HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS

LENGUAJE ADULTO

domingo, 9 de octubre de 2016

CAPITULO 5 (TERCERA HISTORIA)



Mis hermanos, Martin y Gabriel, están en el bar cuando entro.


―¿Entrenamiento duro? ―pregunta Gabriel, buscando.


Cuando veo las miradas de intercambio con Martin, miro atrás y adelante entre ellos un par de veces.


―Sí. ¿Qué hay con eso?


Me siento, tratando de evitar sus ojos. Saben que algo pasa.


 Puedo decirlo.


Desde luego no voy a decírselos, porque es nada más que una jodida obsesión, una que me va a hacer terminar en la cárcel si no corto la mierda. No puedo, sin embargo. 


Simplemente no puedo.


Ella me persigue día y noche. Si no estoy pensando en ella, estoy soñando con ella. Sueño con salvarla, con abrazarla, y sueño llevándola lejos a alguna parte hasta que tenga dieciocho años y pueda tocarla.


Están jodidamente callados, por lo que interrumpo con la única cosa que puedo decirles.


―Pelearé contra Cobra mañana por la noche.


―¿Y ahora estás jodidamente revelándonos eso? ―encaja Martin.


―¡Me acabo de malditamente enterar! ―gruño de regreso.


―¿Estás seguro que puedes manejarlo? ―pregunta Gabriel.


―¿Qué diablos se supone que quieres decir con manejarlo? ―digo.


―Estás distraído como el infierno. Eso es lo que quiero decir.


―Bueno, la mierda esta cambiando. Qué hay con tu casamiento, y... ―apunto a Gabriel―...traerlos a casa a los dos.


―Cuidado ―gruñe Gabriel.


―¿Qué demonios? Los adoro a todos, pero como dije, la mierda está cambiando. Ustedes hijos de puta déjenme respirar y dejen de estar sobre mi espalda. ―Me pongo de pie, molesto y a 2.2 segundos de romper mi mierda―. Saldré.


―Espera de una puta vez. ―Se ríe Martin―. Siéntate y come algo. Joder, ten una bebida.


―Dos. Creo que necesita dos ―dice Gabriel con una sonrisa―. Sienta tu trasero, payaso.


A regañadientes me siento, hirviendo. En minutos, Emi coloca un plato de pastel de carne y puré de patatas delante de mí. Me da una triste sonrisa, y le doy las gracias, a pesar de que no tengo hambre, porque cuando tengo hambre, pienso en ella, en la diminuta Paula, y me da rabia. Estoy enojado con la policía y los trabajadores sociales por no arrastrarla fuera de allí, enojado que no importe cuántas veces le diga a Johnny Imbécil Ley, que me avise. ¡A mí!


Golpeo mi puño en la barra y miro hacia arriba.


―¿Todavía no hay nada pasando? ―pregunta Martin con las cejas disparadas hacia el techo.


―Listo para pelear ―miento. Pero ¿es una mentira? ¿Voy a perder mi mierda, o voy a poder controlarme?


―Bueno, puedo garantizar que la barra de roble nunca va a meterse de nuevo contigo. ―Gabriel se ríe.


―¿Igual que Carolina no se está metiendo contigo? ―gruño de regreso, sabiendo que está pasando por algo de mierda, y que fue un golpe bajo.


―Come, nene Alfonso. Si necesitas un compañero de entrenamiento, te voy a dar uno. ―Gabriel se levanta y camina hacia la entrada de la parte de atrás, gritando por encima de su hombro―. Podría meterme en eso cuando quiera. Estás enojado porque todavía serás vencido.


Sé que crucé una línea. Joder, le está dando a su pequeña mamá un poco de espacio, haciendo lo que es mejor para ella.


Niego y miro hacia arriba a los ojos desaprobadores de Emi.


Le doy una sonrisa y un guiño, sabiendo que se comerá la mierda, y que hará su mejor esfuerzo para no sonreír, pero lo hace. Entonces lanza el trapo mojado de la barra a mi cara.


―Sé agradable.


Asiento y miro a Martin.


―Si él no puede dártelo suficientemente bien, grítame, nene Alfonso.


Me levanto y voy a la puerta, oyéndolo decirle a Emi:
―¿Te doy lo que necesitas bien, mi atractiva, pequeña, chica loca?


―En cualquier momento y en cualquier lugar ―dice en un susurro, pero lo escucho.


Algún día, tendré una chica comiendo de mi mano, también. 


Justo ahora, tengo que dejar que Gabriel me venza un poco porque me siento como una mierda actuando como un idiota.


Él se quita la camisa, y me río mientras dobla sus pectorales.


