HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS

LENGUAJE ADULTO

lunes, 10 de octubre de 2016

CAPITULO 8 (TERCERA HISTORIA)





Veo la cinta verde en mi periferia, y luego se ha ido.


Putamente ridículo. Soy absolutamente ridículo. Esa chica es una chica, y ella ni siquiera está realmente aquí, sin embargo, estoy convenciéndome de que la vi. Mierda absoluta.


―¡Lo hiciste, hombre! ―Mis hermanos están a mi lado, sosteniendo mis brazos en el aire cuando el locutor le dice al público lo que ya sé, que soy el puto campeón.


Miro hacia Cobra, que todavía está acostado allí, pero ahora está rodeado de sus malditos matones. Pruebo la acumulación de sangre en mi boca y la escupo, asegurándome de que aterrice en la cabeza del hijo de puta.


―Será mejor que vigiles tu espalda, Alfonso ―me gruñe la mano derecha de Cobra, Tins.


Yo reboto un poco, tratando de deshacerme de la sobreabundancia de energía post-pelea, de lo alto, del pico.


―Tu hombre debería haber vigilado su frente ―escupo de regreso, esta vez escupiendo sangre a los pies de Tins.


Él se pone de pie.


―Pedazo de mierda de los bajos fondos. ―Hace señas con las manos y apunta a mi pecho―. Camina, hombre. Pasa de una puta vez. Tengo una derecha para ti también.


―Mierda. Vamos a salir de aquí. ―Escucho gemir a Martin hacia Gabriel.


―¿Sacarme de aquí? ¡Soy el puto campeón! ―le digo, todavía rebotando de mi pico.


―Vamos, campeón. ―El viejo Salvador me golpea en la espalda―. Vamos a conseguir que te paguen.


―Que nos paguen. ―Asiento―. Es algo grande, Salvador.


―Sé que lo es, Pedro. Sé que lo es.


Martin recibe una llamada mientras Salvador y yo estamos a la espera del hombre del dinero.


―Vamos. ―Señalo mientras me pongo un pantalón de chándal gris―. Estaremos bien. Ambos.


―Adelante ―dice Salvador―. Vuelve a ese bar tuyo y prepárate para una buena noche. Vamos a llevar a una multitud con nosotros. Tengo a siete de mis chicos del
gimnasio aquí. Nada va a pasar, excepto que a nuestro chico le van a pagar, y luego, si la suerte está de tu lado, el campeón tendrá un acostón, soltará un poco de vapor, y estara en Alfonso’s.


―¿Vendrás también? ―pregunta Martin, agarrando el hombro de Salvador.


―¿Tú invitas?


―Sí. ―Martin se ríe y le da un medio abrazo, luego me señala―. Me hiciste sentir orgulloso esta noche.


―Nos has hecho sentir orgullosos a ambos y nos hiciste ganar algo de dinero, también. ―Gabriel me da un golpe con el puño.


Asiento, después tiro mi sudadera por encima de mi cabeza mientras un par de chicos se acercan y les dan a mis hermanos los sobres con sus ganancias.


He estado esperando este día durante mucho maldito tiempo. Aposté cinco de los grandes al más débil, ¿y quién creen que ganó?


―Voy a correr a casa y a ducharme ―le digo a Salvador, entregándole un sobre después de que el hombre del dinero viene hacia mí.


Él sostiene su mano arriba, lo que me sorprende.


―Te he dicho cada vez que no quiero tu maldito dinero. Quiero una victoria.


―Ha pasado un tiempo desde que discutimos sobre dinero. Permíteme recordarte, lo que te digo cada vez, que dejaré de venir si no lo tomas. ―Le doy palmaditas en la espalda y empujo el sobre en su mano―. Vamos.


Agarro mi casco Tahoe de Salvador, después de haberlo dejado allí para que nadie la agarrara contra él durante la pelea, y entonces camino por el callejón hasta donde estacioné mi moto.


Ella y yo tenemos una historia. Se necesitaron dos años para que la reparara y tenerla funcionando de la manera que debiera. No hicimos uso de piezas de recambio. Cavamos a través de depósitos de chatarra y recorrimos sitios de salvamento para traerla de vuelta a su gloria original. La Harley Davidson FLH Shovelhead especial negra y roja de 1974. Bien, en realidad no es especial, excepto para mí.


