HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS

LENGUAJE ADULTO

lunes, 10 de octubre de 2016

CAPITULO 9 (TERCERA HISTORIA)




Toque malo. Toque malo. Eso es todo en lo que puedo pensar mientras cada golpe llega.


Han pasado tres semanas desde que escapé y vi a Pedro pelear y mi mente se ha descontrolado desde esa noche.


Cada vez que toco mis labios, siento el fantasma de los suyos. Mi primer beso. He leído acerca de ellos, soñado con el día en que mi príncipe venga y me salve, pero mi realidad está muy lejos de un libro. La primera persona que alguna
vez se preocupó por mi bienestar también pasa a ser un hombre que pelea para ganar dinero. Sin embargo, dice que anhela el toque bueno.


Bueno, yo también, Pedro Alfonso. Yo también.


He estado tan ocupada hoy, que olvidé las píldoras que hacen dormir a padre. Estuve apurada con la cena de esta noche. Las tareas escolares o las necesidades del edificio tenían que ser atendidas primero. Esta noche, me prometo.


Enfrentaré mis miedos y esta noche encontraré una salida. 


Si puedo moverme cuando él haya terminado, claro.


―Se siente bien golpearte como la mierda ―farfulla padre mientras permanezco agazapada en un rincón de nuestra sala de estar―. ¡Niña desobediente! Las tareas no son difíciles: limpiar, cocinar y quedarte fuera del camino.


―Padre, dos apartamentos tenían fugas y no podía encontrarte puesto que no tenemos teléfono. Tenía que hacer algo ―me quejo, con la esperanza de que entre
en razón.


Salí de nuestro apartamento para ayudar a nuestros inquilinos, que se quejaban de una fuga de agua en sus armarios. Esto significaba ir a los apartamentos de encima de los dos con daños para tratar de determinar de dónde
procedía la fuga. Ya que ciertamente no soy fontanero, rompí varias reglas hoy cuando, primero, salí del apartamento y, segundo, usé su ordenador para algo más que tarea escolar. 


Sólo se me permite utilizarlo cuando él está en casa y es algo relacionado con la escuela. Sólo me permite este privilegio porque es una ley que asista a alguna escuela aquí en Estados Unidos. Si no completo el plan de estudios de educación en casa en línea y paso, dice que el gobierno me enviará de regreso a la Madre Rusia. Todo termina siempre con la amenaza de acabar en nuestra patria, la que ni siquiera puedo recordar.


―Joder, nunca me repliques de nuevo, ¿me oyes? ¡Me has costado dinero! Eres como todos los otros perdedores estadounidenses ―ruge, su mano bajando a la cima de mi cabeza.


Al menos tengo un pequeño respiro en esta pesadilla. El alcohol lo ha hecho descuidado esta noche. Los golpes vienen, pero no parecen atinar a su objetivo y el impacto es menor del habitual. Sólo puedo esperar que haya bebido durante todo el día y pronto se agote y se desmaye.


―Lo siento ―susurro justo antes de que un golpe fuerte y rápido vaya a mi rostro. Mi nariz chorrea sangre mientras mi mejilla quema―. Mamá ―grito instintivamente, incapaz de permanecer en silencio. Sé que esta es su forma de
disciplina, a la vieja manera de “los niños deben portarse bien y estar callados”.


Ayudar a nuestros inquilinos debilita su posición y lo sé, pero nadie lo entiende.


Los inquilinos quieren cosas y pensé que podría ayudar. Él está a cargo. Es la figura de poder. Hice mal en intervenir.


―¡Oh, tu mamá no puede ayudarte, niña! Está muerta, ya ves ―farfulla y sus palabras hacen que mi mente se vuelva loca. Se ríe cuando lo miro―. Pau, niña tonta, es por eso que nos fuimos de Rusia. Todos estos años, me salí con la mía. Tu mamá no te puede salvar. Por mucho que lo intentó, falló.


―¿Qué? ―pregunto, la palabra sale antes de que pueda evitarlo. Padre la mató, ¿esa es su insinuación?


El humor baila en sus ebrios ojos. Encuentra divertido mi dolor.


―No dejabas de llorar. Una y otra vez, le dije que te callara, pero no lo hizo. Cuando te puso en la cuna, lo hiciste más fuerte y, por cada grito que dabas, ella pagaba el precio.


Jadeo con su admisión, conmocionada y con el odio creciendo dentro de mí.


Soy la razón por la que ella no está. Mi madre pagó el precio más alto por amarme y protegerme. La angustia me invade y hace retroceder mis emociones mientras el miedo se apodera de nuevo.


