HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS

LENGUAJE ADULTO

viernes, 7 de octubre de 2016

CAPITULO 39 (SEGUNDA HISTORIA)




Un mes después:
Entro en el banco con dos cheques, uno de la compañía de seguros del Porsche y uno de la venta de la casa de Atlantic City. Veo al hombre salir su oficina, y estira la mano para estrechar la mía.


―Me alegro que hayas llamado. Entra. ―Lo sigo a su despacho―. Toma asiento.


―No voy a perder el tiempo. Estoy aquí para hacer una oferta. ―Pongo el comprobante en su escritorio―. Un amigo revisó el exterior, y necesita un poco de trabajo para que esté habitable. Tengo una declaración, un plan de la construcción, y los archivos para ser tasados. Solicité la licencia de negocios, localicé los refugios locales, y los visité. Tengo un consejo de administración y voluntarios que están listos para lanzarse dentro.


―Eso es más que preguntar el precio ―dice, mirando el cheque.


―Eso es suficiente para arreglar el techo y el ascensor, la pintura, y hacer algunas actualizaciones en los pavimentos y la cocina que serán necesarios.


―Pero…


―El banco pagará los impuestos sobre el lugar. Cinco mil dólares al año no es una mierda, pero calentar ese lugar en invierno va a tomar un peaje. Estoy ofreciendo ochenta de los grandes y un lugar en el consejo si lo quieres.


―Esos son ciento veinte mil menos…


Me paro.


―Esa es mi oferta. Avísame si la aceptas.


―Quizás podamos ofrecerte un préstamo.


―Ningún préstamo. Avísame.


Me acerco a la caja del banco y deposito el cheque de la casa y del Porsche.


Después veinte grandes. No parecía suficiente, pero ella se asustó. Me ama, sin embargo. Putamente me ama y finalmente se lo dije exactamente hace un mes hoy, y eso cambió todo.



****


Es miércoles por la noche, y estoy acurrucado en la cama de Camila, que ahora cuenta con dosel.


―Mami va a estar tan enojada. ―Trata de mantener una cara seria, pero falla y cae en otra carcajada, y no puedo evitar reír con ella. Cuando se relaja, está mirando la cama con temor. Se da la vuelta sobre su costado―. Eres agradable.


―Bueno, me alegro de que pienses así, pequeña chica.


―Me gustas. ―Rueda sobre su espalda, y su sonrisa se vuelve aún más grande―. Me gustas mucho.


―Me gustas mucho, también.


Bosteza, recordándome que es cuarenta minutos después de su hora de dormir. Tomó un poco más de tiempo de lo que esperaba armar esta cama. Las instrucciones deberían haber llegado con una advertencia que, si los niños ayudan, importantes piezas podrían terminar perdidas. En mi caso, fue una arandela, que se convirtió en un anillo alrededor del pulgar de una pequeña chica.


―Sabes ―bosteza de nuevo―, dije que no necesitaba historias esta noche, pero el mejor papá siempre me leería libros de todas formas.


―¿En serio?


―Ajá ―dice con toda naturalidad, cabeceando.


Se queda dormida al final del segundo libro, con la cara hacia el velo rosa.


Todavía le leo cuatro, sin embargo. Llámenme competitivo, llámenme tonto, llámenme alguien que mantiene una promesa, llámenme Alfonso.


Me río de mis pensamientos.


“Llámame Alfonso” solía ser una manera de darle a una chica un nombre sin darle ni nombre real, una respuesta evasiva para hacer un momento parecer algo más que una mierda. Era un nombre salido en un quejido de la boca de una extraña durante la aventura de una noche. Mierda, a veces cuando les decía “Llámame Alfonso” era para quitármelas de encima.


Ese apellido significa mucho más para mí ahora que sólo hace unos pocos meses. Ese apellido es el legado de mamá, es el apellido de la familia, y es mi apellido.


Salgo de la habitación de Camila y cierro la puerta detrás de mí. Tengo una tarea que completar, y tengo sólo dos horas para hacerla.


Agarro mi teléfono y le envío un texto a Lucas para decirle que estoy listo.


Entonces abro la puerta, mientras Lucas y Martin cargan una de las tres cajas.


―Hemos estado esperando una hora para saber de ti. Será mejor que esperes no tener problemas o…


―Está bien. Solo traten de no usar arandelas como anillos y dejarme mirar alrededor durante treinta minutos antes de decirme que lo tienen.


―¿Ris Priss?


―A la chica le gusta disfrazarse. ―Sonrío.


―¿Seguro que es una buena idea? ―pregunta Martin mientras empujo con el nuevo colchón tamaño queen el de aire a la esquina.


―Estaba seguro que lo explotaríamos. No lo hicimos a mi manera, sin embargo. Ella acaba de comprar uno nuevo, la pequeña terca mamá. Así que no me dejó otra opción. Estará molesta, pero lo superará. Tengo mis bolas de
regreso.


