HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS

LENGUAJE ADULTO

miércoles, 14 de septiembre de 2016

CAPITULO 1 (PRIMERA HISTORIA)





Bip. Bip. Bip. Las máquinas que rodean a mi madre suenan a nuestro alrededor como lo han hecho durante las últimas semanas. Los días se amontonan, y ya no sé la fecha, ni me importa. El mundo se mueve a paso de tortuga, mientras mi mundo se encuentra en esta cama, inmóvil.


Su cuerpo es una frágil comparación de lo que era antes. Su peso disminuyó a la vez que su salud se deterioraba lenta, dolorosa y despiadadamente. La vida estaba siendo literalmente succionada de su pequeña figura poco a poco.


Ver a la mujer que realmente es nuestra roca, nuestro soporte y nuestra gracia salvadora desmoronarse, ha hecho mella en todos nosotros. Es aterrador saber lo fuerte que ha sido toda la vida, sin embargo, no puede vencer el cáncer que consume su cuerpo.


Cuando mamá nos informó que estaba enferma, traté de encontrar una manera de enfrentar el diagnóstico.


—El cáncer es terminal —nos dijo mamá cuando insistió en que fuéramos al apartamento para cenar.


Mi papá estaba lo más cercano a las lágrimas de lo que alguna vez lo había visto, mientras ella nos decía que estaba bien. Trataba de asegurarnos que era mejor que morir sin notarlo, que estaba feliz de tener la oportunidad de decirnos adiós.


Todos la acompañamos para ir a ver al doctor; papá, Lucas, Gonzalo y yo. El doctor nos mostró los exámenes y nos explicó que el cáncer se había iniciado en el cuello uterino, causado por el VPH.1 Mamá no se había hecho una prueba de Papanicolaou en años, no desde que Lucas tenía cinco años.


El cáncer se había extendido y no había absolutamente nada que pudieran hacer. El doctor sugirió que tomáramos el resto de su tiempo aquí como un regalo y sacáramos el máximo provecho de él. Le rogamos que buscara una segunda opinión. Ella dijo que ya lo había hecho.



Nuestra madre había sabido que se estaba muriendo desde hace dos semanas y solo se lo había dicho a mi papá quince minutos antes de que llegáramos al apartamento.


Durante nuestra infancia, papá fue un cruel hijo de puta. Se emborrachaba y entraba tropezando, queriendo golpearnos a los tres. Mamá nos ocultaba en la pequeña habitación en la parte de atrás de nuestro apartamento, mientras hacía lo que podía para intentar calmarlo. Ahora que pienso al respecto, diciéndoselo de la forma en que lo hizo fue probablemente su primer y último golpe para el viejo.


Era su vida, su manera. Él le había hecho esto al follar con una mujer, contrayendo una enfermedad, transmitiéndosela a ella, y no había forma de que lo hubiera sabido, pero se iba a ir en sus propios malditos términos.


En los dos últimos meses, mamá había sido miserable con él, provocando peleas y mierda como esa. El viejo nos dijo que era el cáncer, porque su chica nunca lo trataría así.


¿Su chica? Si alguna vez encontraba a una chica y decidía llamarla mía, seguro como la mierda que nunca la engañaría con otra persona. Ese hijo de puta tenía suerte de estar respirando.


Hace dos días, mamá regresó al hospital probablemente por última vez, pero antes de que lo hiciera, le pidió que se fuera, y papá lo hizo sin discusión. Lucas fue a buscar al viejo ayer y le dijo que tenía que ir a hacer las paces con ella. Mamá le insistió a Lucas que no hiciera eso, y aún no sabe que mi hermano lo intentó. Sin embargo, el bastardo no va a venir. La estocada final del enfermo hijo de puta.


—Muchachos —dice mamá con voz ronca, sin abrir los ojos.


Gonzalo, mi hermano del medio, inmediatamente se acerca a su lado, agarrando sus escuálidos dedos. Lucas, mi hermano más joven, se encuentra al final de la cama y se estira para tocar su pie, lo que le provoca hacer una mueca de dolor. Yo estoy a su otro lado, acariciando su cabeza que está perdiendo sus rizos mechón por mechón.


—Estamos aquí, mamá. Tus hijos están aquí —le informa Gonzalo.