Se tambalea frente a mí mientras me preparo para que me golpee de nuevo.


Sólo que no lo hace.


En cambio, se agacha frente a mí, toma mi barbilla y me obliga a mirarlo. El olor a alcohol saliendo de su aliento hace que mi estómago se revuelva.


―Ella está muerta, Pau, y todo es por tu culpa. Se golpeó la cabeza con la esquina de tu cuna mientras caía.


Las lágrimas llenan mis ojos. Ella estaba tratando de protegerme, de calmarme.


―Una vez que cayó al suelo, te quedaste dormida. Esperé y esperé a que ella despertara. ―Sus ojos miran hacia otro lado como si estuviera pensando en aquel mismo momento. Quiero correr, quiero llorar, quiero gritar y quiero lastimarlo. Su tono va de distante a afilado con ira―. No lo hizo, pero tú sí. Luego nos fuimos. Así que grita por tu mamá todo lo que quieras. No pudo salvarte entonces y no lo hará ahora.


Antes de que pueda reaccionar, moverme, bloquearlo o incluso pensar en su siguiente movimiento, su revés golpea mi rostro. Me desplomo en la pared mientras veo estrellas bailando detrás de mis párpados.


―Eres mía ―ruge mientras se queda de pie por encima de mí―. Nadie te puede salvar de mí. ―Su puño golpea mi sien y la oscuridad me envuelve.


No sé cuánto tiempo pasa antes de que los sonidos floten a mi alrededor mientras intento recuperar la conciencia. El golpeteo en mi cabeza no me impide sentir los golpes que está dando a mi cuerpo.


―Carne de mi carne ―corea, pegándome con el puño mientras yazco desplomada―. Sangre de mi sangre. Todo estuvo bien hasta que llegaste. Ella quería un bebé. Le di a ti y me la quitaste, así que te la robé. ―Las palabras se
juntan mientras se balancea de manera descuidada, golpeando el suelo en lugar de a mí.


Lucho por respirar y permanecer despierta. Mi madre se ha ido. No hay ningún otro pedazo de mí en este mundo, excepto el monstruo sobre mí.


Como con cada golpe que llega, sólo puedo esperar que sea el último.


¿Es así como se sintió mi madre al final? Prefiero morir que continuar viviendo de esta manera. El siguiente golpe viene con tanta fuerza que mi cabeza rebota en el suelo e impacta de nuevo cuando el dolor irradia hacia mi cuello.


Dame el golpe de muerte, pienso. Sácame de este mundo. 


Uno sólo puede soñar, es mi último pensamiento mientras recibo un golpe en la cabeza que me envía de nuevo a la oscuridad.


Luchar o huir es lo primero que pienso cuando vuelvo en mí. 


El apartamento está oscuro ahora, ya que es tarde en la noche. Parpadeo, tratando de permitir que mis ojos se acostumbren mientras mi cabeza palpita con severo dolor. 


Alzo mi mano hasta encontrar mi rostro cubierto de sangre seca. Cada respiración duele; cada músculo también.


Mientras intento recuperarme, mis ojos se enfocan y delante de mí está el monstruo que se llevó a mi madre, el monstruo que me ha torturado desde el día en que nací. Está roncando fuerte en el suelo enfrente de mí.


F-U-E-R-A, fuera.


Esta es mi posibilidad, mi oportunidad. ¿Pelear o huir?, resuena en mi cabeza herida.


¡Huir!, gritan mis instintos. Vete antes de que despierte y te mate como a mamá.


El temor de quedarme, de lo que es realmente capaz de hacer, finalmente supera el miedo a lo desconocido. Me ha retenido todos estos años, amenazándome con un lugar que no puedo recordar. No tenemos ninguna familia, al menos que yo sepa. Ciertamente a alguien le hubiera importado, ¿verdad? Él mató a mi madre. Accidente o no, ella murió por su mano. Nada puede detenerlo de matarme en caso de que llegue demasiado lejos. Tengo que salir de aquí... y rápido.


Me levanto, luchando contra el impulso de salir corriendo. No lo puedo despertar, o nunca me iré, y no voy a morir por su mano como lo hizo mi madre.


Me niego.


Cuando todo lo demás falla, las calles tienen que ser más seguras que quedarme aquí. Si se acuerda de lo que me dijo, estaré muerta con seguridad.


¡Pelear o huir, Paula! No me queda fuerza para luchar.


