Se da la vuelta y me quedo de pie frente a ella, poniendo las manos sobre el mostrador de atrás. Su respiración se atasca de nuevo, pero no se mueve.
―Te ve y ve lo que haces. Va a ser una mujer fuerte, sin duda. Ahora explica la razón detrás por la que no me quieres a su alrededor.
―¿Qué es Twitch? ―menciona, aclarándose la garganta y tratando de ocultar el deseo, la forma en que se siente cuando estamos tan cerca.
―Dije perra. No sabía que estaba allí y que tenías que cubrir mi…
―¡Así que soy una perra! ―Me empuja, pero le sujeto las manos y las sostengo contra mi pecho.
―A veces. ―No puedo evitarlo, a pesar de que no tiene nada que ver con lo que estaba diciéndole.
Me empuja de nuevo.
―Aunque es sexy.
―Pedro, no juegues con mi hija.
―Ya no soy un jugador.
―Cierto. ―Finalmente mira hacia otro lado.
―Mírame. ―Lo hace―. No estoy jugando.
―¿Qué quieres de mí? ¿Qué crees que te debo? ¿Qué?
―Cálmate, nena. Una pregunta a la vez. ¿Qué es lo que quiero de ti? Te podría hacer la misma pregunta.
―¿A mí?
―Sí. ―Me inclino―. ¿Qué quieres tú de mí?
Su pecho sube y baja, respira con rapidez, mientras lentamente me muevo hacia ella.
―Mientras piensas la respuesta; no, Paula, no te poseo. Tú eres tu dueña. Ahora, desearte… Bueno, creo que sabes la respuesta a esa.
Me aparto hasta que me sujeta la camisa con los puños.
―No tengo idea de qué quiero de ti. ―Su voz es densa y ronca.
―Estás jugando. Ya sabes lo que quieres. Lo deseas y lo haces aquí. Es tu movimiento, tu decisión. ―Me inclino lentamente―. Está aquí, nena. Justo aquí.
Se lame los labios y mira fijamente los míos, entonces baja la mirada a mi erección presionando contra mi pantalón.
―Tus chicas podrían haber cuidado de tus necesidades.
―Esa necesidad solo puede ser atendida por uno de los dos; y quien ha estado manejándolo está realmente cansado de hacerlo en la ducha, pensando en ti.
―Necesitas un revolcón.
―Necesito probarlo, un toque, algo que me mantenga hasta que sepas con absoluta seguridad que esto es lo que deseas, porque estoy completamente dentro, nena. No te poseo, ¿me sientes? ―Tomo su mano y la muevo por mi
pecho hasta la cintura del pantalón―. Pero si me quieres, estoy aquí. Me comportaré como tu perra hasta que te des cuenta que no te poseo de la forma en que él lo intentó.
Veo cómo está pensando.
―¿Twitch? ―rechina.
―Llámalo como quieras, pero si no lo vas a tomar, necesitas largarte de aquí y dejarme cuidar de mí mismo.
―Muéstrame ―indica, tratando de ver lo lejos que me puede empujar.
―¿Quieres ver como cuido de mí mismo?
Asiente, tragándose su deseo.
―¿Me vas a enseñar lo que has estado haciendo para cuidar de ti misma?
Niega.
Me desabrocho el cinturón, luego me estiro y la sujeto por la cintura. La levanto y gime, se queda floja en mis brazos, con la cabeza en mi hombro, mientras la pongo en la barra, después doy un paso atrás.
―No está acostumbrado a los espectadores, nena, pero si lo quieres lo tienes. Empieza así. ―Me desabrocho el pantalón y mi pene sale de mi calzoncillo―. Te está buscando, siempre está buscándote. No puedes salir de su sistema. ―Me bajo el calzoncillo y me envuelvo el pene con la mano―. Voy a cerrar los ojos, porque tú sentada no eres tú yaciendo en la parte trasera de tu auto mientras me como el mejor coño que he tenido en mi puta vida. Platino,
Paula. Joder ―gimo mientras me acaricio arriba y abajo―. Tengo que apretar fuerte… mmm. Esa vagina platino tuya, tan húmeda, tan apretada…
―Pedro ―gimotea.
―¿Sí, nena? ―comento mientras abro los ojos y me bombeo a mí mismo, viendo sus ojos entrecerrados―. ¿Lo deseas?
Asiente, una vez.
―Quítate el pantalón y planta ese trasero en la barra. ―Vacila―. Nena.
Se pone de pie y se quita el pantalón, luego se gira para subir a la barra, la sujeto por detrás antes de que tenga la oportunidad de darse la vuelta. Aparto su tanga a un lado y froto mi dedo arriba y abajo en su húmeda división.
―Joder, estás empapada. ―En un segundo, tomo ese trasero entre las manos y beso esos hermosos y pequeños globos redondos que están en el aire―. El trasero más atractivo que he visto en mi puta vida.
