HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS

LENGUAJE ADULTO

martes, 27 de septiembre de 2016

CAPITULO 5 (SEGUNDA HISTORIA)




En las primeras cuatro horas, voy al California, al Binion’s, al Cortez y al Golden Gate para jugar blackjack para asegurarme que mi bolsillo se rellene, y hago dos mil de los grandes en cuatro horas. No es un puto mal día en absoluto.


La presión está apagada ahora. Tengo doscientos mil para jugar y doscientos mil de nuevo en la cartera. ¿Por qué doscientos mil? Siempre tengo doscientos mil escondidos para llegar a casa, siempre.


Me dirijo de vuelta para guardarlos en la caja fuerte y tomar un respiro.


Enciendo la pantalla plana de ochenta pulgadas, montada en la pared y me hundo en mi sillón reclinable de cuero, mi trono. Apretando el control de la silla, el masaje comienza, y luego me siento, escuchando las noticias.


Más tarde, me despierto sintiéndome como un hombre nuevo, como un ganador. Juro que huelo los cientos y esas perras tienen mi nombre en ellos.


Esta noche, estaciono en el valet y le tiro mis llaves.


―Sé amable con ella ―le digo mientras le doy uno de veinte―. Si regresa viéndose igual, habrá otro más grande.


―Sé que lo habrá, As. ―El chico me guiña el ojo.


Este es un juego de azar, el darle las llaves a alguien que incluso no conoces.


Desgarra al muchacho en el Rock City, pero nadie sabe lo duro que fue conseguir ese auto. Nadie sabe que no soy sólo algún pequeño titulado punk que se está quemando su fondo fiduciario y su juventud jugando a las cartas, conduciendo automóviles y andando en bares. Nadie lo sabe porque no pueden ver lo que me delata. He enterrado esas perras profundamente, tan profundamente como las
emociones que siento viendo a alguien en mi apreciada posesión.


Mientras observo el salto del chico en mi auto, veo una sonrisa en su rostro.


Sé que ese hijo de puta quiere quemar caucho tan seguro como que sé que quería hacer lo mismo la primera vez que me senté en sus asientos de cuero negro. Y, diablos sí, lo hice, pero el caucho fue pagado por mí.


Su agarre se aprieta en el volante ―lo que lo delata― pero no hará un comino. ¿Por qué? Necesita este trabajo. Le debe al banco, luego se va y juega el juego, con la esperanza de algún día ser un triunfador, igual que yo.


Sé lo que delata a todos, incluso a los repartidores. No cuento las cartas; cuento con mi instinto. Confío en mis entrañas. Mamá no crió a un tonto. Mamá tampoco crió a un imbécil titulado. Lo que me delata: Me niego a tratar a las
personas que tienen el mismo sueño que yo como que son menos. El trabajo duro no es ajeno a este chico.


Desde el momento en que me estaciono en mi auto, le sonrío al chico con la cara llena de granos quien toma las llaves. Se las doy y le doy respeto en la forma de confiar en él mi auto.


Todos me conocen porque los trato bien. Les doy buenas propinas, les hablo y los trato con respeto.





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