Ellos se ríen, y luego se ponen a trabajar.


Una vez que terminamos, regreso y admiro la cama con dosel. No es king; la escuché sobre eso. Y estoy absolutamente seguro de que va a mencionarlo cuando esté hirviendo. Por supuesto, la otra razón por la que me decidí por el queen en absoluto es que no quería que la distancia fuera una opción.


Ella entra por la puerta y mira alrededor, viéndose hermosa a la luz de una vela.


Camino hacia ella, quito su bolso de su brazo, y lo pongo sobre la mesa.


―Te extrañé esta noche. ―La beso y tiro de ella a un fuerte abrazo.


―La factura de la luz se pagó ―dice una vez que aflojo mi agarre sobre ella, y se dirige hacia el interruptor de la luz.


―Funcionan. ―Agarro su mano y nos llevo hasta el sofá, donde tengo una botella de vino y dos copas esperando―. Toma asiento.


―Vaya, esto es agradable. ―Se sienta con las piernas dobladas debajo de ella.


Le doy una copa y luego me sirvo una antes de sentarme.


―Fue una noche ocupada ―dice después de que pone su copa sobre la mesa del centro: Una tarima con ruedas unidas y pintada de negro―. Creo que pude haber hecho lo suficiente para comprar un colchón. ―Sonríe.


―¿Esa es tu forma de decirme que quieres ir ahí y comprarlo?


Ella tuerce su cabello entre sus dedos.


―Esto es bonito.


Me siento y tomo otro sorbo de mi vino.


―¿Bonito?


Ella asiente, agarra su copa, y bebe.


―Fue una noche concurrida.


Chupo mis mejillas, intentando no reírme de su evidente deseo.


―No te rías de mí. Debería gustarte que espere con interés los miércoles por la noche.


―Sí, estaba pensando en eso. Me desperté esta mañana, duro, por supuesto, porque estaba soñando contigo, rodando a mi lado mientras seguías medio dormida, y ese pensamiento seriamente rompió mi pene.


Ella se ríe alto y se cubre la boca para no despertar a la pequeña chica, y luego me inclino y la beso. Cuando la he bebido suficiente, me muevo hacia atrás, pero ella sigue besándome mientras se sube en mi regazo a horcajadas.


Toma la copa de mi mano y se bebe mi vino.


―Dijiste que me habías extrañado cuando entré. Creo que deberías probarlo ―Mueve las caderas en círculo mientras se empuja contra mí―. ¿Qué es esto? ―Sonríe de nuevo y se estira entre nosotros.


―Espera ahí, pequeña mamá.


Ella agarra el paquete en mi bolsillo. Y por “paquete” no estoy hablando de mi pene.


―¿Qué es esto? ―pregunta de nuevo.


Tomo su mano y la beso.


―Nada me gustaría más que estar enterrado en ti en este momento, pero contra mi mejor juicio, voy a contarte una historia primero.


―¿Una historia?


―Todo sobre un idiota.


―¿En serio? ―Me da una sonrisa confusa.


―Antes de ti, planeaba todo mi día con el tipo de trasero que quería para esa noche. ―Sus ojos se estrechan un poco, pero estoy determinado―. Iba a diferentes casinos, sabiendo que había diferentes tipos de mujeres, con diferentes necesidades y deseos. Incluso les ponía nombres a sus traseros. Las mujeres que eran ruidosas y que podrían servir para una pequeña acción en fiestas de pool,
bueno, las llamaba Traseros Listos. A las cosmopolitas, con las que me encontraba eran Traseros Dominantes o Sumisos, siempre podía decir qué eran, y te prometo que no me gustaban las dominantes. Los Traseros de Primera Clase podían ser fácilmente detectados en el Caesars. Esas chicas pensaban que eran mejores que los demás, y muchas veces, tenía que mostrarles que la cosa era diferente. ―Ella
se cruza de brazos y sus ojos brillan―. Está bien, sólo escúchame. Aria es donde encontrabas a los Traseros Acomodados, mujeres que habían estado casadas y que eran poco apreciadas por demasiado maldito tiempo. Ya sabes, ¿del tipo “Lo que sucede en Las Vegas se queda en Las Vegas”?


Ella niega, y me doy cuenta inmediatamente que este pequeño plan mío está jodido.


―Tuve un montón de traseros, nena. Nunca quise establecerme, porque un trasero era un trasero en cualquier variación. Todos rosas en medio, todos… ―Ella se mueve y pone los ojos en blanco―. Mi punto es, que hasta que te conocí en ese estacionamiento, nunca creí que hubiera una persona hecha para mí. En el momento en que te besé, fue diferente a cualquier otro beso. En el momento en que te probé, supe que estaba arruinado. En el segundo que estuve dentro de ti, supe sin lugar a dudas que había encontrado el trasero perfecto. De platino, nena. Tú eras de platino entonces, y todavía lo eres.


Saco la caja con el anillo de mi bolsillo.