Llevo la lengua hasta la división y arquea la espalda.
―Quieres que te lama la vagina, ¿no?
―Sí ―gime.
―Gracias, joder. Date la vuelta ahora. Lento, nena. Quiero adorar tu trasero pronto, pero si quieres que te coma la vagina, voy a comer esa vagina.
Ahora está sentada en la barra.
―Pies sobre mis hombros.
Hace lo que le pido y mi contención ya no está. Mientras, chupo sus labios hinchados y froto la lengua arriba y abajo a cada lado, su cuerpo se estremece mientras agarra el borde de la barra.
Poco a poco, muevo la lengua arriba y abajo sin entrar. Se retuerce y suelta gemidos ahogados, diciéndome que la estoy volviendo loca. Infiernos, yo también estoy enloqueciendo.
Entonces meto mi lengua y grita:
―¡Pedro! Oh Dios.
La máquina de discos se pone en marcha sola cada veinte minutos, y lo hace ahora. “Skin” de Rihanna comienza, la puta canción perfecta.
Mantengo el ritmo de la canción con la lengua en un baile lento, el juego perfecto. La cubro con la boca mientras estiro las manos y le subo la camiseta, viendo cómo se sonroja y entrecierra los ojos. Éxtasis. Puro placer. Dios, me encanta hacerla sentir de esa manera.
Se quita la camiseta y sujeto sus muslos, separándolos más mientras chupo su clítoris y vuelve a gimotear. Está frotando las caderas contra mi rosto mientras la lamo más fuerte, chupando con más fuerza y luego, meto dos dedos en su
temblorosa vagina.
―Te deseo. Oh, Dios, por favor ―suplica.
Pero no he terminado de comerme esa vagina, no he terminado de meterle los dedos, de saborearla. Quiero tenerla en el borde más tiempo, así que lo hago.
Cuando consigo mi dosis, por ahora, la alzo.
―Tengo que probar esos pechos. ―No espero por una respuesta, simplemente los tomo. Cuando paro durante un minuto, levanto la mirada hacia ella―. Ningún hombre en su sano juicio no te querría como suya, Paula. Eres tan jodidamente hermosa, magnífica, perfecta.
Cierra los ojos.
―Necesito entrar, nena. Necesito sentirte desde el interior.
Me rodea el cuello con los brazos mientras la levanto.
―Boca, dámela.
Lamo el interior de su boca mientras ahueco su trasero desnudo entre las manos, amasándolo, apretándolo.
―Quiero ese trasero, nena. Demasiado. ―Estrello la boca sobre la suya y se aferra a mi cabello con las manos.
Mete la mano entre nosotros y toma mi pene, acariciándolo, entonces lo frota contra su pequeño centro caliente.
―Tengo que ponerme un condón, nena.
―Estoy en control de la natalidad ―jadea―. ¿Estás limpio?
―Perfectamente. ¿Tú?
―Sí.
Antes de que pueda decir otra palabra, me giro y la empujo contra la puerta de la nevera, sujetándole las caderas, la bajo con fuerza sobre mi pene. Grita y luego me muerde el hombro.
―Lo siento, nena. ¡Lo eché tanto ―empujo con fuerza―, de menos!
La follo duro; pero sé muy bien que le gusta, porque se corre una y otra vez hasta que finalmente me uno a ella.
―Se siente tan jodidamente bien llenarte. ¡Mierda! No me detendré. No. Puedo. Detenerme.
―Entonces no lo hagas. Toma, Pedro. Toma lo que necesites.
Gime mientras me corro de nuevo, esta vez más fuerte.
Después, la abrazo fuertemente a medida que luchamos para recuperar el aliento. Bajando los labios contra su cuello y degustando su piel, huelo su dulce aroma y me endurezco de nuevo.
―¿Nena?
―Vaya ―comenta, un poco sorprendida.
―Te voy a follar otra vez.
―Sí, hazlo duro.
―¿Sí?
―Sí.
―¿Podría conseguir algo mejor? ―No espero una respuesta―. Te voy a inclinar sobre el taburete de la barra para poder mirarte el trasero. ¿Está bien?
—Sí. Muy bien.
***
―¿Todavía me sientes? ―pregunto mientras tomo su mano.
―Sabes que sí. ―Sonríe un poco.
Nos vamos y cerramos la puerta. La acompaño hasta su auto, donde tomo las llaves, desbloqueo la puerta y después se la abro.
Tiro de su mano con fuerza suficiente para que se gire a mirarme.
―Sabes mi número.
―Sí.
―¿Crees que podrías usarlo? ―Asiente―. Este es tu juego, nena. Si me deseas, llámame. Nos vemos el miércoles, pase lo que pase.
Sonríe.
―Bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario