HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS

LENGUAJE ADULTO

sábado, 22 de octubre de 2016

CAPITULO 47 (TERCERA HISTORIA)





Mis hermanos y yo estamos de pie en el callejón junto al bar, sin entrar. Las mujeres- nuestras mujeres, algunos de nuestros otros miembros de la familia del bar, y, por supuesto, Julian se encuentran dentro de la configuración.


―¿Estás nervioso? ―me pregunta Gabriel.


Niego.


―Sólo quiero verla, eso es todo.


―¿Crees que va a tratar de huir? ―Martin se ríe.


―Podría intentarlo, pero la atraparía, y lo sabe. ―Tiro de la estúpida corbata que parece demasiado apretada.


―¿Te sientes enjaulado? ―Gabriel se ríe.


―No, hijo de puta. Odio estos malditos trajes. Tú, niño bonito, es al que le gusta esta mierda.


―Es porque los trajes me quieren ―dice, enderezando su corbata―. Hago que se vean mejor.


―Tienes que estar putamente bromeando ―resopla Martin.


Sigo sus ojos para ver al viejo con una pequeña nueva perra en su brazo. Si me gustara el bastardo, admitiría que se ve mejor que nunca.


―Hola, chicos ―saluda a medida que se acerca―. Esta es Maxine. Maxine, estos son mis hijos.


Todos nos fijamos en ella y yo cabeceo.


Es mayor que él, a pesar de que no sería obvio para cualquiera que no conociera al hijo de puta. El alcohol lo envejeció. Mi conjetura es que hay unos buenos diez o quince años entre ellos.



―Es un placer conocerlos a todos. ―Ella sonríe con timidez―. He oído hablar mucho de ustedes.


―Todas cosas buenas, supongo. ―Me río.


―Estoy orgulloso de mis muchachos ―dice papá antes de que su pecho sobresalga. El hijo de puta parece un pavo real, y no tengo ni idea de porqué.


―Siempre lo has estado, ¿no, viejo? ―dice Martin, mirándolo.


―Bueno, tal vez no siempre. ―Ríe con nerviosismo.


Cuando ninguno de nosotros dice una mierda, le da un beso en la mejilla, y tengo ganas de vomitar y perforar al hijo de puta al mismo tiempo.


―Acabo de regresar de Las Vegas. ―La ceja amenaza con levantarse, pero está en su mejor comportamiento jodido, de perro viejo astuto. Me pregunto lo que hizo ahora―. Sólo quería pasar por aquí y decirles que me mudaré a Santa Bárbara con Maxine, y nos ocuparemos del problema en Las Vegas.


―El problema, ve y maldit...


Martin se estira y toma mi hombro, deteniéndome.


―Eso es bueno. Me alegra oírlo. Ustedes dos tengan una gran vida ―dice Martin.


Esta chica Maxine no tiene ni idea de en lo que se está metiendo. No es justo.


―Los dos perdimos a nuestros amores verdaderos el año pasado. Es una bendición tener una segunda oportunidad ―dice ella, mirandolo―. Un nuevo comienzo.


―Maxine, avísanos si necesitas algo ―mi voz retumba, y ella me mira.


―Soy consciente de eso. ¿Tal vez puedan venir a visitarnos los tres en los días de fiesta?


Antes de que pueda decir que el infierno se congelará primero, el viejo se mete.


―Vamos a llegar tarde a nuestro vuelo.


―Correcto. Esperamos que entiendas que tendremos que perdernos tu gran día, Gabriel ―dice ella, mirándome―. Nuestros vuelos fueron programados antes de que lo supiéramos, y nos vamos a un crucero...


―Entonces será mejor que se den prisa. ―Gabriel, el puto verdadero Gabriel, los anima.


Se cruzan la calle, donde el anciano abre la puta puerta del pasajero de su Cadillac, diciéndole algo a ella, y luego trota al otro lado de la calle hacia nosotros.


―Me hice cargo del problema en Las Vegas ―dice.


―Era tu problema, por lo que deberías haber cuidado de él ―escupí.


