HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS
LENGUAJE ADULTO
lunes, 17 de octubre de 2016
CAPITULO 30 (TERCERA HISTORIA)
La abrazo, permitiendo que sus palabras se asienten en mí.
―No siempre he sido un buen hombre ―digo finalmente.
Ella suspira y mira hacia mí.
―¿Las peleas?
Asiento.
―¿Las mujeres? ―susurra, tensándose en mis brazos.
―Ninguna como tú, pequeña, ninguna cuya sangre pueda reclamar.
Ella me mira.
―Virgen. Nunca tuve una antes ―admito.
―¿Es... diferente? ―susurra.
Empujo el cabello lejos de sus ojos.
―Tú eres diferente.
―¿Vas a querer tocarme así de nuevo?
Una sonrisa se arrastra arriba en mi cara, y suelto un largo y lento suspiro.
―Probablemente más de lo que vas a querer hacerlo tú.
―Probablemente no. ―Sus ojos sonríen―. Bien.
―Un buen toque. ―Su sonrisa llega a sus labios ahora.
―Un muy buen toque ―gruño, y me doblo para besarla, pero alguien llama a la puerta de su pequeño apartamento de mierda.
Retrocede y da un paso hacia la puerta.
―No. ―Me muevo enfrente de ella―. Alguien mató a tu viejo ―contesto debido a la mirada confusa que me da―. Sabemos que no fuimos nosotros, por lo que esa persona está ahí fuera, y hasta que se enteren de quién demonios fue, tú y yo estaremos atrapados como pegamento.
Voy hasta la puerta y la abro lentamente, manteniendo un pie detrás de ella para poder evitar que se abra completamente si el que está a la puerta intenta algo.
Entonces veo a la señora Simmons y me relajo.
―¿Paula?
Asiento.
―Adelante. ―Abro la puerta y dejo que entre la señora que le dio a Pauly sus productos horneados.
―Siento mucho lo de tu padre. ―Abraza a una Paula de aspecto confundido.
―Gracias. ―Da un paso atrás.
―Siento mucho no haberle puesto un fin yo misma. ―Comienza a llorar.
Esta vez Paula la abraza, y es un torpe abrazo que me molesta. ¿Cómo puede alguien estar toda la vida sin afecto? Sin... ¿buen toque?
―Debería haberlo hecho, pero me daba miedo que se fuera a ir contra mí.
―¿Por qué? ―pregunta Paula.
―Me amenazó con decirle a las autoridades que no tenía papeles, que era inmigrante ilegal. Mis hijos, aunque crecidos, me necesitan aquí. No quiero volver. Viviré con mi vergüenza para el resto de mi...
―No, Marisol, no. Sin vergüenza. Tú me mostraste bondad.
―No es suficiente.
―Más de lo que sabía antes de eso.
―No merezco tu perdón.
―Te ruego que lo tomes.
La anciana la abraza de nuevo.
―En la habitación de tu padre, debajo de la cama, una tabla del suelo no está clavada. Hay una caja fuerte. Dijo que era para ti. Me quería asegurar que supieras eso. No se lo dije a las autoridades. Él me dijo que no lo hiciera.
Paula me mira, con miedo.
―Él no puede hacerte nada, Pauly. ¿Captas eso?
―No quiero ir allí sola.
―Quieres que yo...
―Sí ―dice, tomando mi mano.
Cuando nos encontramos en la cama, su agarre en mi mano se vuelve un abrazo de muerte.
―Pequeña, no puedo mover la cama si no me sueltas. ―Acaricio sus nudillos con mi pulgar, y ella suspira, luego me suelta.
Muevo la cama y veo de inmediato la tabla suelta de madera. Agarro mi cuchillo de bolsillo de mi pantalón, empujando la cuchilla entre los tablones, y lo levanto. Veo la caja fuerte y la saco. Tiene la longitud y el ancho de un trozo de papel y alrededor de veinte centímetros de profundidad.
La vieja señora Simmons le da a Pauly una llave.
―Los dejaré solos.
