HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS
LENGUAJE ADULTO
lunes, 26 de septiembre de 2016
CAPITULO 2 (SEGUNDA HISTORIA)
Un día, el anciano llegó a mí con un bate que guardaba en el bar. Mientras corría hacia mí, Lucas se asomó de donde estaba sentado en el sofá y lo golpeó.
El anciano cayó de bruces, y cuando se levantó, balanceó el bate hacia Lucas una y otra vez, mientras Lucas se agachaba y lo evitaba todo lo posible. El pequeño pedazo de mierda nunca fue golpeado ni una vez.
El último giro habría tenido a Lucas, estaba acorralado. Sin embargo, agarré el puto bate, lo puse contra la garganta del anciano y lo mantuve allí hasta que el hijo de puta se desmayó.
Mamá llegó corriendo hasta las escaleras desde el bar para encontrarlo tirado en el suelo.
―Esto tiene que parar. Ustedes chicos, deben ir a quedarse con Martin en su casa.
―No vamos a irnos con él. Si nos vamos, tú también te irás.
―No puedo, o todo por lo que he trabajado se habrá ido.
―Entonces no nos iremos ―le dije mientras envolvía un brazo alrededor de ella.
―Trabajo para ustedes tres chicos, respiro por ustedes tres, vivo por los tres. Todavía veo algo bueno en él. Cuando está sobrio, él…
―No voy a dejarte o por lo que has trabajado ―interrumpí.
Mamá finalmente paró de llorar, pero tomó una eternidad. Cuando él llegó, los tres estábamos sentados en el sillón. Se quedó allí de pie y nos miró a través de ojos rojos, sin embargo, nunca dijo una sola palabra.
Una noche, me desperté cuando estaban peleando y salí corriendo de mi habitación en mis malditos shorts. Estaba persiguiéndola por las escaleras hasta el apartamento. Un gran baúl viejo estaba en el rellano. Lo empujé hasta el borde, listo para enviarlo abajo sobre él. El anciano se congeló, y vi el miedo en sus ojos inyectados de sangre, un miedo que nunca había visto antes. Pero pasó
rápidamente.
―Si la tocas, joder, esto caerá sobre ti, ¿me entiendes? ―le grité.
―No tienes las bolas, pedazo de mierda.
―Pruébame, hijo de puta ―susurré.
El miedo volvió a mostrarse en él y ahora sabía qué era lo que lo delataba.
Todo el mundo tenía algo, un resbalón que mostraba una debilidad, un pequeño camino.
La secundaria no fue fácil para un niño que tenía buena apariencia. No estoy siendo arrogante, tampoco. Tengo un espejo y sé cómo me miran las mujeres. No tener el dinero en efectivo para los hilos correctos o para decir las cosas buenas que todos los demás decían, me convirtió en el chico que las chicas populares veían a escondidas. Esperaban su turno.
Una chica, Annie, estaba saliendo con un atleta cuyo nombre era Aiden y la engañó. Entonces comenzó a venir a mí. Un día después de la escuela, me pidió mi número, lejos de su grupo de amigos, por supuesto. Le dije que no tenía celular.
Ella actuó sorprendida y me alejé.
Al día siguiente, me entregó un teléfono.
―Es de prepago. Te escribiré un mensaje.
―No, no lo quiero. Gracias, sin embargo ―le dije.
―Es para mí, no para ti.
Despectivamente, se fue mientras yo todavía sostenía el teléfono.
Esa noche, cuando me envió un mensaje, diciéndome que era ella, me pregunté dónde habría conseguido el teléfono. Después de convencerla un poco, me enteré que era de una farmacia a una cuadra del colegio.
Después de la escuela, entré allí y encontré el teléfono en el pasillo seis. Era de cincuenta dólares y estaba en oferta.
Durante una semana, arrastré mi trasero fuera de la cama a las cinco de la mañana para subir y bajar por la calle con una pala hasta que limpié las aceras de la gente.
El viernes, entré en la escuela y le di sus sesenta dólares.
―El teléfono es mío. ―Entonces me alejé.
Esa tarde, estaba sacando la basura del bar cuando se estacionó en su pequeño Beamer. Era más viejo pero jodidamente dulce.
―¿Vas a dar un paseo conmigo? ―preguntó al bajar la ventana.