―¿Tú lo hiciste o fue ella? ―Gabriel señala el lado de la calle.


―Ustedes, muchachos, me pudieron haber ayudado a salir.


―¿Y poner en peligro a mi familia? Estás fuera de tu mente maldita, viejo ―encaja Gabriel.


―Tengo la oportunidad de un nuevo comienzo ―dice él, pasando la mano por su adelgazado cabello de color gris oscuro.


―No mereces esa mierda, viejo. Mamá, sí se lo merecía. Ella putamente merec...


―Más de lo que le di ―admite, mirando hacia abajo.


―Esa epifanía es un poco tardía ―gruñe Martin.


―Dejé de beber. ―Se vuelve hacia atrás.


―¿Una vez más? ―dice Gabriel.


―Treinta y cuatro días sobrio ―dice con más convicción de la que he visto nunca en él.


Si no estuviera apoyado contra la pared, me hubiera caído.


―No sé lo que quieres de nosotros. Qué esperas.


―Me gustaría su perdón.


Antes de que pueda decir mierda, Emi abre la puerta.


―El resto de tu vida empieza ahora.


Sus palabras me golpean, y el pensamiento de la mujer a la que haré mi esposa, a la que voy a amar y proteger siempre, me golpea más fuerte.


Tomo algunas respiraciones profundas y miro a mis hermanos, y luego a él.


Después de todo lo que hemos pasado en los días pasados, no delatando a Cobra, Pauly piensa que es debido a la amistad, pero sabe que creo que será suficiente con lo que va hacia él. El perdón parece ser un tema de trabajo.


―Tienes el mío. Mi perdón. Pero yo... ―Me detengo―. Nunca olvidaré lo que nos hiciste atravesar, en lo que nos pusiste. Nunca lo olvidaremos. Jamás.


Él asiente y mira a Gabriel.


―Si la tocas, a esa señorita Maxine, te golpearé de nuevo esta vez. ¿Lo tienes?


El anciano asiente una vez.


―No es que me importe un carajo la vieja bruja, pero tócala y ya está. No me alejaré ―añade Martin.


―Gracias ―dice, y juro que puedo ver una lágrima formarse en sus viejos, muertos ojos, sin alma―. ¿Quizás los tres y sus esposas puedan venir de visita?


―Te perdonamos. No tientes la suerte de mierda, viejo ―le digo al abrir más la puerta―. Vámonos.


Emi sin una mirada hacia atrás.


Veo verde, el mismo color que la cinta que ahora le di hace ocho meses, en todas partes: en las lámparas de papel, en las flores de seda, y en las pequeñas cintas diminutas. Me trago de nuevo todo tipo de putas emociones.


Miro a mis hermanos, que están haciendo lo mismo.


―Ella está aquí con nosotros.


Ellos asienten, ambas expresiones a semejanza de lo que siento por dentro.


―Maldita sea ―gimo y muevo la cabeza.


Miro hacia arriba para ver a Julian de pie en la pista de baile, sonriendo.


Niego y miro a mis hermanos.


―Al idiota le encanta esta mierda.


Gabriel sonríe.


―Apuesto a que ella está sonriendo con eso, también.


―No hay duda. ―Martin suspira―. Ve, bebé A. Pongamos este espectáculo en camino.


De pie junto a Julian, miro hacia arriba cuando la música comienza, y casi me pierdo. Las palabras son inquietantes y hermosas mientras Jewel canta “Life Uncommon”. No te preocupes, madre, todo estará bien.


Mis hermanas van por las escaleras, que llevan el mismo color verde en todos los estilos diferentes, todas llorando, incluso Camila, que dice:
―Mami, ¿por qué estamos llorando?


―Estamos muy, muy felices ―dice Carolina y la abraza en medio de las escaleras.


―Está bien, mamá, está bien.


Me pongo en cuclillas.


―Ven aquí, Ris Priss. ―Ella corre hacia mí, y la abrazo.


 ―Todos estamos muy bien.


―Está bien. ―Me abraza alrededor del cuello y me aprieta.