―¿Alguna vez has visto algo tan bonito?


―Sí, esto. ―Tiro de mi camisa.


―Eso no es bonito, hombre ―refunfuña él―. Es un montón de mierda la que tienes allí, Legado. Tus brazos están cubiertos por completo.


―Se les conoce como manguito, idiota.


―Te voy a comprar una camisa, con mangas y todo. ―Se posiciona y hace señas hacia mí con la mano―. Vamos a jugar.


Golpeo, sabiendo muy bien que me puede bloquear, y lo hace.


―¿Tengo “perra” en mi frente? ―Se ríe―. Vamos, tipo duro, no estás jugando con un viejo borracho.


Golpeo de nuevo, no duro, solo lo suficiente como para decirle que estoy presente.


―Ahí lo tienes ―dice, mientras se lanza hacia delante y agarra mi cara―. Manos arriba, Pedro.


―Que te jodan. ―Toco su cara cuatro veces―. Toma tu propio consejo.


Jugamos esa mierda, él, luego yo, de ida y vuelta, y todo lo que hace es hacerme terminar.


Antes, cuando éramos más jóvenes, Gabriel dejaba que nuestro viejo lo golpeara. Golpe tras golpe, lo tomaba. Sabía muy bien que estaba sacando dos cosas de ello. En primer lugar, cansaba al viejo para que no pudiera ir en pos de
mamá, Martin, o yo. Segundo, parecía que le gustaba el dolor que procedía de mostrarle al anciano que no podía romperlo.


Cuando el imbécil iba tras Martin, le rompía los huesos y esas cosas. Como resultado, Martin golpeaba al bastardo con rapidez. Cuando vino tras de mí, jugué con él. Yo era el gato, y él era el puto ratón. Lidiaba con él, pasando las
piernas por debajo de él, siempre dejando que el hijo de puta llegara a recuperarse un poco antes de golpear su lamentable trasero de nuevo.


―Lanza algo, Pepe. Vamos ―dice Gabriel.


―Estoy bien ―le contesto con un movimiento de cabeza, retrocediendo―. Voy a ir a una carrera.


Con eso me voy, corriendo al lugar al que siempre voy cuando mi cabeza es una mierda, al cementerio, para asentarme y hablar con la mujer que me dio la vida. La acera está agrietada bajo mis pies mientras me presiono hacia adelante, yendo al único lugar en que puedo verla ahora. 


Ella me dio la vida, amor y, hasta su respiración de muerte, el valor de pelear.


Sentado al lado de su tumba marcada, me inquieto. Todavía no puedo creer que se haya ido. La echo de menos más de lo que podría jamás expresar en palabras. Todos hemos pasado por insuperables cambios desde que la perdimos.


Martin está casado. Gabriel está desde la cabeza hasta los talones enamorado de una chica que tiene equipaje a plena carga. Demonios, acaba de regresar de un viaje a Las Vegas para poner al ex de Carolina en la cárcel. Estoy seguro que
cualquier día de estos se comprometerán. Sé que ella lo ama, simplemente no puede soportar sentir que le debe a alguien. Todos tenemos nuestros problemas.


Su niña, Camila, o la polluela, como Gabriel la llama, es totalmente encantadora. Nunca he estado en todo con los niños pequeños antes. Sin parientes para hablar además de mis hermanos, mi mamá, y el donante de esperma, nunca
realmente me dieron la oportunidad de hacerlo.


―Me gustaría que pudieras conocerlas, mamá ―le digo mientras me siento en el suelo junto a su tumba―. Tus dos chicos mayores lo hicieron muy bien. No son como él, sabes. ¿Yo? Bueno, me gusta golpear mierda, pero ya sabes eso. ―Me tumbo en el suelo frío y miro hacia el cielo―. Tengo un nuevo tatuaje. Dice Legado.


Nunca tuvimos mucho en forma de cosas materiales, nunca tuvimos un bote lleno de dinero en efectivo, diablos, ni siquiera un baúl, pero lo que nos dejaste valió más que todo eso. Somos tu legado. ―Tiro hacia arriba la manga de mi Henley, con la esperanza de que tal vez lo vea desde donde me imagino que está sentada, en lo alto de las nubes―. Recuerdo a la mujer que me crió, a la mujer que me dio la
vida, a la mujer a la que siempre quiero hacer sentir orgullosa de mí, la mujer que quiero que esté viva por medio de mí. Justo ahora, Martin y Gabriel están cumpliendo con su promesa de eso, mamá. Son tu bien en un mundo del mal. Yo te hice la misma promesa, y juro por Dios, que llegaré a ella algún día. Es sólo que me va a tomar más que a ellos.




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