Cuando la señora Simmons se va, me siento en el suelo y toco el lugar entre mis piernas, y Paula se sienta y se empuja contra mí. Su mano tiembla un poco cuando se estira de nuevo a mí para entregarme la llave. No la tomo.
En lugar de eso tomo su mano.
―Puedes hacerlo.
―Tengo miedo de lo que voy a encontrar ―susurra.
―Pequeña, estoy aquí, pero no hay nada, ni una sola cosa, que tengas que temer incluso si no estuviera. Tu viejo está muerto. Nunca va a tocarte de nuevo. ―Pongo un beso en su cabeza y empujo la pesada caja delante de ella―. No iré a ninguna parte.
―Conmigo ―dice ella, poniendo el meñique alrededor de mi dedo pulgar mientras empuja la llave dentro, gira la cerradura, y luego, lentamente, como si algo pudiera saltar de ella, abre la caja.
Dentro hay un montón de dinero en efectivo. Fajos de billetes de cien dólares envueltos con notas de banco que dicen diez mil dólares.
―¡Mierda, Pauly! ―Suspiro mientras los saco, uno tras otro.
―Es mucho ―dice en voz baja.
Cuento treinta y cuatro, y todavía hay más. Al final, hay cincuenta y siete.
Más de medio millón de dólares si la mierda es real.
―Eso es un eufemismo. ―Suspiro―. Alguien estaba cuidándote.
―¿Qué hago con todo esto? ―Me mira, confundida.
―Podrías comprar un auto. Infiernos, podrías comprar veintiuno y una casa y...
―No sé cómo conducir ―dice, con el ceño fruncido.
―Oh, nena, yo voy a enseñarte cómo hacer cualquier cosa que el puto bastardo no te enseñó y serás fuerte y libre. Infiernos, te enseñaría a volar si pudiera.
Ella se recuesta contra mí, mirando todo el efectivo.
Entonces, una mano se extiende hacia arriba y agarra la parte de atrás de mi cuello.
―Un buen toque.
―Si me necesitas, estoy aquí. ―La beso suavemente.
Ella me tira hacia abajo y me besa con más fuerza. Cuando se retira, cierra los ojos.
―Esto es mío, y este lugar es mío. No merezco...
―Te mereces aún más. ―Froto sus brazos arriba y abajo, tratando de no apretarla demasiado duro.
―Nunca pedí eso.
―El hijo de puta te lo debe ―le recuerdo.
Asiente, inclinándose hacia delante para llegar a la caja. Saca un fajo de papeles.
―Es el premio gordo, Paula ―digo cuando veo sus papeles de ciudadanía estadounidense―. Nada de qué preocuparse. Eres legal. No deberías haber dudado de eso, para empezar. Johnny lo sabía ya, de lo contrario no estaríamos
sentados aquí ahora.
Asiente de nuevo, mirando la hoja siguiente, su partida de nacimiento. Su dedo acaricia el punto que dice el nombre de su madre. No puedo leer eso, no es necesario. Se relaja de nuevo. Eso es todo lo que necesito.
Después de eso hay fotos de una mujer con un bebé. Sé inmediatamente que es ella y su madre. Paula se parece a ella.
Un sollozo se le escapa mientras rápidamente las mira, una después de la otra. Una vez que hace eso, se estremece, manteniéndolas cerca mientras sus sollozos se convierten en lágrimas.
La jalo hacia mí y trato de sostenerla, y sus emociones se filtran en mi alma.
Las siento profundamente, y las lágrimas llenan mis propios ojos.
Mierda. Mierda. Mierda.
Les impido avanzar mientras tenso mi agarre. Nos sentamos así durante sólo un momento antes de ver la puerta abrirse, y la señora Simmons asomar. Está llorando también.
―¿Qué puedo hacer? ―pregunta.
―Ella estará bien. Sólo tiene que dejarlo salir.
Paula llora, y jalo de su diminuto cuerpo hacia mí, sosteniéndola mientras le acaricio el cabello. La puerta se cierra, la señora Simmons nos deja solos de nuevo.
Sus lágrimas finalmente dejan de caer, pero su cuerpo aún se estremece.
