HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS

LENGUAJE ADULTO

miércoles, 14 de septiembre de 2016

CAPITULO 3 (PRIMERA HISTORIA)




Entro en el bar un viernes por la mañana, después de mi carrera con Floyd a lo largo de la orilla del río. No abrimos hasta el mediodía, pero tengo que hacer órdenes de pedido para la semana que viene.


Enciendo la cafetera en la cocina y luego me dirijo detrás de la barra. El lugar se ve como el infierno. Será mejor que haya sido una jodida noche concurrida.


La camarera de lunes a viernes, Lola, está volviéndose perezosa. Juro por la mierda, que pasa más tiempo aplicándose esa mierda brillante en los labios que haciendo el trabajo por el que se le paga.


La ética de trabajo brilla por su ausencia en la actualidad. 


Todo el mundo quiere algo gratis.


¿Qué pasó con el trabajo duro, la perseverancia, la dedicación y la determinación?


Vi a mi mamá romperse el trasero durante años. A pesar de que escuché un millón de veces: “Este es mi bar”, saliendo de la boca de mi viejo, era mamá la que tenía esas cualidades —las que se necesitan para dirigir un negocio—, no él.


Suspirando, limpio el lío pegajoso que quedó de anoche en la vieja barra de roble. Uno de los cuatro fregaderos debajo de la barra no se vació completamente, así que meto la mano, saco las rodajas de limón y las arrojo a la basura que no fue sacada. Los refrigeradores no están abastecidos, las bandejas de frutas están sobre el hielo derretido bajo el grifo de refrescos, y estoy listo para jodidamente explotar.


Cuando camino alrededor de la barra y miro hacia abajo, descubro que el jodido piso no ha sido barrido ni fregado y hay ceniceros llenos en las mesas del bar. Y encima, tengo más de una hora de papeleo y órdenes de pedido antes de que pueda comenzar con la maldita limpieza. Los pedidos tienen que ser realizados, o no conseguiré una entrega el lunes cuando el bar esté cerrado, y estaré jodido.


Decido que la prioridad está en hacer los pedidos, así que me dirijo de nuevo detrás de la barra y subo las escaleras entre la cocina y la parte posterior del bar hacia mi oficina.


Entro y allí está la vieja Lola, con el trasero al aire, acostada sobre la cintura de mi viejo.


—¡Levántate! —le grito.


Ella se sobresalta.


—Oh, Dios. Oh, Pedro


—Lárgate de mi puta oficina. Tú, también, viejo.


—Cuida tu tono conmigo, muchacho. —Me fulmina con la mirada mientras se sienta.


—No voy a cuidar una mierda, viejo. ¿Qué demonios estás haciendo aquí? ¿Y qué demonios estás haciendo con mi empleada?


—Creo que es obvio lo que estoy haciendo aquí, hijo —masculla, al tiempo que se pone de pie.


—Saca tu patético trasero fuera de aquí. —Señalo hacia la puerta—. Lola, lamento esto…


—Nos amamos —dice y comienza a llorar.


—¿En serio? —Fuerzo una risa y sacudo la cabeza cuando miro el lamentable trasero de mi viejo, mientras se abotona el pantalón.


—Sí —responde ella y toma su mano—. Hemos estado enamorados desde hace un año.


Lo miro, esperando que niegue este “amor”. Mierda, durante el tiempo en que he estado vivo, nunca escuché que le dijera esa palabra a mamá o a cualquiera de nosotros. Sin embargo, la negación nunca llega.


—¿Un año? ¿Así que mamá todavía estaba viva?


Aún no hay respuesta, y en ese momento, la caridad deja de existir.


—Saca tu mierda del apartamento. Y, Lola, estás despedida. 
Es posible que quieras hacerte un chequeo, también. Su polla es un arma.


—¿Cómo te atreves? ¡No puedes hacer eso! —me grita papá.


—Está hecho. Ahora, lárgate de aquí. —No grito, no peleo. 


En realidad, esto es jodidamente perfecto.


Él había estado bajo la protección de mi madre durante toda mi vida y permaneció de esa manera a través de los efectos secundarios del entumecimiento de mi dolor en este último año.


El primer paso en el proceso de duelo es la negación y el aislamiento. Mis hermanos y yo rechazábamos la palabra terminal, pero con solo un aviso de fallecimiento de dos meses, no hubo tiempo para escondernos. El siguiente paso en el proceso de duelo es la ira. Me he quedado atrapado en eso desde hace tiempo hasta ahora. Incluso, hay fases en esta etapa en particular. Me enojo y luego me siento entumecido. Entonces, antes de darme cuenta, vuelvo a estar enojado otra vez.


Lola está limpiándose el rímel corrido de su rostro. Puedo oír a mi padre murmurarle:
—Supongo que estábamos destinados a ser tú y yo. —Le pone la mano en el trasero mientras me observa por encima de su hombro, dándome su mirada fulminante. Es la misma mirada que antes hacía que mi madre y nosotros nos encogiéramos de miedo, pero ahora no tiene ningún peso sobre mí.


—Va a durar tanto tiempo como ella mantenga tu vale de comida —le respondo, mientras Lola sacude la cabeza y siguen caminando alrededor, recogiendo sus cosas.