―Nah ―negué.
―Pedro Alfonso, ¿cuánto más tengo que hacer o decir para que sepas que estoy interesada en ti? ―dijo Annie y sonrió.
Negué y no traté de devolverle la sonrisa, pero lo hice.
―¿Todavía sales con Aiden Law?
―Depende. ―Sonrió de nuevo.
―¿De?
―De ti, por supuesto.
La vi enviar un mensaje de texto.
―Entra y te mostraré lo que acabo de enviar.
―¿Es una broma? ―Sonreí, luego me incliné, agarrando el teléfono de ella.
―De ningún modo. Entra.
Tan pronto como entré, me entregó su teléfono y no estaba bromeando. Le había dicho que terminaron, había roto con el pobre hijo de puta mediante un mensaje de texto.
Oyes todo los cuentos sobre los amoríos que terminan a través de cartas.
Demonios, incluso películas se hacían sobre ellas. Sin embargo, estoy aquí para decirte que aquellas cartas escritas no tienen ninguna comparación con Siri. Esa perra ha roto más corazones de los que incluso podrían empezar a imaginar.
La mano de Annie estaba en mi muslo tan pronto como se alejó de la acera.
Sus labios estaban en mi pene tan pronto como estacionamos en el callejón entre dos almacenes abandonados. No voy a mentir, llené su boca mucho más rápido de lo que me gustaría admitir, y con la misma rapidez, estaba seguro que estaba enamorado de Annie. Tenía que ver algo con una chica que había tragado o me había dado mi primera mamada, aunque no estoy seguro de cuál.
―Sólo quiero que todo el mundo te vea como yo. ―Sonrió mientras levantaba sus pequeñas alpargatas azul marino marca Jimmy Choo y me besaba delante de todos en el pasillo, luego se alejó.
El día de San Valentín, me dio una chaqueta de cuero, que era un poco demasiado. Todavía estaba paleando aceras para ahorrar lo suficiente para comprarle un collar de Tiffany.
Ese corazoncito me costó trescientos dólares, incluso de segunda mano en una casa de empeños. Ella lo llevaba con tanto orgullo. La noche en que se lo di, tuvimos sexo en la mesa de billar en el bar, donde me había encontrado después de salir a escondidas de su casa.
No fue su primera vez. Fue la mía.
Al día siguiente, estoy usando la mierda de cuero cuando Aiden se me acerca y me dice que quiere su chaqueta de regreso.
―¿De qué diablos estás hablando? ―Cerré mi casillero, luego me volví hacia él y enfrenté a sus cinco amigos.
―Ella me dio esa mierda, entonces dámela de regreso. Por cierto, no la mereces. La quiero de vuelta.
Cuando me puse de pie cara a cara con él, vi pequeñas gotas de sudor en el nacimiento de su cabello, eso era lo que lo delataba a él.
―Si me la quitas, es tuya ―contesté mientras caminaba a su alrededor.
Sus chicos, los cinco, sostuvieron mis brazos mientras Aiden me golpeaba.
No me moví, no me inmuté, la única cosa que hice fue escupir la sangre juntándose en mi boca en su puta cara. Entonces sonó la campana, y se dispersaron como pequeñas cucarachas de mierda.
Annie corrió hacia mí, preguntando qué pasó, pero no dije una mierda. Sólo caminé junto a ella mientras me quitaba la chaqueta y tiraba esa hija de puta a la basura.
―¿Qué estás haciendo? ―me gritó. Como en, jodidamente me gritó.
―No estar contigo, nunca más. ―Y sí, lo dije lo suficiente alto para que un par de personas, unas cuantas, me escucharan.
Esa noche, el anciano tuvo a sus chicos en el bar jugando a las cartas. Su trasero se desmayó en el verde sobre la mesa de juego. Yo tenía cincuenta dólares de palear aceras, pero cuando el anciano Smith preguntó si quería jugar, le dije
que no sabía cómo. Dijo que me iba a enseñar.
Luego sonrió, casi maliciosamente. Lo que lo delataba a él.
Five Card Draw era el juego. Capté el quid de la cuestión rápidamente.
También perdí cuarenta dólares en menos de diez minutos.