―Vamos, polluela ―dice Gabriel, tomándola de los brazos―. El tío Pedro tiene algo que hacer.


―Cásate con Pauly. Hazla mi tía.


― Justo estoy en eso. ―Él levanta el puño, y ella golpea su puño mientras se alejan.


Miro hacia arriba para ver que ella todavía no viene abajo, por lo que veo a las chicas, quienes me sonríen.


Empiezo a caminar hacia la parte inferior de la escalera, pero Martin me detiene.


―Emi dice que tienes que esperar.


―Mierda. Algo está mal.


― No pasa nada. ―Emi sonríe―. Todo está perfecto. ―Toma mi mano―. Espera.


―¿Esperar qué? ―pregunto, tratando de no sonar tan idiota.


La canción se detiene y otra comienza.


―Esa es mi chica. ―Me río cuando sale―. Malditamente hermosa.


Tiene una larga túnica blanca con cintura alta y no es de encaje ni esponjosa.


Fluye sobre cada deliciosa curva del cuerpo de mi pequeña. 


Su cabello está en una trenza floja, entrelazada en una cinta verde, otra atada en un arco en la parte inferior.


“We Are the Champions” esta sonando a través del sonido envolvente, y mi niña está sonriendo. No hay nada más que felicidad y amor en sus ojos, y me siento igual.


Cuando está de pie en el último escalón, casi cara a cara conmigo, envuelvo mis brazos alrededor de ella y la levanto.


―Malditamente hermosa.


Sus manos toman mi cara y me besa.


―Más guapo cada vez que te miro.


Me inclino para besarla y escucho a Julian carraspear sobre el micrófono.


―Órdenes estrictas de Julian ―me dice―. Sin beso hasta que hayamos hecho todo allí fuera con el anillo.


―¿En serio?


―Por mucho que lo quiera, lo prometí. ―Se muerde el labio inferior y me da la cara más sexy con un pequeño puchero.


―Podemos jugar con tu gobierno, por ahora, Pauly, pero recuerda, quien gana la pelea.


―Tú.


―¿Por qué?


―Porque eres el campeón.


―Puedes apostar tu trasero a que lo soy.


La llevo a la pista de baile y ella se ríe. El sonido más dulce en el mundo.


La dejo en el suelo y luego le doy a Julian una inclinación de cabeza.


Él mira a la multitud y asiente. Suena una campana, y miro para ver a Kid sonriendo. Creo que es una sonrisa, de todos modos.


―En esta esquina, tenemos a Pauly Hottie.―Julian levanta su brazo y ella se ríe―. Tenemos que hacer esto rápido. Ella es rusa, posiblemente de la KGB. No lo he descubierto todavía. Quiero decir, ¿por qué demonios él se casaría con ella... ―me señala ―... si no fuera espía o tratara de obtener una tarjeta verde?


Todo el mundo se ríe.


―En esta esquina, tenemos a Pedro “Hitmaker” Alfonso.


Los aplausos suenan en la habitación, y no puedo evitar reír.


―¿O debería decir Hit-taker? El campeón renunció a su necesidad de golpear a todas las mujeres de la ciudad unos cuantos meses atrás. Estoy seguro de que estaría cambiando de equipos. Es decir, me miró divertido.


―No hay bateador ambidiestro aquí, hombre.


―Eso es muy malo. Tenía un nuevo nombre de boxeo para ti si decidieras salir.


―¿Ah, sí? ―Me río.


―Ponche de frutas―dice serio como la mierda, y todo el mundo se ríe.


―Mierda, no se supone que sea divertido ―digo, mirando a la multitud y tratando de no reírme.


―Bueno, entonces no voy a entretenerlos mucho. No soy todo políticamente correcto. ―Julian sonríe―. Déjeme preguntarte, Pauly, ¿qué tienen en común un boxeador y una botella de cerveza?


Ella piensa por un minuto.


―¿El tamaño y la forma? ―Mi mandíbula se cae, y todo el mundo se ríe―. ¿Qué? Él es grande.


―¡Chica con suerte! ―grita alguien.


