HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS

LENGUAJE ADULTO

jueves, 22 de septiembre de 2016

CAPITULO 31 (PRIMERA HISTORIA)





Soy una persona mañanera. Aunque he trabajado la mayor parte de mi vida hasta la hora de dormir, me gusta la tranquilidad de la mañana.


Estamos conduciendo hasta el hospital en un día hermoso, el sol de California brilla radiantemente. La tristeza todavía envuelve a Pau. Puede que ella no lo sepa ahora, pero entiendo lo importante que será esto para nuestro futuro.


Cuando nos detenemos frente al estacionamiento, tiene la mirada baja y juega con sus manos.


—Pau, mira hacia arriba y por la ventana. —Lo hace y asiente mientras se muerde la uña del dedo—. El sol está brillando. El cielo no se ha caído. El mundo todavía está bien. Mostraste tu fuerza al venir aquí. Estoy orgulloso de ti.


Se encoge de hombros y luego fuerza una sonrisa.


—Gracias.


—¿Por qué?


—Por estar aquí, porque te preocupas lo suficiente por mí para…


—Sí, bueno, haces imposible no hacerlo. —Entrelazo mis dedos con los suyos y beso sus nudillos.


—Así que, ¿pensaste que conocerías a mi padre tan pronto? —Trata de bromear.


—Nop. —Sonrío.


—Dime algo incómodo sobre ti. Tal vez esto se sentirá menos... bueno, incómodo.


—Mis padres nunca se casaron.


—Los míos tampoco.


—Llevo el apellido de mi madre y rezo por su corazón.


Me mira y sonríe.


—Si el suyo es bueno, tienes el tuyo por ella.


Asiento.


—El suyo era algo, eso es seguro.


—¿No te gustan tus padres?


—No me gusta mi papá. —Abro la puerta para evitar la torpe charla sobre la madre muerta mientras su padre está luchando por vivir. Le abro su puerta—. Vamos a enfrentar esto, ¿de acuerdo?


Sostiene mi mano con fuerza y prácticamente se funde conmigo mientras caminamos hacia la entrada del hospital. 


Miramos el letrero y tomamos el ascensor hasta el séptimo piso, donde está Unidad Coronaria. Nos dirigimos al mostrador y pregunta por la habitación de su padre. La enfermera informa que sólo se permite la familia inmediata.


Le dice a la enfermera que es su hija y entonces asiente antes de mirarme. Se fija en los tatuajes que asoman por mis mangas, y no me importa una mierda.


—Su marido —digo antes de que pregunte quién soy.


Cuando pasamos, Pau me mira.


Le guiño un ojo.


—No quería que tuvieras que hacer esto sola.


Nos detenemos en la estación de otra enfermera y Pau encuentra su voz. Le pregunta acerca de su padre y la enfermera le dice lo mismo que la anterior.


Cuando finalmente entramos a su habitación, está dormido. 


Retiro una silla y le hago señas para que se siente mientras me quedo detrás de ella.


Cuando fui a recoger el otro día a Pau al hospital para almorzar, fue la primera vez que estuve en uno desde que mamá falleció. Fue diferente. No me encontraba en una habitación viendo a alguien luchando por su vida, y no estaba enfrentando el maldito pitido universal sonando de esas malditas máquinas. Esta vez, no puedo escapar de todo eso.


El olor estéril asalta mi nariz. Las paredes blancas ocupan mi visión. El ajetreo y el bullicio de las enfermeras esperando por la siguiente llamada me pone en el borde. Hoy es diferente.


Si Pau no me importara, no estaría aquí. Quiero ser fuerte por ella. Seré fuerte por ella. Soy fuerte por ella.


Los ojos de su papá se abren y me doy cuenta de que la parte izquierda de su rostro está algo caído. Sonríe, pero sólo la parte derecha de sus labios sube. Por último, las lágrimas comienzan a fluir, y es cuando ambos lados de él parecen funcionar.


—Hola, papá—dice Pau con una voz de niña pequeña.


—Pa-ul-a… —Cierra los ojos y niega un poco.


—Está bien. —Se levanta para sostener su mano.


Tomo nota que no se ha frotado el culo ni una vez, y estoy muy contento.


—Brian —farfulla y el cuerpo de Pau se tensa visiblemente—. Debería. Haberlo. Detenido…


—¿Lo sabías? —pregunta ella con voz chillona.


—Él. Terapia. —Asiente.


—¿Se lo dijo a un terapeuta?


—A uno famil… —Se frustra porque no puede hablar—. Lo. Siento. —Ella asiente mientras pasa su mano por debajo de su nariz—. Él lo sie…—trata de decir.


Mi sangre empieza a hervir. ¿Cómo podía saberlo su papá y no haber intervenido?


—¿Cuándo? —La voz de Pau es más fuerte ahora.


—Dos años. —Cierra los ojos.


—Lo has sabido desde hace dos años y nunca… —Se detiene cuando pongo mi mano sobre su hombro.


—¿Tú? —me pregunta.


