HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS
LENGUAJE ADULTO
jueves, 29 de septiembre de 2016
CAPITULO 12 (SEGUNDA HISTORIA)
La observo mientras, básicamente sale por la puerta. No es mi estilo perseguir traseros, pero por otra parte, nunca he tenido un trasero tan bueno en mi vida. Esta chica también paga con la misma moneda.
Dicen que el juego es una adicción, pero les aseguro que no lo es. Puedo alejarme de la mesa cuando quiera. Sin embargo, de ese coño platino… Paula, es adictiva. Es increíble. Me tiene alquilando una habitación en este casino
cuando tengo una puta casa, solo para poder asegurarme de que estaré tocando ese trasero de nuevo, probando ese coño de nuevo, devorando su boca de nuevo.
Soy un drogadicto platino.
Antes de que pueda convencerme de que es una mala idea, estoy en la puerta y corro a mi auto. La atrapo saliendo de mi visión periférica. También la veo secarse los ojos e inmediatamente me siento enfermo. No sé si estoy enfermo
porque está llorando, pensando que tal vez es por mi culpa, si estoy enfermo porque está molesta y quiero saber por qué o si estoy enfermo porque quiero saber quién la tiene tan jodidamente emocional que está corriendo tras él.
Como resultado, hago lo que cualquier hombre que ha follado con una platino haría, la sigo a corta distancia.
―Debo estar mal de la cabeza ―me digo mientras cuento, tres autos detrás de ella.
El tres es un buen número.
Suena el teléfono y aprieto el botón de respuesta en mi volante.
―Habla Pedro.
―No me digas ―se burla Lucas, el sonido fluye a través de los altavoces de mi equipo de música.
―Lo siento. … ―Se desvía entre dos autos y se mueve al carril de la derecha. Reviso mi espejo, solo para ver que no puedo alcanzarla―. ¡Mierda!
―¿En serio?
―Mierda, hombre, lo siento. Olvidé que estabas allí.
―Maldita sea, hombre. ¿Ya estás borracho? Es temprano.
―No, estoy… eh… yo… ―Toco la bocina mientras me muevo al carril de la derecha y un imbécil en una camioneta con suspensión variable casi me golpea―. ¡Fíjate, hijo de puta!
―¿Estás bien?
Giro detrás de la Dodge y casi me golpean la parte trasera, pero estoy en el carril derecho.
Tras de mí suenan bocinas y quiero darme la vuelta y enfrentar al imbécil; en su lugar, me inclino por la ventana y miro hacia él.
―¿Me viste poner el intermitente, estúpido?
―¿En qué diablos te metiste? ―Ríe Lucas.
―Nada hombre. Estoy ocupado… en este momento. ―La veo girar a la derecha y el puto semáforo se pone en rojo. Miro el Dodge frente a mí, listo para pasar por encima de su trasero, luego vislumbro el brillo de unos testículos plateados colgando del enganche del remolque―. Tienes que estar jodidamente bromeando.
―Oye, hermano, ¿estás en problemas? ―pregunta Lucas.
―Ningún problema. No. ―Golpeo el volante con frustración.
―¿Qué diablos está pasando? ¿Estás bien?
―No, ¡no estoy malditamente bien! Voy a perder… ―Me detengo cuando me doy cuenta que estoy a punto de admitir ante mi hermano pequeño que estoy, literalmente, persiguiendo un trasero.
―¿Perder qué? ¿Un juego, una apuesta?
―Sí. No. ―Golpeo el volante de nuevo―. Es complicado.
―Eh, ajá. Ya veo.
―Bien. ―El semáforo del carril de la derecha se pone verde y nadie se está moviendo. Hago sonar la bocina―. ¡Vamos, maldito bolas colgantes!
―Hermano, ¿cuál es tu problema? ―Por su tono de voz puedo decir que está gravemente preocupado.
Nos estamos moviendo ahora, gracias a Dios.
―Furia al volante, hombre. Necesito calmarme, pero los idiotas que se quedan pasmados en las luces verdes me enojan.
La luz es de color ámbar y estoy un auto detrás de la intersección. Bolas plateadas se detiene y hago sonar la bocina. Me hace señas, después aprieta el acelerador. Sus bolas plateadas vuelan en el aire. Acelero y cruzo mientras la luz se vuelve roja.