―Bueno, iba a decir que están vacíos del cuello hacia arriba, pero es bueno saberlo. ―Se estira detrás de él y frota su trasero―. Me alegra que no estés detrás de mí. Tendría que pedirle a Emi algunas de las bragas que dijeran No entrar.


―¿Qué demonios sabes acerca de las bragas de mi chica? ―Suelta Martin una risa.


―Sé las da a todo el mundo.


―Esa mierda no es graciosa ―digo, esperando que Martin no se vuelva un monstruo.


―Me dijo que le dio un poco a tu chica. ―Me río y lo mismo ocurre con Pauly.


―Lo hizo ―admite Paula―. Te mostraré los nuevos más tarde.


―Eso es lo que espero. ―Le hago un guiño mientras tomo su mano.


Julian pasa entre nosotros.


―A las esquinas.


Levanto mis manos y doy un paso atrás.


―Qué mal, hombre.


―Toc, toc ―dice Julian.


La multitud responde:
―¿Quién está ahí?


―Rusia.


―¿Rusia quién? ―dicen.


―No rusos para casarse. Por lo que entiendo, él ha sido ruso desde que ella cumplió dieciocho desde hace meses.


Todo el mundo se ríe mientras Pauly sonríe y se sonroja.


Le hago un guiño.


―Es cierto pequeña.


Pedro, será mejor que la tengas así en el gimnasio. Por lo que sé, ella es rápida. Es rusa.


―Azote, hombre. ―Me río―. Realmente azote.


Él se vuelve a Pauly.


―Quiero que me prometas algo.


Ella asiente.


―Si piensas que está mordisqueando demasiado duro tu oreja, empújalo y recuérdale que no es Mike Tyson. Querrás conservar las orejas, Pauly.


―Date prisa, Julian. ―Me río―. Quiero ponerle fin a la Guerra Fría.


Él me mira fijamente.


―Soy el divertido aquí.


―Por supuesto. ―Le hago un guiño.


―Deja de guiñarme el ojo, ponche de frutas ―dice, haciendo que toda la habitación entre en una erupción de risa.


Cuando se calman, él mira a Pauly.


―¿Seguro que quieres casarte con este chico? Es todo músculos y tatuajes.


Ella sonríe.


―Es bonito por fuera, pero su interior lo es aún más. Sí. Sí, quiero casarme con él.


Él asiente, luego me mira.


―Honrar y proteger, no eclipsar, al lado y no detrás.


Asiento.


―¿Quieres casarte con Pauly Hottie?


―Claro que sí, y quiero que dejes de decir eso. Implica que has estado controlando lo que es mío, y eso me enoj...


Pedro. ―Pauly ríe.


―Pauly.


―¿Quieres casarte conmigo? ―pregunta con dulzura.


―Sí, pequeña, quiero casarme contigo.


―Perfecto. ―Julian mira a la multitud, suena la campana, y toma nuestras manos y las junta―. Muy bien, a pesar de que Pauly aquí no es mayor de edad, quiero que todos levantemos una copa. ―Lo veo levantar una botella de vodka―. Soy un tipo de cerveza y whisky, pero por hoy, hagamos que nuestra pequeña espía rusa se sienta bienvenida, y elevemos un vaso de vodka.


Los camareros pasan los vasos. Doy un paso hacia mi chica y la envuelvo en mis brazos.


―Besa a la novia, Alfonso ―dice.


La levanto y hago exactamente eso. Sus labios se abren, mi lengua entra en su boca, y escucho a Julian anunciar.


―Con ustedes, el Sr. y la Sra. Pedro Alfonso.


A medida que continuamos el beso, la canción suena de nuevo.


Ella tira hacia atrás.


―Lo somos, ¿sabes?


―Sí, seguro que lo somos. Te amo, señora Alfonso.


Ella hace un puchero y me besa duro antes de retroceder.


―Quiero mucho más de eso.


―Bien.


Ella se zafa de mis manos.


―Llévame a casa ahora, por favor.


Estoy duro al instante.


―Pero...


―Bienvenido de nuevo. Necesito que me lleves a casa.  Ahora.






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