―Dime lo que puedo hacer por ti.
―Sácame de aquí ―ruega en voz baja.
―No hay problema. ―Me levanto con ella en mis brazos y la siento en la cama―. ¿Tienes una bolsa?
―Sí.
―Tenemos que hacer algo con este dinero hasta que abras una cuenta bancaria.
Ella asiente.
―Vuelvo enseguida.
Sale por la puerta, y pongo la tabla de regreso, cubriendo su puto escondite, el lugar donde escondió cosas de ella que habrían hecho su vida más fácil, mejor.
Empiezo a empujar la vieja cama de hierro forjado de nuevo a donde estaba, sin embargo, encuentro otro tablón que parece estar suelto. Muevo la cama, agarro el cuchillo del suelo donde lo dejé, y la saco. En el interior hay una vieja caja de zapatos. La agarro mientras Paula regresa con la bolsa.
―¿Hay más? ―pregunta con nerviosismo.
―Sí ―le digo, tomando la bolsa y dándole la caja.
―No sé si pueda manejar más.
―Entonces, la pondremos lejos y esperaremos hasta más tarde. Nadie dice que tienes que hacerlo todo a la vez. ―No creo que pueda manejar más en este momento, tampoco.
Tomo la caja y la pongo en el interior de la bolsa de lona que me entregó.
Entonces meto el medio millón en efectivo.
Santos demonios. Tendrá todo lo que siempre soñó. Espero como el infierno que todavía me incluya a mí, pero si no es así, por ella, me alejaría. Sin embargo, seguro como el infierno me escondería en el fondo, asegurándome de que esta pequeña, que puede llevar al campeón al borde de las lágrimas, siempre estuviera protegida.
Cuando todo está metido en la bolsa, la pongo sobre mi hombro y tomo su mano.
―¿A dónde vamos?
―A casa ―respondo mientras la llevo fuera.
Cuando llegamos a la parte inferior de la escalera, mira a su alrededor. Sé que está pensando en su viejo tendido, muerto.
Mira hacia arriba.
―Espero que no fuera demasiado doloroso.
Quiero decirle que espero que fuera un puto dolor eterno.
Espero que el hijo de puta quien magulló y llenó de cicatrices a mi pequeña hermosa esté en el infierno después de caer por una eternidad por las escaleras con el cerebro y la
sangre desbordándose de la parte posterior de su cabeza por alguien a quien espero tener la oportunidad de estrechar la mano algún día.
Estamos saliendo cuando ella ve a la señora Simmons salir de su apartamento. Paula sacude mi mano y luego me suelta.
―¿Estás bien? ―le pregunta a Paula.
Ella me mira.
―Lo estaré. ¿Verdad, Pedro?
―Sí. Sí, me aseguraré de ello.
―¿Qué puedo hacer para ayudar? ―pregunta la señora Simmons. Mete la mano en su delantal y saca un pedazo de papel―. Mi número. Acabo de comprar un celular. Llámame por cualquier cosa.
Paula se gira y abre la bolsa colgando de mi lado. Saca un fajo de dinero en efectivo.
―¿Puede botar todo lo de él? No quiero volver aquí y ver algo de eso.
―Por supuesto. Puedo donarlo a la iglesia y...
―Haga lo que esté bien. Sólo quiero que todo se vaya. ―Le entrega el dinero―. ¿Puede cuidar el lugar hasta que esté lo suficientemente fuerte como para volver?
La vieja señora Simmons mira hacia abajo.
―Yo no podría...
―No será de otra manera.
Simmons me mira.
―Dile que es demasiado.
―Es de ella. Puede hacer lo que quiera con él.
―Quiero que lo tenga. ―Paula cierra su mano alrededor de la mano de la anciana―. Por favor. No quiero volver hasta que él quiera que lo haga.
Resoplo.
―¿Qué tal suena nunca?
La mirada de necesidad en su cara cuando se vuelve hacia mí es abrumadora.
También me hace empezar a endurecerme. No es jodidamente bueno. Aquí no.
―Suena como el cielo.
