HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS
LENGUAJE ADULTO
miércoles, 14 de septiembre de 2016
CAPITULO 2 (PRIMERA HISTORIA)
Cuando piensas en Motor City, piensas en la pobreza, pero lo que le falta a Detroit en clase y elegancia, lo compensamos con bares. Tienes el Two Way In en la calle Monte Elliott, el Nancy Whiskey en Harrison, el Old Miami en Cass, el Greenwich Time en la plaza Cadillac, el Kwicky en 8Mile, el Marshalls en Jefferson, el Jumbo’s en la Tercera, a The Painted Lady en Hamtramck, a My Dad’s Place en Kercheval y a Alfonso’s en Atwater.
Conoces el tipo de lugares de los que estoy hablando; antros sin ventanas en la esquina con el cartel de High Life2 parpadeando, porque sabes que el cartel es tan viejo como la pintura descascarada del edificio del que cuelga. El cartel parpadeante te atrae. Tienes que entrar para ver qué demonios está pasando ya que no puedes mirar por las ventanas, y suena como que podrías estar perdiéndote algo si no lo haces.
Están selladas con paneles de madera, porque tuvieron arrestos hace dos noches cuando el lugar fue robado por los malditos matones que caminan de un lado a otro por las calles, vendiendo caramelos un minuto y mendigando dos horas más tarde. Los pedazos de mierda son ingeniosos, voy a concederles eso, pero mi sugerencia es consigan un maldito trabajo, vagos.
Hace un tiempo, cuando las fábricas de automóviles dominaban la zona, las cosas no se veían tan deterioradas.
Todo estaba vivo y activo. La zona aún estaba repleta de bares. Sus propietarios ganaban bastante dinero, también.
Al final de cada calle, había un antro que servía High Life helada de barril y tragos de dos dólares. Había entretenimiento y diversión disponible en todas partes.
Siempre se podía conseguir una comida rápida decente en la hora del almuerzo, una presentación en vivo durante la noche, y los camareros te hacían sentir como si estuvieras en casa y como si fueras de la familia.
Mi viejo ganó el título de Hooligans3 en una pelea de perros. Puesto que estaba bien situado en el distrito Rivertown, cerca del parque Chene, realmente obtuvo un premio en aquel momento. Al instante, estuvo acumulando dinero y follando mujeres. Fue entonces cuando conoció a mamá.
Ella cantaba, tocaba la guitarra y tenía una cantidad decente de seguidores para una presentación solista. Él tenía treinta y ella veintidós. Ella cantaba en su bar todos los miércoles por la noche y, con el tiempo, empezó a trabajar en el lugar tres noches a la semana. Como muchas de sus camareras, se enamoró de su mierda y terminó embarazada de mí en menos de dos meses desde el momento en que se conocieron.
La llevó a vivir con él a su apartamento arriba del bar y aceptó convertirse en padre. Quería hacerlo mejor que su viejo. ¿No es esa la verdad en la vida, simplemente hacerlo mejor? ¿No nos esforzamos todos para eso?
Con el tiempo, el encanto se acabó. Él empezó a serle infiel.
Cuando ella lo confrontaba, él la doblegaba emocionalmente.
Ella se rompía el trasero para mantener el bar limpio y él se rompía el trasero bebiéndose las ganancias. Luego, llegaron dos niños más y ella estaba rompiéndose el trasero para criar a sus tres hijos además de mantener su negocio a flote.
Cuando la economía en Detroit se deterioró, él perdió lo que quedaba de su mente. Comenzó a perseguirnos con mierdas estúpidas como leche derramada, un Lego en el suelo, lo que sea. Demonios, el viento soplaba en la dirección equivocada y se desquitaba con nosotros.
Mamá empezó a interponerse con:
—Muchachos, vayan a su habitación.
Por supuesto que hacíamos lo que nos decían, pero escuchábamos toda la mierda. Lo oíamos golpearla. No era mejor que verlo, tampoco. Estábamos indefensos, mientras los sonidos de cada golpe se hacían cada vez más ensordecedores en nuestros pequeños oídos. Es curioso cómo, en el momento, la adrenalina se activa y los instintos van a toda marcha. Cada ruido se vuelve más fuerte, más claro, y se queda contigo durante mucho tiempo. Todavía puedo oír esa mierda en mis sueños.
A medida que fui creciendo y me volví más alto que él, comencé a interponerme. Peleábamos, puño a puño, hasta que uno de nosotros no se movía. En un primer momento, era yo. Luego, cuando tenía diecisiete años, finalmente fue él. El hijo de puta también lo supo.
Le rogué a mamá que se mudara, pero se negó a abandonar su hogar y a su familia. Ponía excusas por él, decía que esa era la forma en la que fue criado.
Dejó de atacarnos desde el momento en que le rompí la nariz. Odiaba al bastardo, y cuando Gonzalo fue lo suficientemente grande, me fui de casa. Sin embargo, seguía viendo a mamá todos los días. No podía pasar ni un día sin verla a ella o a mis hermanos. Necesitaba asegurarme de que estuvieran bien, pero también sabía que, si me quedaba, lo mataría y estaría en la prisión estatal en un año.
Perdió el título Hooligans debido a que el maldito imbécil apostó contra el luchador clandestino equivocado. ¿Quién era el luchador contra el que apostó? Mi hermano, su propio hijo. ¿Quién hizo que perdiera? Yo. El hijo de puta ni siquiera lo supo hasta una semana más tarde.
Le permití que se quedara en el apartamento arriba del bar, no por él, sino por mamá.
Había estado trabajando para un contratista, arreglando viejos almacenes y convirtiéndolos en apartamentos durante años. Incluso gané lo suficiente como para comprarme mi propio lugar.
Arreglé el segundo y tercer piso, haciéndolos habitables. Es un amplio espacio abierto, con dos dormitorios, dos baños en el segundo piso y un ático en el tercero. El primer piso alberga un garaje impresionante. Es donde gasté el resto de mi dinero; en mis herramientas, mis juguetes y mis autos.
Me doy la vuelta para encontrar a mi pitbull, Floyd, acaparando la cama como de costumbre. Ella —sí, Floyd es una perra—, es una obvia acaparadora de camas.
Cuando la encontré, tenía puesto un collar rosa con clavos que estaba hundido en su cuello. Me puse en cuclillas y se lo quité a la pobre chica, y me lo permitió. Luego, salió disparada y la seguí hasta un almacén abandonado, entrando en una jodida escena que, hasta el día de hoy, hace que mi estómago se revuelva. Malditas peleas de perros.
Mi viejo ama esas peleas olvidadas por Dios, mientras que yo las desprecio.
Llamé a un amigo policía que conocía de la secundaria, al tiempo que entraba en un callejón exterior y luego esperé.
Cuando los hijos de puta que dirigían el circuito fueron arrestados, junto con los espectadores, vi a los de la SPCA llevarse a los perros. Floyd me miró, le devolví la mirada, y supe que sería mía.
—Floyd, en serio, perra… —Me río, mientras lame mi rostro—…bájate.
2High Life: marca de cerveza americana.
3Hooligans: es un anglicismo utilizado para referirse a aquella persona que produce disturbios o realiza actos vandálicos, que en ocasiones pueden derivar en tragedias.
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