Rápidamente pero en silencio, tomo mis tesoros ocultos junto con el dinero que he ahorrado de los regalos de Pedro


Han estado escondidos todo este tiempo de padre, por lo que están todos juntos, haciendo esto mucho más rápido para mí de lo que creía posible.


Pedro Alfonso. Al mismo tiempo que me asusta, también parece ser mi única esperanza. Pelea por dinero, no por venganza... ahí radica la diferencia.


Tiro de la muy gastada tarjeta de visita de los zapatos que me dio, antes de ponérmelos. Pedro Alfonso.


Mi mente se acelera mientras paso sobre el cuerpo desmayado de mi padre.


Por favor, no despiertes. Por favor, no despiertes.


Pedro Alfonso.


Centro mi mente en mi fuga. Nadie más ha intervenido. A nadie más pareció importarle. Han escuchado los ruidos, han visto las marcas y, sin embargo, sólo una persona intervino una vez.


Pedro Alfonso.


Paso los dedos sobre el papel hecho jirones de la tarjeta de visita. Es hora de encontrar mi camino a Alfonso’s.


Puedo hacer esto. No tengo otra opción. Sé fuerte, Paula. 


Sé fuerte.





CAPITULO 8 (TERCERA HISTORIA)





Veo la cinta verde en mi periferia, y luego se ha ido.


Putamente ridículo. Soy absolutamente ridículo. Esa chica es una chica, y ella ni siquiera está realmente aquí, sin embargo, estoy convenciéndome de que la vi. Mierda absoluta.


―¡Lo hiciste, hombre! ―Mis hermanos están a mi lado, sosteniendo mis brazos en el aire cuando el locutor le dice al público lo que ya sé, que soy el puto campeón.


Miro hacia Cobra, que todavía está acostado allí, pero ahora está rodeado de sus malditos matones. Pruebo la acumulación de sangre en mi boca y la escupo, asegurándome de que aterrice en la cabeza del hijo de puta.


―Será mejor que vigiles tu espalda, Alfonso ―me gruñe la mano derecha de Cobra, Tins.


Yo reboto un poco, tratando de deshacerme de la sobreabundancia de energía post-pelea, de lo alto, del pico.


―Tu hombre debería haber vigilado su frente ―escupo de regreso, esta vez escupiendo sangre a los pies de Tins.


Él se pone de pie.


―Pedazo de mierda de los bajos fondos. ―Hace señas con las manos y apunta a mi pecho―. Camina, hombre. Pasa de una puta vez. Tengo una derecha para ti también.


―Mierda. Vamos a salir de aquí. ―Escucho gemir a Martin hacia Gabriel.


―¿Sacarme de aquí? ¡Soy el puto campeón! ―le digo, todavía rebotando de mi pico.


―Vamos, campeón. ―El viejo Salvador me golpea en la espalda―. Vamos a conseguir que te paguen.


―Que nos paguen. ―Asiento―. Es algo grande, Salvador.


―Sé que lo es, Pedro. Sé que lo es.


Martin recibe una llamada mientras Salvador y yo estamos a la espera del hombre del dinero.


―Vamos. ―Señalo mientras me pongo un pantalón de chándal gris―. Estaremos bien. Ambos.


―Adelante ―dice Salvador―. Vuelve a ese bar tuyo y prepárate para una buena noche. Vamos a llevar a una multitud con nosotros. Tengo a siete de mis chicos del
gimnasio aquí. Nada va a pasar, excepto que a nuestro chico le van a pagar, y luego, si la suerte está de tu lado, el campeón tendrá un acostón, soltará un poco de vapor, y estara en Alfonso’s.


―¿Vendrás también? ―pregunta Martin, agarrando el hombro de Salvador.


―¿Tú invitas?


―Sí. ―Martin se ríe y le da un medio abrazo, luego me señala―. Me hiciste sentir orgulloso esta noche.


―Nos has hecho sentir orgullosos a ambos y nos hiciste ganar algo de dinero, también. ―Gabriel me da un golpe con el puño.


Asiento, después tiro mi sudadera por encima de mi cabeza mientras un par de chicos se acercan y les dan a mis hermanos los sobres con sus ganancias.


He estado esperando este día durante mucho maldito tiempo. Aposté cinco de los grandes al más débil, ¿y quién creen que ganó?


―Voy a correr a casa y a ducharme ―le digo a Salvador, entregándole un sobre después de que el hombre del dinero viene hacia mí.


Él sostiene su mano arriba, lo que me sorprende.


―Te he dicho cada vez que no quiero tu maldito dinero. Quiero una victoria.


