HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS

LENGUAJE ADULTO

sábado, 8 de octubre de 2016

CAPITULO 3 (TERCERA HISTORIA)





En la oscuridad de la noche, la observo desde el callejón al lado de mi antiguo edificio como un depredador vigilando a su presa. La chica que no presentó cargos ni salió del abusivo agujero de mierda de su padre.


La chica que no deja ese infestado hoyo de cucarachas de escoria o al hombre del que fui testigo tiene una raíz salvaje, abusando de su embriaguez. El hombre podría no haber dejado de golpearla. Podría incluso haberla matado ese día, si no hubiera reventado la puerta.


Le hacía hervir la sangre. Ella se merecía algo mejor. Todos los seres humanos se merecían algo mejor. Algunos simplemente no lo sabían, y Paulaa era una de esas personas.


Desde fuera, puedo oír al borracho, hablándole de forma vulgar. También oía la forma en que se disculpaba una y otra vez. Lo que no oigo es su puño, el golpe de un cinturón, o los gritos de dolor que a veces me despertaban en la oscuridad de la noche, después de que trabajé en el bar Alfonso’s o bebido lo suficiente como para pasar la mierda, así no estaría tan tentado a precipitarme hacia la chica
y llevármela, colocándola en algún lugar seguro.


Venir aquí por la noche era una mala idea. Por lo general estoy tranquilo por una pelea subterránea o un día de aporrear la bolsa de boxeo en Chaps. Muchas veces tengo que golpear algo para evitar reventar en ese infierno.


Inicié de inmediato mi obsesión por la pequeña pálida, chica de cabello oscuro. Ella es mi sorbos de café de la mañana, mi carrera por la mañana, mi viaje por la mañana a la tienda de nutrición.


La veo colgar la ropa en el ruinoso balcón de su apartamento del segundo piso. Cada día, como un reloj a las siete de la mañana, cuelga ropa interior blanca de hombre, camisetas, pantalones Dickies, los verdes del portero que solía llevar a
la escuela, y sus pequeñas, delgadas, ropas descoloridas.


Espero mientras entra, sabiendo que sacará la primera de cuatro alfombras y las golpeará en las agrietadas escaleras con una escoba. Son más grandes que ella.


Infiernos, todo es más grande que ella. Independientemente, cada día, las arrastra afuera y luego las mete.


He tratado de medir cuando su padre se va, estimando su horario. Sin embargo, el puto pedazo de mierda al que llama otetz “padre” en ruso, no tiene un horario.


No es difícil entenderlo, sin embargo. Puedo decirlo por la forma en que se encoge cuando habla con ella sobre el tipo de noche que tuvo. Cuando ella se encoge o salta con su voz, mi sangre hierve. Se hace tarde en la mañana esos días.


Sólo puedo imaginar cómo la golpeó, le pegó, la lastimó.


Fui a Johnny, exigiendo que hiciera algo. Me dijo que lo dejara. Dijo que hizo lo que pudo, pero que ella se negó a cooperar. También explicó que no habla ni entiende mucho inglés. Servicios sociales le dará seguimiento, pero teníamos que ser realistas con sus casos. Podría ser legal antes de que lleguen a ella.


Durante las tardes, miro desde el restaurante cruzando la calle, y, bueno, ahí es cuando supe que Johnny estaba mintiendo. ¿Cómo lo supe? Ella me habló en perfecto inglés esa noche. Además, leía libros, libros viejos, los mismos una y otra vez. Traté de averiguar por qué no acababa por obtener otros nuevos de la biblioteca, por qué los leía una y otra vez, pero rápidamente llegué a darme cuenta que no asistía a la escuela.


Quiero saber de qué son los libros, sin embargo, estoy presionando simplemente mi suerte al estar cerca de esta parte de la ciudad cada día, y con binoculares o caminando lo suficientemente cerca para ver que es una mala decisión de mi lado.


Fui a Johnny con eso, también. Me dijo que estaba siendo educada en casa.


Hacía exámenes y los enviaba por correo, y siempre los pasaba.


Se molestó cuando puse en duda sus habilidades de policía. 


¿Cómo diablos no está al tanto de que puede hablar inglés si saca sobresaliente en las pruebas?


Simplemente me dijo, que si el anciano me veía, si me atrapaban, estaría violando la orden de restricción, y no tendría más remedio que encerrarme...otra vez.