Me subo y estoy a punto de girar la llave cuando veo que algo se mueve detrás del contenedor de basura. Dejo caer el casco en el asiento, y luego camino tranquilamente hacia el lugar desde donde vino el movimiento.


―Si quieres problemas, él está aquí. Cara a cara, marica.


Nada.


Me acerco y llego a ciegas a la esquina y agarro lo que supongo es una escoria de Cobra.


―No me golpees ―sale la declaración como un gemido.


―Entonces saca tu trasero de aquí. ―Medio lo arrastro bajo la luz y tiro de la capucha de su cabeza―. ¿Qué demonios? ―le digo, sorprendido cuando veo el objeto de cada una de mis putas fantasías―. ¿Paula?


―¡Suéltame! ―dice con un pequeño siseo detrás de sus palabras.


Lentamente, suelto su brazo y levanto las manos en el aire.


―No sabía quién eras.


Ella empieza a moverse hacia la izquierda para rodearme, así que doy un paso adelante. Su espalda pega contra la pared de ladrillo del edificio, y descanso mi mano sobre ella, al lado de su cabeza.


―¿Estás bien? Él no te ha hecho daño otra vez, ¿verdad?


Cuando se mueve hacia la derecha, el instinto entra en acción, y mi otra mano va al otro lado de ella, enjaulándola. 


Sus ojos se mueven por todas partes, en busca de escape, y luego la respuesta de huida que conozco tan bien se convierte en nada.


Su cabeza cuelga hacia abajo, y no dice nada.


―¿Te lastimó de nuevo?


Ella mira hacia arriba, la ira está representada en sus ojos.


―Eres un hombre malo.


Sus palabras me sorprenden.


―¿Perdón?


―Y me engañaste. Pensé que eras bueno. No lo eres. Eres como él. Eres un hombre malo ―dice, ahora al borde de las lágrimas.


―Nunca he lastimado a nadie.


―Le hiciste daño, lo noqueaste. Eres igual a él. ―Su voz es de dolor, y casi está temblando.


Siento una abrumadora necesidad de darle explicaciones para calmarla. Eso me enoja. No soy como él.


―Así es como gano dinero. ―Niego―. Una vez más, nunca lastimaría a nadie porque caga y se ríe o porque fuera un borracho malo o porque quisiera una excusa para usar como bolsa de boxeo a un ser humano.


―Nunca está bien poner tus manos sobre alguien ―dice, tratando de sonar valiente.


―Escúchame y escúchame bien, pequeña. Sé lo que se siente ser golpeado. Mi viejo se parece mucho al tuyo. No soy, ni jamás seré, de esa manera. ―Retrocedo y cruzo los brazos, tratando de calmar mi frustración.


―No pongas tus manos en...


Todavía alto con la adrenalina, el triunfo, y ahora el deseo corriendo por mi sangre, extiendo la mano y toco su mejilla. 


Ella se tensa al principio, pero luego paso mi pulgar a través de la cicatriz, y cierra los ojos, excitándome más.


―Hay buenos toques y malos toques ―le digo.


Ella se inclina a mi mano un poco.


―Este es un buen toque, Paula. ¿Puedes sentir lo bueno que es?


Ella asiente lentamente dos veces.


―Esa es una buena chica. ―Siento que mi pene crece dentro de mi pantalón, y me inclino hacia delante, después pongo mis labios en su otra mejilla y la beso mientras le susurro―: Este es un buen toque.


Cuando vuelve la cabeza para mirarme, las comisuras de sus labios se conectan con los míos, y gimo.


―Esto es realmente un buen toque.


Sus labios se juntan y presionan contra los míos, y necesito toda la fuerza que tengo para tirar hacia atrás.


―¿Te lastimó de nuevo, pequeña?


―No soy pequeña. ―Está enojada de nuevo, pero también lo estoy yo, conmigo mismo.


―Eres menor de edad. Si no fuera así, ese beso se habría convertido en un toque inolvidable.


―Te gusta golpear a la gente. Lo vi.


―Peleo por dinero, pequeña, pero no estoy en el mal toque. ―El dolor profundo dentro de mí, el que está quemando mis bolas, junto con la alta necesidad de conquistar, es casi imparable.