―Me posees. Eres la propietaria de mi corazón, de mi alma, de mis deseos, de mi atención en todo momento. Me consumes de día y de noche, demonios, incluso en mis sueños. Eres la única persona que deseo debajo o encima de mí.
Nos amamos, nena. Eso nunca va a cambiar, y te juro, que nunca permitiré que termine. Voy a disfrutarte de por vida. Paula Chaves, tengo mis bolas de regreso, por lo que la única respuesta que voy a aceptar es sí.


Saco la caja de mi bolsillo y la abro, revelando el anillo de platino con dos cortes y una mitad con un diamante de un quilate.


Sus ojos brillan. Entonces ahoga un sollozo y se cubre la boca antes de que sus ojos vuelvan a los míos y jadeé.


―Es demasiado.


―Último derroche, lo prometo. Terminé con desear todas las cosas materiales. Cuando digas que sí, lo único que alguna vez desearé, aunque puede que no lo merezca, es a alguien platino. A ti.


Ella traga con dificultad y asiente.


―Sí. ―Envuelve sus brazos alrededor de mi cuello y permanece así mientras susurra de nuevo contra mi piel―. Somos merecedores el uno del otro, Pedro. Nos merecemos esto. Merecemos ser felices. Me haces feliz, tan feliz.
No estoy estableciéndome; te estoy atrapando. Y eso es más de lo que pensé que era posible.


―Tengo que poner esto en ti, pequeña mamá. Hacerlo oficial. ―Lo deslizo en su dedo tembloroso―. Vaya, el anillo se ve aún más hermoso ahora.


Ella lo levanta y lo mira y sonríe. Luego se inclina para darme un beso.


―¿Mami? ―habla una soñolienta voz que viene del pasillo, y Paula se sienta―. ¿Estás llorando?


―Estoy bien. ―Se seca los ojos y se ríe―. Ven acá.


Camila se acerca a ella, y Paula la levanta y la abraza.


―Tengo que hacer pis.


―Está bien, pequeña, vamos.


Paula me mira y sonríe mientras se levanta. Yo apago las velas y pongo las copas en el fregadero.


―¿Qué es eso? ―Escucho preguntar a Camila a su madre, mientras salen, tomadas de la mano.


Pedro me pidió que me casara con él.


―¿Es por eso que lloras? Porque si te pone triste, deberías…


―No, no estoy triste. Estoy muy, muy feliz.


Camila se detiene y la mira. Estoy esperando que se ría, que diga algo que suene muy como “Felicidades” pero probablemente no hará eso exactamente.


―Sé lo que quiero para Navidad ahora.


―¿En serio? ―Paula ha estado preguntándoselo, y la respuesta de Camila hasta el momento ha sido “nada”.


―Una boda de princesa, igual que en los libros. ―Bosteza de nuevo―. Estoy cansada. Podemos recoger mi vestido mañana.


Termino de limpiar y decido ponerme cómodo, así que me quito la camisa y los calcetines, y luego me desabrocho el cinturón.


Paula está saliendo de la habitación de Camila cuando en silencio camino a ella.


Ella se da la vuelta y me frunce el ceño.


―¿Qué pasa?


Una de sus cejas se levanta.


―Oh, mierda, qué mal ―le digo―. Pero a ella le gusta. Le gusta mucho.


―¿La última gran compra? ―Ella sostiene su dedo anular.


―Nena, sin pelea esta noche. ―Sacude la cabeza―. La única palabra con P en la que estoy interesado es en…


Me paro cuando ella empieza a caminar hacia mí. Está delante de mí casi al instante, y levanto mi mano para detenerla.


―Lo prometo, sin pelea esta noche en absoluto.


―Bien. Te doy esta noche. ―Mientras ella sonríe, la recojo, y ella envuelve sus piernas alrededor de mí―. Llévame a la cama.


Abro la puerta y la beso duro, manteniendo su atención donde pertenece, en mí. Camino hacia la cama, sabiendo que Paula es una mujer de palabra.


Puede quejarse, pero para ella una promesa es una promesa.


Tan pronto como su espalda golpea nuestra nueva cama, abre los ojos y mira a su alrededor. Después, su cabeza se mueve de nuevo, sus ojos están fijos en mí.


―Lo prometiste ―le recuerdo mientras le levanto la camiseta y beso su vientre mientras desabrocho su pantalón.


―Manipulador.


―No, pequeña mamá, enfermo de dolor de espalda el jueves, enfermo de mi mujer dormida en un colchón de aire de mierda, enfermo de que tengamos sexo en un colchón de aire. ―Muevo su pantalón y tanga abajo―. Una vagina de
platino merece, al menos, una verdadera cama.


―Me debes una. ―Su respiración se atora mientras soplo sobre la piel desnuda entre sus piernas.


―Sí.


Mi boca la cubre mientras abro más a mi chica con un movimiento en la cama para una reina, mi reina de corazones que me posee completo, con una vagina que es mejor que algo de platino.



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