―¡Maldita sea sí, perras! ―vocifero por mi victoria.
―En serio, necesitas relajarte, hombre.
―Solo celebrando cosas pequeñas.
―Entonces, ¿cuándo vendrás a casa?
―Cuando consiga la financiación que necesito ―respondo, desviándome a la izquierda para tratar de localizar el auto de Paula. Veo dos luces delante. Ha de haber salido de la ciudad. Podré alcanzarla.
―¿Estás seguro?
―Sí, estoy seguro. ¿Necesitas algo de efectivo?
―No, tengo una pelea en dos semanas. Será buena.
No hay mucha confianza en su voz.
―¿Estás seguro, hombre?
―Estoy bien, Pedro.
―No me mientas. Si necesitas algo, avísame.
Aprieto los frenos de golpe, parando justo en una luz roja.
―¡Mierda!
Lucas se ríe.
―¿El tráfico de nuevo?
―Las malditas luces rojas. Mierda total.
Tomo el teléfono y busco la aplicación de banca en línea.
Transfiero dos mil dólares a su cuenta.
―Te acabo de enviar algo de dinero. Si no lo necesitas… ―Hago una pausa para levantar la vista y ver que el semáforo está en verde, aprieto el acelerador y quemo un poco de goma―. Devuélvelo después de la pelea. Lo tendrás por si surge algo.
―Es innecesario, hombre ―murmura Lucas.
―Para eso están los hermanos. Mira… ―Aprieto los frenos, las pelotas de saco de huevos ondean de nuevo―. Cretino ―siseo.
―¿Perdón? ―se mofa Lucas.
―Mira, después nos ponemos al día. Quiero tomar una foto de la camioneta de este imbécil y enviártela. Te llamaré pronto.
―Dulce. Gracias hombre.
―Como dije, para eso estamos los hermanos.
Tomo el teléfono y saco una foto, después envío un mensaje.
Para los hombres que no tienen suficiente por ellos mismos, ahora hay ayuda. Grandes camionetas y falsas pelotas pueden ayudar a devolverte la confianza. ¡Qué demonios!
Aprieto enviar mientras la luz cambia a verde.
La sigo durante diez minutos hasta que estamos en una pequeña comunidad de lujo. Pero la chica con la que he estado jugando no es de lujo. No parece ser alguien que desprecie a las personas. Parece increíblemente auténtica.
Trato de apagar los locos escenarios que me pasan por la cabeza, porque soy lógico. Soy calculador. No soy de los que me dejo dominar por las emociones.
Quiero hechos y quiero verlos con mis propios ojos, por lo que continúo siguiéndola.
Dos minutos más tarde, estoy a un lado de la calle en una, para ser honestos, jodida zona escolar. Ahora tengo alguna mierda loca pasándoseme por la cabeza.
Observo mientras se detiene y sale del auto. Luego corre dentro de ese preescolar mientras espero.
Cuando sale, cinco minutos más tarde, se ríe y le sonríe a la pequeña niña que tiene en los brazos. La niña está vestida con un uniforme rosa, con lazo a juego en el cabello y unas deportivas Chucks en miniatura. Esta cría es todo un
espectáculo. Bueno, sus padres lo son, de todos modos y la chica con la que he estado al borde de la obsesión no es esta. Paula es puro cuento.
Tomo una respiración profunda, mi mente se calma de una vez. Me permito racionalizar esta situación y casi me doy cuenta de que Paula tiene trabajo de día como niñera o alguna así. Eso me hace reír, porque estaba en lo cierto; a pesar de su cuerpo es toda piel suave y atractiva, afiladas curvas, su exterior, sus actos no lo son. Pero maldita sea, cuando estoy dentro de ella, sobre ella, tocándola, puedo leer las pistas y no es tan fuerte y áspera en los bordes como cree que tiene que ser.
Salgo tras ella, está a dos calles y la sigo. Debería dar la vuelta. Ya no está llorando, está sonriendo. No se fue con ningún hombre, estaba recogiendo a la hija de alguien.
Debería dejar esta estúpida situación y dar la vuelta. Pero no lo hago.
A cuatro kilómetros de distancia, estaciona frente a un complejo de apartamentos que no está en la mejor parte de la ciudad. Lleva a la niña dentro y luego veo salir a otra chica. Sale del auto y corre hacia la puerta por la que entró
Paula.
Me siento y espero.
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