—Soy el hombre de Paula. —No iba a decir novio, pero quiero que sepa lo que es un hombre. Estoy tratando de calmarla mientras peleo como un hijo de puta para no decirle que no es un hombre. Un hombre interviene para proteger a su mujer y a sus hijos.


—Pedro Alfonso, este es mi padre, Dario Chaves.


Asiento, y él lo intenta también.


—Tienes una chica increíble aquí. Fuerte, inteligente y trabajadora.


—¿Trabajo? —gruñe.


—Es dueño de un bar —contesta ella—. En Detroit.


—Así es como nos conocimos —digo—. Pau solicitó un puesto cuando estaba caminando en el frío polar porque su auto se averió. Como dije, es trabajadora. No espera algo de la nada y no tomaría la mano de nadie si se la ofrecieran.


—Buena. Chica.


—Ciertamente lo es. —Envuelvo mi brazo a su alrededor y la acerco a mi lado.


Hay silencio por un momento y me obligo a alejarme, pero ella toma mi mano y la frota.


—Lo siento —farfulla de nuevo.


—Acepto tus disculpas —dice ella en un tono muy diferente. 


Pau suena fuerte por primera vez desde que recibió la llamada.


—Brian. Lo siente.


—Papá, por favor, no me presiones.


—Siento. Tanto. Haberte. Fallado.


Ella asiente.


—Necesitas descansar. Voy a hablar con tu médico, le daré mi número y volveré en un par de horas.


Con eso, salimos al pasillo y se da la vuelta y me abraza. No hay necesidad de palabras; simplemente necesita ser abrazada. Así que la sostengo con fuerza.


Finalmente, algo la agita y se aleja.


—¿Paula? —Levanto la vista para ver a una mujer caminando hacia nosotros. No es sólo una mujer, sin embargo; es una mujer mayor y un hombre más joven.


Pau se voltea, sin soltar mi mano, se congela.


—Me alegro de que hayas podido venir.


Pau no dice nada, ni una cosa, y no tengo ni idea de qué decir. Sin embargo, cuando veo la forma en que el hombre la mira, estoy listo para estallar.


—¿Quieres salir de aquí? —gruño.


Niega.


—Hola —chilla.


—Paula, te ves… —Hace una pausa y luego me mira—. ¿Puedo tener diez minutos con ella?


—No —respondo, acercándola más a mí.


—Brian, no tienes que…


—Basta, mamá. Suficiente —espeta Brian a la madrastra, luego mira a Pau de nuevo—. No lo merezco, pero quiero diez minutos de tu tiempo. —Me mira—. No voy a lastimarla.


—Tienes toda la maldita razón en que no lo harás —siseo hacia él.


Respira profundamente y mira a Pau.


—Necesito hablar contigo.


—¿Estuviste en Detroit? —pregunta ella.


Luce confundido.


—¿Estuviste en Detroit? —repite.


Él niega.


—Brian, vámonos. —Victoria intenta alejarlo.


—Vete —le espeta—. Ahora. —Mira a Pau—. Cinco minutos. —Camina hacia una pequeña habitación.


—No tienes que hacer esto. No tienes que… —Prácticamente estoy rogándole. Prometí que nadie la lastimaría.


—Sí, lo hago —dice, apartándose de mi agarre—. Puedes venir.


—Es posible que lo mate.


Pedro, por favor.


La sigo a la habitación, donde Brian camina de un lado a otro. Se detiene cuando entramos, cierra los ojos y luego respira profundamente.


—Voy a hablar rápido, porque el que hayas aceptado venir aquí es un regalo, y lo sé. Tuve un padrastro, el segundo marido de Victoria. No fue amable. Siempre me decía que papi no quería a un niño roto. —Hace una pausa, cerrando los ojos con fuerza—. Cuando se lo dije, ella no escuchó. Perdí algo que nunca podré recuperar. Tenía diez años cuando empezó. Ella pensó que estaba mintiendo y todavía no lo ha afrontado. Tu padre me creyó, sin embargo. Se enfrentó al hombre. Cuando te conocí, estaba enojado, pero me hacías sonreír. Eras tan buena, Paula. Quería eso. No sé si estaba tratando de robar tu luz o de aplastarla. Fuiste un soplo de aire fresco. Siempre dulce y amable. Cuando mi madre empezó a decir cosas malas, no quería que te rompieras. No quería que te sintieras rota. Diablos, pensé que estaba tratando de salvarte. No merezco que lo aceptes, pero tengo que pedirte perdón.


Espera a que ella diga algo, pero no lo hace.


—Estoy casado. Tengo una niña de dos años. Mataría a alguien si la tocara. No voy a utilizar la vieja excusa de que era joven, hormonal, o que simplemente eras demasiado hermosa, pero todo remató en que fui abusado... —Se encoge de hombros—. Lo siento, Paula. Lo siento tanto.


Ella asiente y traga.


—Cuida de ella.


—Moriría por ella.


—Acepto…


—Pau, no significa jodidamente no. —No puedo contener mi rabia.