―Ha pasado un tiempo desde que discutimos sobre dinero. Permíteme recordarte, lo que te digo cada vez, que dejaré de venir si no lo tomas. ―Le doy palmaditas en la espalda y empujo el sobre en su mano―. Vamos.


Agarro mi casco Tahoe de Salvador, después de haberlo dejado allí para que nadie la agarrara contra él durante la pelea, y entonces camino por el callejón hasta donde estacioné mi moto.


Ella y yo tenemos una historia. Se necesitaron dos años para que la reparara y tenerla funcionando de la manera que debiera. No hicimos uso de piezas de recambio. Cavamos a través de depósitos de chatarra y recorrimos sitios de salvamento para traerla de vuelta a su gloria original. La Harley Davidson FLH Shovelhead especial negra y roja de 1974. Bien, en realidad no es especial, excepto para mí.


Me subo y estoy a punto de girar la llave cuando veo que algo se mueve detrás del contenedor de basura. Dejo caer el casco en el asiento, y luego camino tranquilamente hacia el lugar desde donde vino el movimiento.


―Si quieres problemas, él está aquí. Cara a cara, marica.


Nada.


Me acerco y llego a ciegas a la esquina y agarro lo que supongo es una escoria de Cobra.


―No me golpees ―sale la declaración como un gemido.


―Entonces saca tu trasero de aquí. ―Medio lo arrastro bajo la luz y tiro de la capucha de su cabeza―. ¿Qué demonios? ―le digo, sorprendido cuando veo el objeto de cada una de mis putas fantasías―. ¿Paula?


―¡Suéltame! ―dice con un pequeño siseo detrás de sus palabras.


Lentamente, suelto su brazo y levanto las manos en el aire.


―No sabía quién eras.


Ella empieza a moverse hacia la izquierda para rodearme, así que doy un paso adelante. Su espalda pega contra la pared de ladrillo del edificio, y descanso mi mano sobre ella, al lado de su cabeza.


―¿Estás bien? Él no te ha hecho daño otra vez, ¿verdad?


Cuando se mueve hacia la derecha, el instinto entra en acción, y mi otra mano va al otro lado de ella, enjaulándola. 


Sus ojos se mueven por todas partes, en busca de escape, y luego la respuesta de huida que conozco tan bien se convierte en nada.


Su cabeza cuelga hacia abajo, y no dice nada.


―¿Te lastimó de nuevo?


Ella mira hacia arriba, la ira está representada en sus ojos.


―Eres un hombre malo.


Sus palabras me sorprenden.


―¿Perdón?


―Y me engañaste. Pensé que eras bueno. No lo eres. Eres como él. Eres un hombre malo ―dice, ahora al borde de las lágrimas.


―Nunca he lastimado a nadie.


―Le hiciste daño, lo noqueaste. Eres igual a él. ―Su voz es de dolor, y casi está temblando.


Siento una abrumadora necesidad de darle explicaciones para calmarla. Eso me enoja. No soy como él.


―Así es como gano dinero. ―Niego―. Una vez más, nunca lastimaría a nadie porque caga y se ríe o porque fuera un borracho malo o porque quisiera una excusa para usar como bolsa de boxeo a un ser humano.


―Nunca está bien poner tus manos sobre alguien ―dice, tratando de sonar valiente.


―Escúchame y escúchame bien, pequeña. Sé lo que se siente ser golpeado. Mi viejo se parece mucho al tuyo. No soy, ni jamás seré, de esa manera. ―Retrocedo y cruzo los brazos, tratando de calmar mi frustración.


―No pongas tus manos en...


Todavía alto con la adrenalina, el triunfo, y ahora el deseo corriendo por mi sangre, extiendo la mano y toco su mejilla. 


Ella se tensa al principio, pero luego paso mi pulgar a través de la cicatriz, y cierra los ojos, excitándome más.


―Hay buenos toques y malos toques ―le digo.


Ella se inclina a mi mano un poco.


―Este es un buen toque, Paula. ¿Puedes sentir lo bueno que es?


Ella asiente lentamente dos veces.


―Esa es una buena chica. ―Siento que mi pene crece dentro de mi pantalón, y me inclino hacia delante, después pongo mis labios en su otra mejilla y la beso mientras le susurro―: Este es un buen toque.


Cuando vuelve la cabeza para mirarme, las comisuras de sus labios se conectan con los míos, y gimo.


―Esto es realmente un buen toque.


Sus labios se juntan y presionan contra los míos, y necesito toda la fuerza que tengo para tirar hacia atrás.


―¿Te lastimó de nuevo, pequeña?


―No soy pequeña. ―Está enojada de nuevo, pero también lo estoy yo, conmigo mismo.