Me dirijo abajo para volver a trabajar. Él no tiene más control sobre esta familia.


—¿Perdiste a otra? —Lucas entra tranquilamente al bar y se ríe. Su suposición se basa en el obvio jodido desorden que está mirando alrededor.


—Tal vez —respondo evasivamente.


—En serio, hermano, necesitas aprender a ser agradable con los demás.


—Mira, a menos que estés aquí para pasar otra noche, animarte un poco, no quiero oír mierda.


—Me gustaba Lola —dice, mientras se sienta al otro lado de la barra.


Llevo un dedo delante de mi boca, para que se quede callado, y señalo hacia arriba.


—¿Oyes esos tacones en las escaleras de madera en el apartamento?


Cuando me mira como si no tuviera idea, levanto una ceja y sacudo la cabeza.


—¿En serio? —pregunta en el momento en que se da cuenta.


—Acabo de encontrarlos en mi puta oficina. Le dije hace un mes, cuando lo atrapé robando de la caja, que estaba fuera. Que no pusiera un pie en mi jodido lugar de nuevo, o empacaría su mierda.


Asiente y luego sacude la cabeza. Entonces, sus puños se aprietan mientras se toma un momento para mirar hacia abajo.


—¿Qué vas a hacer? —pregunta finalmente.


—Está empacando su mierda.


—¿Lo dices en serio, hombre?


Hay una mirada traviesa en sus ojos, haciendo a mi hermano menor parecer casi feliz. Se ve bien en él. No lo he visto así en un largo jodido tiempo.


—Tan jodidamente en serio como el cáncer terminal.


Algunas personas no encontrarían eso divertido ni en lo más mínimo, pero ellos no son los Alfonso. Si no somos capaces de encontrar humor en nuestras desgracias, no reiríamos nunca en nuestras malditas vidas.


Levanto la vista cuando la puerta se abre para ver a mi amigo Johnny, el policía. Es algo característico de él pasar por el bar en una mañana fría y tomar una taza de café.


Lucas se pone de pie para saludarlo.


—¿Tengo fianza?


—Estás jodidamente bromeando, ¿verdad? —Sacudo la cabeza cuando miro sus nudillos, y no, no está bromeando.


—Lucas, sabes que tengo que arrestarte. —Johnny está furioso—. Le sacaste la mierda a golpes a tu casero.


—Su hija estaba llorando. La escuché a través de la pared, abrió la puerta y salió corriendo por el pasillo. El hijo de puta la estaba persiguiendo con un cinturón.


—¿Así que le diste una paliza? —pregunta Johnny, tomando la taza de café que le sirvo en la barra—. ¿Qué tal llamar al 911? Ese es mi trabajo, hombre. Ahora ella está tan asustada que no quiere hablar y no va a presentar cargos…


—¿Qué quieres decir con que no va a presentar cargos? —La vena de Lucas está a punto de estallar en su cuello—. Tenía marcas de golpes en su puto cuello, Johnny. Es una maldita niña; necesita que alguien…


—Tiene diecisiete. No puedo obligarla a hacer una mierda, ¿me oyes? —declara Johnny y luego señala hacia la puerta—. Orden de restricción, por lo que consíguete un lugar donde vivir y cuando el juez te pregunte dónde trabajas, ¿qué vas a responder? ¿Destrozo personas en almacenes abandonados mientras otros se quedan parados y observan? Eso es jodidamente ilegal.


—No, hombre, tengo trabajo. —Lucas se ríe—. Soy un puto astronauta. Acabo de volver de la luna anoche. La mierda se ve bien allá arriba.


—La última vez, le dijiste al juez que eras un jodido practicante de ginecología y eso te consiguió una semana en el condado.


Lucas sonríe y me mira.


—¿Tengo un lugar para vivir?


—Por supuesto que sí. —Me apoyo contra la barra y cruzo los brazos sobre mi pecho.


—Trabajo aquí, ¿verdad? —Lucas me guiña un ojo.


—Sí, hombre, lo haces. Llámame después de tu sesión de fotos y huellas dactilares. Iré a recogerte.


Después de eso, los observo marcharse. Solo Lucas puede subirse en el asiento trasero de un patrullero como si fuera un maldito taxi. Luego, veo al viejo y a Lola, la puta del bar, pasar con bolsas de basura desde el callejón lateral. Deben haber salido por la puerta de atrás. Al diablo con ellos.


Siento un peso levantarse de mis hombros justo antes de que la culpa me invada. Debería haber echado a patadas su trasero hace años. Entonces, tal vez mamá hubiera prestado más atención a los pocos síntomas que tenía, los calambres y esa mierda. Ella no habría pensado que eran solo las tensiones diarias por trabajar demasiado duro. Las tensiones diarias que conocía muy bien eran por tener que lidiar con su patético trasero.


Desearía tanto poder volver atrás.


¿Sabes cuál es el tercer paso en el proceso de duelo? La negociación. En este momento, eso es lo que estoy haciendo. Si hubiera hecho esto... Dios, si hago esto, ¿harás que la pérdida se sienta menos dolorosa?


Sí, esa mierda es lo que estoy haciendo en este momento.


 ¿Me molesta? Demonios, sí. Pero también acepto esta nueva etapa en la vida.


Vamos. Por. Ella.





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