Me inclino para acariciar su cuello. Entonces raspo mis dientes suavemente sobre su piel, usando cada gramo de restricción que tengo para no hundirlos en ella, para consumirla, luchando contra lo imparable que quiero tomar a esta pequeña contra la pared de mierda.


―Me encanta el buen toque.


Ella gime, su cara se presiona contra la mía.


―¿El trofeo de esta noche, Hittaker? ―Me tambaleo hacia atrás cuando escucho esa voz―. Disfrútalo. En tres semanas, ella va a estar en mi pene, y el título estará de nuevo en mis manos a menos que seas demasiado cobarde.


Me vuelvo, sujetándola en su lugar detrás de mí, protegiéndola, acaparándola. Joder, quiero reclamarla, pero no es mía para reclamar; no es de nadie. Tiene malditos diecisiete.


―Empuja tu pene hacia atrás entre tus piernas, Cobra. Perdiste, así que aléjate ―gruño mientras doy un paso atrás, asegurándome que ella esté a salvo entre la pared y yo, asegurándome que no la vea.


―Dame tu palabra, Alfonso, y me iré.


―No retrocedo de una pelea, pero no te daré una mierda. Haz que tus perras se pongan en contacto con Salvador, y estaré ahí.


―Si no es lo suficientemente hombre para dártelo bien, ángel, yo te lo daré ―le dice Cobra, mientras se aleja.


Una vez que está fuera de la vista, agarro su mano.


―Necesito llevarte a un lugar seguro.


Ella se ve confundida.


―¿Estás lista para hablar con los policías ahora?


Ella niega y se aleja, pero tomo su brazo.


―No estás más segura contra la escoria que cuelga alrededor aquí que con él, pequeña.


―Tengo que ir a casa.


―¿Cómo se supone que voy a dejar que eso ocurra? No puedo dejar que te siga golpeando como la mierda.


―Él ya no me pega tanto como antes. Lo tengo todo bajo control.


―¿Qué quieres decir? ―Todavía veo marcas.


―Él duerme, y puedo respirar. ―Trata de pasar delante de mí otra vez, y otra vez agarro su brazo.


―Tienes que salir como la mierda de allí. Prometo que me aseguraré de que se ocupen de ti.


―Tú has estado cuidando de mí.


La forma en que lo dice me confunde.


―No creo que sea suficiente.


―Las cosas que me dejas... han cambiado mi vida. Él come; yo duermo. Pero tengo que irme. ―Me sorprende estirándose y besándome rápidamente―. Gracias por todo lo que has hecho por mí. Hasta ahora, a nadie le importé.


―Eso no es cierto. No dejaste que a alguien le importara. ―No quiero que piense que soy un puto héroe. Ese nunca es la forma en que quiero ser visto por una chica con la que quiero estar.


―Me tengo que ir. ―Vacila, y luego sus facciones se llenan de determinación―. Ahora.


La agarro de la mano y tiro de ella hacia mi moto. Entonces pongo el casco en ella, mientras está allí, dándome esos ojos soñadores.


Debo decirle que lo que ve no es lo que soy, pero carajos si no acabo de convencerla de que no era un abusador también.


―Voy a llevarte hasta allí. ―Me subo a horcajadas sobre mi moto―. Sube y ten paciencia.


Ella sigue mi orden, y enciendo la moto, después acelero el motor y le meto un poco de gasolina. Mientras Paula se aferra con más fuerza, salgo rápido.


Mientras tomo el largo camino a su casa, a su prisión, a su infierno, su cuerpo se envuelve alrededor de mí de forma segura. Si desmontara en este momento, sé que todavía se quedaría unida a mí.


La dejo a una cuadra de distancia, para no despertar al bastardo cuya vida terminaré si me da la oportunidad de nuevo.


Ella se baja, y yo también lo hago para ayudarla con el casco.


―¿Sabes cómo llamar al 911?


Ella niega.


―No tenemos teléfono.


―Mierda ―espeto mientras paso mis dedos pasan por mi cabello―. Tendrás uno.


Se ve confundida mientras se aleja.


Se detiene justo antes de cruzar la carretera hacia la puta cucaracha de hotel.


―Gracias.






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