—Está llegando el momento. —Ella respira profundamente, al tiempo que el pitido de las máquinas se hace más fuerte, haciendo que mi propio ritmo cardíaco se acelere.


—No... el doctor... dijo... —Lucas se está ahogando con sus palabras, mientras se aparta de la cama para caminar de un lado a otro y conseguir sus emociones bajo control.


—Quiero pedirles disculpas, muchachos. Sé que no fue fácil crecer en esta familia. Su padre no era un buen hombre y debería haberme ido. —Respira con dificultad y mi corazón prácticamente se detiene.


—Solo detente, mamá. Está bien. No hay nada por lo que debas disculparte. —Sigo pasando la mano por su cabeza, tranquilizándola.


—Sean los hombres que crié. No tengan un corazón duro para el amor como les he enseñado. Me equivoqué al quedarme. Me equivoqué en no haberles dado un buen ejemplo. —Cada palabra sale con dificultad y con una tos.


Quiero decirle que el amor entre un hombre y una mujer no existe. Deseo, necesidad, pasión, lujuria, todas esas emociones y deseos suceden, pero, ¿amor? No solo no existe, sino que jamás en la vida ocurre. El amor es una ilusión. Es lo que las madres alimentan en sus hijas a través de los cuentos de hadas para darles esperanza. Es lo que los hombres utilizan para engañar a las mujeres en la cama. 


Está lejos de ser real.


—Mamá, eres todo lo bueno de cada uno de nosotros —susurra Gonzalo.


—Son todo lo bueno que he hecho en mi vida. Gracias por cuidar de mí —responde con voz ahogada.


—Mamá, ¡mierda! —Paso los dedos por mi cabello corto y en punta—. No tienes que agradecernos nada. Te encargaste de nosotros toda nuestra vida. Solo aguanta, mamá. Lucha un poco más. Te daremos el mejor cuidado que podamos en casa.


—Pedro, tienes que dejar que me vaya, hijo. Los tres, es hora de que me dejen ir. Vengan aquí y díganme que está bien. Háganlo bien, muchachos. Díganme que estarán allí para el otro. Que encontrarán buenas mujeres y que tendrán bebés. Perpetúen el apellido de mi padre y denle a sus hijos lo que yo no les di a ustedes.


Mamá nunca se casó con papá. Se aseguró de que tuviéramos su apellido, no el de nuestro donante de esperma. La razón por la que se quedó, nunca la voy a entender. Aunque, tal vez nunca lo entienda.


Bip.


Hay una pausa, una vacilación.


Bajo la cabeza con derrota.


—Prométanmelo, muchachos. Dejen un legado de bien en un mundo de maldad —dice con voz ronca, mientras las lágrimas caen de sus ojos todavía cerrados.


—Mamá... Suplica Gonzalo.


Bip.


Pausa.


Pausa.


El siguiente pitido debería llegar y no lo hace.


—Muchachos —murmura.


—Sí, mamá. Nos vamos a cuidar entre nosotros y seremos tu legado. —Lucas se acerca, sin poder contener las lágrimas, mientras se apoya en mí para sostener la mano de nuestra madre.


Bip.


Pausa.


Pausa.


Pausa.


—Los amo, muchachos. Los. Amo. A. Cada. Uno. —No es más que un susurro, mientras observamos el salto en las líneas volverse cada vez más separado.


—Te lo prometo, mamá. Te amo —dice Gonzalo, a la vez que sus lágrimas caen en sus brazos.


—Cualquier cosa por ti, mamá —asegura Lucas con voz ahogada.


Ya no siendo capaz de ser fuerte, sollozo mientras beso su frente que se está poniendo fría. El sonido de gorgoteo viniendo de ella no hace nada para acallar los latidos de mi propio corazón. Las palpitaciones que antes sonaban al ritmo de las máquinas, ahora resuenan con fuerza en mis oídos. Siento que mi cabeza va a explotar, al tiempo que le doy a mi madre el regalo que está pidiendo.


—Estaremos bien, mamá. Está bien, ya puedes irte. —Mi última frase termina en un susurro, con las palabras apenas habladas, mientras nos deja.


Sus ojos se cierran, los sonidos cesan, y todo a nuestro alrededor se queda en silencio.


A las tres y dieciocho p.m. del veinticuatro de enero del dos mil doce, mi mundo se detiene y se inclina sobre su eje.


 ¿Alguna vez la vida estará bien de nuevo?








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