Una vez, la observé mientras se sentaba y leía en el porche, con mi plan en marcha. Una mujer mayor que vivía en uno de los apartamentos de la planta baja subió los escalones y le entregó una bolsa. Paula levantó la mano y sacudió la
cabeza, dándole una dulce sonrisa. La mujer tomó su mano y se la apretó alrededor de la bolsa, después entró por su puerta.


Vi que Paula abría la bolsa con cautela. Entonces su cara casi se partió en dos cuando vio el contenido.


Pasteles. Eran pasteles.


Miró a su alrededor como si estuviera en problemas si alguien la veía.


Cuando se sintió segura, sacó uno y se lo comió, uno después del otro. Una vez que terminó, se puso de pie, arrugó la bolsa, y luego, sin demora, la tiró en el cubo de basura en el callejón.


Después de eso, le traje más. Cuando la anciana no andaba por ahí, me colaba en el balcón y esperaba, deseando que su viejo no encontrara el escondite secreto.


Me tomó un par de veces darme cuenta que no quería que su padre lo supiera.


También me di cuenta que debía estar medio muerta de hambre.


Por cinco meses, por cinco putos meses, dejé una bolsa cada semana, a veces dos. Una caja de donas, algo de fruta fresca, libros, una botella de vitaminas, un botiquín de primeros auxilios, e incluso algo de dinero de vez en cuando.


Una vez, envolví una puta cinta verde alrededor de una bolsa, y a partir de ese día, ahora la lleva en el cabello, envuelta alrededor de su muñeca o en bucle en su cinturón. 


Entonces dejé una segunda cinta, y ella la utilizó como cinta de zapatos.


Después, le compré unos tenis. Nunca vi que los usara, sin embargo.


Supongo que no le gustaron. Como resultado, la semana siguiente, le dejé zapatillas, del tipo que pudiera usar en interiores y exteriores. Supongo que tenía mal gusto con los zapatos porque nunca los usó, tampoco. Continuaba llevando el reventado par de tenis con la cinta verde... cada puto...día.


Lo que le había gustado eran los libros. La sonrisa que se formaba en su cara cuando encontraba uno me hacía algo. 


Podía no saber de dónde venían los libros, pero yo sí. 


Aquellas sonrisas estaban, sin duda, destinadas al pequeño escape de lectura, pero eran causadas por mí. Por lo tanto, eran todas mías.


Cuando era más joven, mamá solía leernos. No viajábamos mucho, diablos, no viajábamos en absoluto, pero nos escapábamos a través de los momentos más difíciles con los libros e historias compartidas por mamá, historias de caballeros galantes, cazadores de dragones, piratas, ladrones que robaban a los ricos para dárselo a los pobres, y príncipes que salvaban a las princesas de las torres en las
que estaban prisioneras.


Paula es una princesa; no hay duda en mi mente. Es inteligente. Al parecer, incluso tiene resultados de exámenes para probarlo. Después de todo, no hay manera en el infierno que ese hijo de puta de su padre esté haciendo sus cursos de correspondencia por ella. El pedazo de mierda ni siquiera podía formar una frase completa. Ella es muy trabajadora y se enorgullece de lo poco que tiene. Es bella en la forma más natural en que una mujer puede serlo. Sin cara pintada, sin mejoras quirúrgicas que pudieran rivalizar con la belleza que Dios le dio anteriormente.


Lleva sus cicatrices como joyas. Tan enfermo como suena para mí, esas cosas la hacen aún más hermosa. Es tan malditamente hermosa que tengo que recordarme una y otra vez que solo tiene diecisiete años, ni siquiera es legal. Mi pene, obviamente, da menos de una cogida sobre eso.


Paula tiene algo, una cosa que los piratas, los ladrones y los hijos de puta abusivos nunca podrían alejar: esperanza. La veo en ella todos los días. Es un aspecto inconfundible. 


Tienes que haber sido un desastre en un momento dado en
tu vida con el fin de reconocerlo. Yo lo tuve, y eso jodidamente se mete conmigo. Y está malditamente mal conmigo.





2 comentarios:

  1. Ya me atrapó esta historia! Pobre Pau! Que triste su vida. Me encanta que Pedro quiera salvarla!

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  2. Wowwwwwwwwwwww, qué fuerte empezó esta historia. Ya me atrapó.

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