Paula está callada mientras se prepara para la corte. Sé que ella y yo estamos bien, pero las inseguridades causadas porque no me está diciendo las palabras que quiero oír están jodiendo mis instintos alfa. Es por eso que básicamente las puse en el almacén hasta que sepa que no la asustarán.
También sé que está agotada, porque anoche hice un culto a su cuerpo sin parar de ambas partes. Putamente increíble.
Es menos vulnerable ahora de lo que era, pero no sé lo que hará cuando esté en la misma habitación con ese pedazo de mierda.
―Pedro. ―Oigo desde atrás de mí. Me giro para verla de pie junto a la puerta, y siento que mi mandíbula se contrae y que mis fosas nasales se abren―. ¿Estás bien?
―¿Yo? ―pregunto, señalándome a mí mismo.
―Sí, tú. No hay ninguna otra persona…
―Vamos a mantenerlo de esa manera.
Su labio se dobla en la esquina.
―¿Vamos a hacer esto de nuevo?
―Si tú lo dices.
Pone los ojos en blanco.
―Llegaremos tarde.
―¿Tienes mi apellido en tu trasero hoy? ―pregunto mientras agarro la chaqueta del traje de la percha. Me giro para encontrarla de pie justo frente a mí.
En lugar de contestarme, se estira y toma mi saco, lo aprieta, y luego vuelve a alejarse. La tomo y tiro de ella de regreso contra mí.
―¿Encontraste lo que estabas buscando?
―Sí. ―Mira por encima de su hombro hacia mí.
―No has dicho una palabra hoy.
―Estoy cansada.
―¿Adolorida? ―Sonrío mientras beso su cuello.
―Un poco, sí. ―Se inclina hacia un lado, exponiendo más de ese hermoso cuello.
―Eso es atractivo.
***
Llegamos a la Corte del Condado del Distrito Clark treinta minutos antes de que las audiencias sean programadas para comenzar. Nos encontramos con el fiscal, y nos explica que voy a ser interrogado y que simplemente responda lo
mejor que pueda.
―El señor Timmons enfrenta cargos que incluyen asalto vehicular, asalto a mano armada, intento de asesinato…
―¿Cuánto tiempo estará en la cárcel?― interrumpe Paula.
―Le podemos ofrecer un trato y dejar el cargo de intento de asesinato, en cuyo caso obtendría de dos a veinte años, pero la probabilidad de que pase incluso cinco años es leve. Me gustaría ofrecerle asalto con arma mortal con una condena obligatoria de cuatro años de prisión, seguidos de dos años de libertad condicional.
―Quiero que se pudra ―le digo al fiscal de distrito.
―Lo entiendo completamente, pero nada está garantizado en un juicio penal. Él hará una petición, y sabrá dónde estará por los próximos cuatro años, como mínimo. ―Mira su reloj―. Necesito una respuesta. Si podemos resolver esto ahora, evitaremos la corte y les ahorraremos dinero a los contribuyentes. Si quiere que lleve esto a la corte…
―Dele la petición ―dice Paula mientras mira hacia mí―. Es una garantía. Camila estará…
―Tendrá ocho, diez años cuando sea aplicable para libertad condicional. Todavía demasiado pequeña, nena.
El abogado revisa su archivo.
―¿Camila es su hija?
―Es mi hija― responde Paula.
―Él estuvo de acuerdo en renunciar a sus derechos.
―¿Tiene eso por escrito?
―No, tengo su palabra.
El abogado se inclina hacia atrás en su silla y mira hacia nosotros.
―Por lo tanto, ¿esto se trata de usted, la madre de su hija?
―Vigile la forma en que le habla.
―Sin faltarle al respeto, pero si esto va a juicio, y consiguen un jurado, y lo exponen de la manera correcta pintándolo como un tramposo y como un rompedor de hogares no pasará cuatro o cinco años; no lo hará. No les puedo decir qué hacer. Es su elección, Sr. Alfonso.
―Quiero hablar con él ―dice Paula.
―¡No hay una maldita manera!
―Quiero hablar con él ―repite ella.
―Paula…
―Confío en ti nuestras vidas, Pedro, pero confía en mí en esto.
La miro a los ojos y veo que está determinada, concentrada.
Veo el juego en sus ojos, cuadrando los hombros, el brillo en sus ojos, su manera de respirar, y la forma en que permite que sus brazos se descrucen y cuelguen a los costados,
dando la ilusión de que es abierta, vulnerable. Sin embargo, el roce de su dedo anular en contra de su pulgar muestra para un ojo entrenado que está ansiosa.
―Veo un juego pasar en tu cabeza. ¿Crees que tienes el juego?
―Sé que lo tengo.
―No lo vas a convencer si te ve así. ―Levanto su mano―. Relaja las manos.
Joder, no puedo creer que estoy permitiendo esta mierda. Se siente como que te estoy enviando fuera a pelear sola contra ese pedazo de mierda, y no me gusta,Paula, ni siquiera un poco.
―Él tiene esposas y grilletes ―dice el abogado que está de pie.
―Si trata de tocarte de cualquier forma, voy a matarlo con mis…
―Pedro ―Sus ojos se mueven hacia el abogado.
―No escuché nada. ―Él se acerca a la puerta―. Haré que lo muevan a la habitación de al lado. ―Señala el cristal de dos vistas―. Ella no tardará mucho.
La envuelvo en un abrazo, deseando poder mantenerla aquí, lejos de él, pero necesita esto. Sé que lo hace.
Cuando pides la confianza de alguien, más vale que des lo mismo, o seguro no vas a llegar muy lejos. Y no la quiero lejos, tampoco. La quiero para siempre.
Lo veo entrar, vestido de naranja, con la cabeza afeitada.
Luego se vuelve y se sienta, así que sólo puedo ver su parte posterior.
―¿Es de la supremacía blanca?
―No, ¿por qué? ―Ella me mira.
―La esvástica tatuada en la parte posterior de su cráneo no va a dejarle hacer ningún amigo en la prisión. Es más gran pedazo de mierda de lo que pensaba.
Ella corta su respiración mientras se da la vuelta.
―Oh Dios mío. Nunca había visto eso. Su cabeza nunca ha estado afeitada antes. Tiene amigos que son negros. No entiendo.
―Paula, tal vez deberías reconsiderar enfrentarte a él.
―No, puedo hacer esto.
―Sé que puedes, pero no tienes que hacerlo.
―Puedo hacer esto. Créeme.
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