Pedro


—Si tan sólo la miras con ojos bizcos, te alimentaré con tus pelotas —amenazo.


—He cambiado. Estoy arrepentido. Lo siento.


—La gente puede cambiar —dice ella y se encoge de hombros. Me mira—. La gente puede cambiar.


Asiento una vez y, entonces, Brian deja escapar un suspiro largo y lento.


—Voy a ver a tu padre. Madre lo agobiará de nuevo. —Hace una pausa en la puerta—. Paula, la dejó hace un par de años. No es que él sea tu responsabilidad, pero realmente no tiene a nadie.


—¿Se han divorciado?


Asiente.


—La ve como realmente es ahora. Yo también, pero no puedo divorciarme de ella, sabes.


¿Por qué está dejando que este hijo de puta le hable?


—¿El papeleo…?


—No tengo ni idea. Sé que él preguntó por ti y que ella vino porque el hospital la llamó. No la quiere aquí, sin embargo. —Traga—. Algunas personas no pueden cambiar, pero juro por la vida de Gaby, por mi vida, que lo he hecho.


—¿El nombre de tu hija es Gaby?


Asiente y sonríe con tristeza.


Veo el arrepentimiento en sus ojos, veo la aceptación en los de ella, y todavía quiero romperle el cuello como un hueso de pollo.


Después de ese encuentro, miro a Pau con los médicos de su padre, rellenando el papeleo. Escucho hablar sobre testamentos en vida, de “orden de no reanimación”, de posibles centros de rehabilitación, de atención domiciliaria de enfermeras de adultos, y mi cabeza comienza a girar. Veo fuerza e inteligencia en ella. Veo a la mujer más sexy envuelta en un paquete, y lo único que quiero es mirarla cada día. Quiero mantenerla a salvo, cálida, alimentada y debajo de mí.


Una vez que estamos de vuelta en la habitación de su padre, ella le explica todo lo que sucede. La mira como yo, jodidamente impresionado, pero también hay tristeza en sus ojos, una que imagino se basa en el arrepentimiento. No quiero nunca esa mirada en mis ojos, ni con ella, ni con nuestros hijos.


Me quedo sin aliento. Siento como si me acabara de despertar del infierno y hubiera visto un ángel. Estoy en un maldito hospital, en un lugar que desprecio, y me ha golpeado este sentimiento.


—¿Estás listo?


—Claro que sí —digo, evitando el contacto visual. No quiero que me vea débil, y esta es una puta debilidad que voy a conquistar de la manera en que un hombre debería hacerlo.


Pedro—farfulla su padre—. ¿Un momento a solas?


Pau me mira y asiento.


—Saldré en un minuto, cariño.


Cuando se va, me acerco a su lado.


—Gracias.


—No, hombre, no necesitas agradecerme. Ella es jodidamente increíble.


Cierra los ojos.


—¿La amas?


—Ella va a ser la primera en escuchar esas palabras de mí, no tú. —Sonrío, porque sé que es algo feo para decir a un hombre enfermo.


—Demuéstraselo.


—Cada día. Mira, vendremos de nuevo más tarde. Estoy seguro de que se encuentra cansada.


Asiente y cierra los ojos.


—La quiero. Su mamá, es mejor que yo.


Después de esa breve charla, me uno a Pau en el pasillo, y salimos del hospital a donde el sol sigue brillando. Luce cansada, pero muy hermosa. Extiendo el brazo y froto su trasero.


—¿Qué dicen hoy?


Sonríe y se encoge de hombros.


—Más fuerte que la mayoría.


—Seguro que lo eres. Joder. —No puedo soportarlo. Me detengo al lado del auto, girándola y levanto su barbilla—. Pau, soy un hombre sencillo. Trabajo duro, juego más duro, y nunca en mi vida esperé follar en un armario con una chica sexy y un mes más tarde estar listo para decir esto, pero lo estoy. Mereces tener a un hombre a tu lado que piense que el mundo se balancea cuando se da cuenta de que no sólo estás en su vida, sino que eres la mejor parte de ésta. Tú, Paula Chaves, eres la mejor parte de mi vida, y estoy tan jodidamente enamorado de ti. Te. Amo.


No dice nada, haciéndome sentir en carne viva.


—Di algo, Pau —ruego.


—Tuve mi periodo hoy. —Su ceño se profundiza—. Así que no tienes que…


—¿No tengo que? Como si hubiera una maldita elección. 
Pau, no se trata de eso y nunca lo ha sido.


—¿Nunca? —Me mira como si estuviera loco.


—No. Me alegro de que lo tengas. Quiero decir, no ahora, porque quiero estar enterrado profundamente dentro de ti, pero necesito tiempo para convencerte de que está bien que me ames. Mierda, lo voy a forzar, si tengo que hacerlo. Estoy…ENAMORADO





2 comentarios:

  1. Ayyyyyyyyyyyy, me encantaron estos caps, re tierno Pedro como le dijo que la ama.

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  2. Hermosos capítulos! Cuantas revelaciones... Amé la contención y el amor de Pedro! 👏💕😍

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