―Eres menor de edad. Si no fuera así, ese beso se habría convertido en un toque inolvidable.


―Te gusta golpear a la gente. Lo vi.


―Peleo por dinero, pequeña, pero no estoy en el mal toque. ―El dolor profundo dentro de mí, el que está quemando mis bolas, junto con la alta necesidad de conquistar, es casi imparable.


Me inclino para acariciar su cuello. Entonces raspo mis dientes suavemente sobre su piel, usando cada gramo de restricción que tengo para no hundirlos en ella, para consumirla, luchando contra lo imparable que quiero tomar a esta pequeña contra la pared de mierda.


―Me encanta el buen toque.


Ella gime, su cara se presiona contra la mía.


―¿El trofeo de esta noche, Hittaker? ―Me tambaleo hacia atrás cuando escucho esa voz―. Disfrútalo. En tres semanas, ella va a estar en mi pene, y el título estará de nuevo en mis manos a menos que seas demasiado cobarde.


Me vuelvo, sujetándola en su lugar detrás de mí, protegiéndola, acaparándola. Joder, quiero reclamarla, pero no es mía para reclamar; no es de nadie. Tiene malditos diecisiete.


―Empuja tu pene hacia atrás entre tus piernas, Cobra. Perdiste, así que aléjate ―gruño mientras doy un paso atrás, asegurándome que ella esté a salvo entre la pared y yo, asegurándome que no la vea.


―Dame tu palabra, Alfonso, y me iré.


―No retrocedo de una pelea, pero no te daré una mierda. Haz que tus perras se pongan en contacto con Salvador, y estaré ahí.


―Si no es lo suficientemente hombre para dártelo bien, ángel, yo te lo daré ―le dice Cobra, mientras se aleja.


Una vez que está fuera de la vista, agarro su mano.


―Necesito llevarte a un lugar seguro.


Ella se ve confundida.


―¿Estás lista para hablar con los policías ahora?


Ella niega y se aleja, pero tomo su brazo.


―No estás más segura contra la escoria que cuelga alrededor aquí que con él, pequeña.


―Tengo que ir a casa.


―¿Cómo se supone que voy a dejar que eso ocurra? No puedo dejar que te siga golpeando como la mierda.


―Él ya no me pega tanto como antes. Lo tengo todo bajo control.


―¿Qué quieres decir? ―Todavía veo marcas.


―Él duerme, y puedo respirar. ―Trata de pasar delante de mí otra vez, y otra vez agarro su brazo.


―Tienes que salir como la mierda de allí. Prometo que me aseguraré de que se ocupen de ti.


―Tú has estado cuidando de mí.


La forma en que lo dice me confunde.


―No creo que sea suficiente.


―Las cosas que me dejas... han cambiado mi vida. Él come; yo duermo. Pero tengo que irme. ―Me sorprende estirándose y besándome rápidamente―. Gracias por todo lo que has hecho por mí. Hasta ahora, a nadie le importé.


―Eso no es cierto. No dejaste que a alguien le importara. ―No quiero que piense que soy un puto héroe. Ese nunca es la forma en que quiero ser visto por una chica con la que quiero estar.


―Me tengo que ir. ―Vacila, y luego sus facciones se llenan de determinación―. Ahora.


La agarro de la mano y tiro de ella hacia mi moto. Entonces pongo el casco en ella, mientras está allí, dándome esos ojos soñadores.


Debo decirle que lo que ve no es lo que soy, pero carajos si no acabo de convencerla de que no era un abusador también.


―Voy a llevarte hasta allí. ―Me subo a horcajadas sobre mi moto―. Sube y ten paciencia.


Ella sigue mi orden, y enciendo la moto, después acelero el motor y le meto un poco de gasolina. Mientras Paula se aferra con más fuerza, salgo rápido.


Mientras tomo el largo camino a su casa, a su prisión, a su infierno, su cuerpo se envuelve alrededor de mí de forma segura. Si desmontara en este momento, sé que todavía se quedaría unida a mí.


La dejo a una cuadra de distancia, para no despertar al bastardo cuya vida terminaré si me da la oportunidad de nuevo.


Ella se baja, y yo también lo hago para ayudarla con el casco.


―¿Sabes cómo llamar al 911?


Ella niega.


―No tenemos teléfono.


―Mierda ―espeto mientras paso mis dedos pasan por mi cabello―. Tendrás uno.


Se ve confundida mientras se aleja.


Se detiene justo antes de cruzar la carretera hacia la puta cucaracha de hotel.


―Gracias.