dirección, y le digo que se pase mañana para que podamos ir al abogado.
―¿Ganaste? ―me pregunta Lucas.
―La victoria más importante de mi vida. Vamos a comer algo. Después, los tres dormiremos un poco antes de volver a casa con esa chica.
―Vendrás, ¿verdad? ―pregunta Paula.
―Estaré un día detrás de ti. Conduciré a casa.
―¿Por qué?
―Porque no planeo venir de nuevo aquí en corto plazo.
―¿Estás seguro? ―pregunta Martin.
―Como dije, gané el premio gordo hoy. Tengo lo que necesito de Las Vegas. Ahora todo lo que quiero es volver a Rock City con mi familia. ―Una tranquilidad me recorre―. Pero primero, ¿qué diablos estaban pensando ustedes dos al traerla aquí?
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