En esos diez minutos, sin embargo, aprendí lo que delataba a todos los hombres en esa mesa, y luego salí con ochocientos setenta y dos dólares. Suerte de principiante, todos rieron.
Al día siguiente, me presenté tarde a la escuela, vestido con una chaqueta de piel nueva. Agarré a una chica nueva, le arrojé a Annie mi teléfono viejo, saqué mi nuevo teléfono inteligente de prepago de mi chaqueta y se lo entregué a mi
nueva chica.
Después de eso, jugaba a las cartas con los chicos cada vez que el anciano se desmayaba. Hacía suficiente dinero para obtener la mierda que quería y conseguía un poco de la mierda de Lucas, también. Pero entonces mi momento de más orgullo fue cuando le di a mamá su regalo por el día de la madre: Un collar Tiffany directamente de la tienda en línea. Nada de mierda de segunda mano para ella, ni para mí.
Nunca más. Y no miré hacia atrás, tampoco.
Un año más tarde, mi viejo apostó por un luchador clandestino porque pelearía contra un nuevo desconocido, Lucas, entonces un joven en la escuela.
Perdió el bar, y lo perdió contra Martin. Fue jodidamente hermoso.
Mi viejo es un pedazo de mierda. Es un borracho, un jugador y un torpe imbécil que toma placer en herir y degradar a todos a su alrededor. Pero nos enseñó mucho a mí y a mis hermanos.
Pedro ahora es dueño de un bar, yo viajo jugando a las cartas y Lucas es luchador. Algunos pueden decir ―demonios, muchos lo han dicho― que la manzana no cae demasiado lejos del árbol. Pero las raíces de los tres árboles son tan fuertes como las de mamá, manchadas con su derrame o no, por lo que somos buenos chicos. Deberíamos tener los malos hábitos del anciano, pero tenemos el
corazón de mamá.
En su lecho de muerte, nos dijo que estaba orgullosa de nosotros. Nos dijo que nos quería, nos pidió disculpas por la forma en que fuimos educados y nos hizo prometer que sacaríamos el bien de un mundo malo.
Mamá murió porque ese hijo de puta no pudo mantenerlo en sus pantalones. Ella era demasiado terca para ir a los médicos cuando estaba sintiéndose como el infierno.
Perdimos a mamá, pero saber que estaba orgullosa de sus tres chicos,ninguno de los cuales poseemos un título o trabaja en empleos tradicionales, nos hizo sentirnos bien.
También nos hizo determinados.
Primero Martin atrapó la mano del viejo en la caja, después lo encontró teniendo sexo con una antigua camarera y, finalmente, lo echó.
Sin el viejo alrededor, lo que he aprendido en los pocos meses desde que volví es que nada es más fuerte que la hermandad que Martin, Lucas y yo compartimos.
No soy la perra de nadie, nunca más lo he sido. Pero cuando se vive con un verdadero monstruo, y no sólo la idea infantil de ese que vive debajo de la cama, sino el verdadero, realmente nunca vives en alto; solo sobrevives.
Este lugar de horrores e infierno no se siente tan mal ya, sin embargo.
Detroit Rock City ya no tiene la misma sensación de frío y amargura que siempre tuvo antes. Se siente como un santuario, un lugar al cual ir cuando me siento solo, un lugar al que quiero conducir, no alejarme conduciendo. Este es un
lugar donde, cuando la mierda golpea el ventilador, sé que los tres hermanos la podremos superar juntos. Sin el viejo, este bar, esta ciudad, este lugar es ahora donde mis hermanos y yo queremos vivir.
Ahora podemos vivir.
Hoy, mientras me meto en mi Escalade y bajo mis gafas de sol estilo aviador marca John Varvatos de mi cabeza para cubrir mis ojos, le digo adiós a mis hermanos y a mi nueva cuñada, Emi, después regreso al desierto. Necesito una
dosis, una ganada, un par de buenas manos repartiendo en mi dirección. Necesito guardar algo de dinero para que la próxima vez que vuelva a Detroit, pueda quedarme más tiempo.
Me detengo frente al cementerio para decirle “nos vemos” a mamá antes de ir al aeropuerto. No me parece bien no hacerlo.
Luego salto de vuelta en el Escalade y repaso la lista de reproducción: Kid Ink, su canción “Carry On”. Mmm, no puedo esperar a seguir adelante.
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