Después de dejar el edificio de apartamentos, sostengo su mano mientras conduzco despacio. Nos volveremos a quedar en casa de Salvador. Kid ya hizo su reclamación del apartamento encima del gimnasio, diciendo que no quiere una casa para cuidar. Podría llevarla a la casa de Martin, pero eso no va a funcionar con lo que tengo en mente.
Tengo una seria compensación por hacer por la forma en que la tomé esta mañana.
Paso los dedos por mi cabello, moviendo mi rodilla.
No pasa mucho tiempo antes de estacionar entre el gimnasio y la casa de ladrillo donde Salvador y su esposa vivían.
―¿Vamos al gimnasio?
―No, a la casa aquí. ―Apunto hacia la izquierda.
―¿Es aquí donde vives? ―pregunta, inclinándose hacia delante.
―Creo que ahora sí.
―No es muy lejos de mi... mmm... de mi...
―¿De verdad quieres vivir allí, Pauly? ―pregunto, poniendo el auto en neutro.
Ella niega.
―¿Dónde quieres vivir? Tienes todo ese dinero y puedes tener lo que quieras, así que, ¿dónde quieres vivir? ―Saco la llave, y luego miro hacia ella.
Cuando me suelta la mano, sale, y camina hacia la casa, agarra la bolsa de lona y se va.
―¿Pauly?
―Aquí. ―Apunta a la casa, y mi corazón se calienta, pero no quiero que se acomode. Me mira y se encoge de hombros―. Quiero vivir aquí.
No digo nada, porque no puedo decir ni mierda ahora mismo. Mi cabeza da vueltas. Estoy sintiendo cosas que nunca he sentido ni he querido sentir. Infiernos, mierda que he estado evitando. No quiero desviarme como lo hice con la mujer de Cobra. Me enamoré demasiado en ese momento, también. Me recuperé, pero con Paula... no hay manera de mierda que lo haga.
―Oh. Oh lo siento. Sólo pensé que querías...
Doy tres pasos y la tomo en brazos, y jadea, luego se ríe.
Meto el código de la puerta, recordándome cambiar la cosa, abro la puerta, y luego la cierro de un portazo detrás de mí.
―Lo quiero, Pauly. Te deseo realmente mucho. Demasiado. Tan de...
―Nunca es demasiado, Pedro, no con nosotros. No contigo y conmigo.
―Un buen toque ―decimos al mismo tiempo. Entonces no puedo quitar los labios de ella.
Cuando logramos alejarnos, sus ojos están pegados a los míos mientras sonríe.
―Te ves tan hermosa cuando sonríes. Tan hermosa todo el maldito tiempo.
―No tengo idea de lo que hice para merecer un hombre como tú, pero juro...
―Pequeña, te mereces mucho más que yo, pero que me aspen si no uso todos los trucos en el libro para mantenerte creyendo esa mierda.
Entro en la habitación de invitados, donde me quedaba cuando tenía demasiado miedo de lo que mis hermanos dirían si me vieran después de algunas de mis peleas. La recosté en la cama.
Sus ojos se abren cuando me estiro detrás de mí y paso mi camisa sobre mi cabeza, y luego la tiro al suelo. Ella gime, y me hace absolutamente seguro mientras me doblo un poco y me desabrocho y quito el pantalón. Se pasa la lengua
por los labios, luego muerde su labio inferior antes de soltarlo lentamente.
―No eres menos merecedor. Me has dado tanto. Para mí, eres un príncipe; mi príncipe. ¿Quieres a una chica como yo? Una chica que está llena de cicatrices y tan...
No puedo aguantar más. No puedo soportar que hable de sí misma así.
―No soy un príncipe, pequeña. Mírame. Estoy lleno de cicatrices también, pero cuando me miras como lo haces, de inmediato quiero ser dueño de tu cuerpo, de tu corazón, de tu alma. Yo me hice estas cicatrices. Tú no tuviste opción, pero carajo si no es algo que sé que nunca voy a tener suficiente de verte, de admirarte.
Soportaste todo eso, y cuando encontraste una salida, la tomaste. Eres tan buena, tan amable, tan dispuesta a complacer a un hombre como yo. De buena gana me
inclinaría delante de ti y te daría todo lo que tengo.
―Un buen toque ―susurra.
―Te daré lo mejor que pueda. Exactamente lo que te mereces. No como en ese callejón, no...
―Por favor ―suplica.
Tiro de mis vaqueros, después tomo un condón, arrojándolo a la cama.
Entonces me inclino y tiro de ella hacia arriba.
―Brazos arriba.
Mientras me tomo mi tiempo levantando su camisa, beso cada centímetro de piel expuesta, mi corazón late en mi pecho cada vez más rápidamente. Lanzando la camisa al suelo, la beso de nuevo, poniendo mi mano detrás de su espalda mientras la bajo a la cama. Entonces esparzo besos con dulzura, suavidad, con pereza voy de su boca hacia abajo a su mandíbula a sus senos, donde chupo suavemente, utilizando todo el poder que nunca supe que tenía con el fin de darle lo que se merece; adoración.
Me aparto y beso su vientre, asegurándome de besar los moretones amarillos desvaneciéndose en sus costillas, y ella se retuerce.
―¿Te duelen, Pauly?
―Más ―dice, así que la beso más abajo.
Le beso una cadera a la otra mientras engancho mis pulgares dentro de su falda y bragas y lentamente se las bajo, besando y lamiendo su piel, mientras cada centímetro queda al descubierto para mí. Cuando levanta las caderas, las arranco el resto del camino.
Sus rodillas ceden, exponiéndola totalmente a mí. Beso el vértice de sus muslos mientras la acuno con dulzura y acaricio suavemente. Ella gime y arquea la espalda, empujando su coño con más fuerza contra mi mano.
Abro sus pequeños labios dulces con mi dedo, lo que la hace tomar una gran respiración y apretar el edredón. Muevo mi nariz a través de su coño e inhalo su aroma, un gruñido se escapa de mi pecho mientras paso mi lengua a través de su
pequeño clítoris tenso.
―Oh, oh, oh ―gime.
La lamo de nuevo, y murmura algo incomprensible, cerrando sus muslos alrededor de mi cabeza. Me recuesto, y ella suspira.
Está brillante, empapada de deseo por mí, por mi buen toque.
Empujo un dedo dentro de ella y lo muevo hacia arriba, y ella me aprieta inmediatamente mientras su coño se cierra alrededor de mi dedo.
Juro que voy a venirme observándola, con olerla, con oírla, así que antes de romperme antes de hacerlo me pongo el condón.
Apoyándome sobre ella, le digo.
―Mírame, pequeña, y no te detengas. Quiero ver cuando te vengas. Quiero verte venir todo el maldito tiempo. Diablos. ―Yo mismo me muevo entre sus labios calientes, después coloco la cabeza contra su abertura, y ella arquea la espalda, diciéndome que quiere más―. No, Pauly, no hagas esa mierda. Quiero hacer esto agradable y lento. Si lo haces terminará antes de que esté todo dentro.
Se estira y tira de mi cabeza hacia abajo, besándome, y empujándose un poco más en el interior. Me centro en su lengua, mi lengua, nuestras bocas mientras poco a poco, centímetro a centímetro, la lleno hasta que no me es posible llenarla más. Entonces retrocedo para que ambos podamos respirar.
Me está mirando cómo le pedí, intensamente, con avidez.
Me muevo lentamente dentro y fuera, dentro y fuera. Ella gime mi nombre con cada golpe.
―Haré esto para ti toda la noche ―digo con determinación.
―Por favor ―gime.
Enredados uno en el otro sin sábanas y con la luz de la noche iluminándola, la tomo suavemente. La tomo lento.
Hago que se venga una y otra vez hasta que está demasiado putamente agotada para moverse.
Finalmente, no puedo ignorar más el ardor.
―Me voy a venir.
―Sí ―gime―. Sí.
―Entonces haremos esto otra vez.
―Más duro ―grita.
―Como quieras ―digo, tomándola con fuerza, golpeando y soltando mi liberación.
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