HISTORIA DE Chelsea Camaron y MJ FIELDS

LENGUAJE ADULTO

martes, 11 de octubre de 2016

CAPITULO 10 (TERCERA HISTORIA)





Observo a Gabriel y Carolina decir sus “Acepto” y juro por Dios que veo a Paula caminar por las puertas delanteras del garaje abiertas del bar, por lo que salgo y miro a la izquierda, luego a la derecha. Nada.


Incluso voy alrededor del edificio, tratando de ver si está pasando el rato allí, porque la última vez que me encontré cerca de ella, se hallaba en un puto callejón, pero, por supuesto, no está allí.


Mi cabeza está tan jodida por esta pequeña, pero aprendí hace mucho tiempo que no hay absolutamente nada que pueda hacer para cambiar a una persona, a menos que esa persona quiera ser cambiada.


Veo un auto patrulla estacionando y noto a Johnny en el asiento del conductor.


La ventana baja.


―¿Has visto a la chica Chaves?


―No, ¿por qué? ―pregunto, intentando actuar como si no me pudiera importar menos. Tonterías. Me importa. Lo hace más de lo que debería, eso es seguro, maldita sea.


―Su viejo dice que lleva desaparecida unas veinticuatro horas.


Tenso mi mandíbula mientras mi estómago se revuelve y siseo:
―Si algo le sucede, esa mierda estará sobre ti, Johnny Ley.


―¿Sobre mí? ―Suena molesto. ¡Que se joda eso, lo estoy también!


―Sí, tú, servicios sociales, todos ustedes, hijos de puta, que no hicieron una mierda cuando sabían lo mala que era su situación.


―Tienes que retroceder, Alfonso. Recuerda con quien estás hablando ―sisea.


―Lo recuerdo, el policía que no pudo hacer nada por una chica, ¡pero que me puede arrestar por hacer la maldita cosa correcta!


Me mira molesto, pero es Johnny. No va a saltar. Va a esconderse detrás de esa puta placa.


―Como dije, si algo le ha pasado, haré pagar a todo el que se volvió jodidamente ciego.


Después de que sus neumáticos chillan cuando se aleja, regreso al bar, recordándome mantener la calma. Es el día de Gabriel.


¡Mierda!


―¿Todo bien? ―pregunta Martin.


―Sí, de puta madre.


Veo a Carolina llevar a Gabriel fuera, sin duda dirigiéndolo al Nido de Mamá. Va a estar emocionado.


¡El Nido de Mamá! Joder, eso es. Ella podría vivir allí.


Oigo dedos tamborilear.


―Oye, ¿qué hiciste? Johnny no acaba de aparecer por nada. ¿Debería esperar una llamada para sacarte de un apuro de nuevo?


Lo miro, listo para saltar, pero entonces Emi, mi cuñada embarazada, y la pequeña chica, mi nueva sobrina, están de pie junto a Martin. No puedo saltar, no puedo lanzarme, no puedo hacer una mierda excepto tal vez contar una retorcida
versión de la verdad.


―¿Recuerdan a la chica? La que el padre golpea como la mie...


―Pedro ―susurra Emilia, y miro a Camila y sonrío.


―¿Mi última sesión de fotos? ¿La chica a la que ayudé que nunca se fue de casa de su padre?


―Por favor, dime que no jo...


―Martin ―dice Emilia con más severidad.


―Cierto, lo siento. ―Pasa los dedos por su cabello y le da a Emi un beso en la mejilla―. ¿Quieren ir Camila y tú a ver si Julian y Sally necesitan ayuda preparando el buffet?


Emi suspira.


―Sí. ―Entonces me mira―. Hiciste lo correcto en ese momento. Sólo asegúrate de recordar que todos estamos aquí, también.


Ella y la niña se van, dejándonos a Martin y mí solos.


―Se ha ido ―explico―. Johnny dijo que su padre la reportó desaparecida. Juro por todo lo que soy, que si la lastimó, si está... ―Me detengo, no queriendo terminar de decir mi mayor temor―. Voy a matar al hijo de puta, Martin. Si está
muerta, lo mataré con mis propias manos.


Su rostro muestra que lo sabe.


―Te necesitamos...


―¡No está jodidamente bien!


―No, no lo está. Así que cuando la encontremos, ¿qué estás dispuesto a hacer al respecto?


―Asegurarme que nadie la lastime de nuevo. Esa es la maldita cosa que planeo hacer.


―Estás enamorado de esa chica ―afirma.


―¡No! Tiene diecisiete años.


―Mierda ―gruñe―. Estás enamorado.


―No, no soy algún enfermo hijo de puta, Martin. Sólo quiero asegurarme que la promesa que le hice a mamá, la que todos le hicimos, se cumpla.


Me mira como si supiera algo que yo no.


―Es una maldita niña ―digo, defendiéndome.


Asiente.


―Es una chica de diecisiete años que ha sido abusada. La han golpeado, Pedro. Lo sabes tan bien como yo. Has estado allí, hecho eso, conseguido las contusiones y huesos rotos para demostrarlo. Si te haces cargo de alguien así, será mejor que estés absolutamente seguro de no hacerle más daño que bien.


―¿Qué quieres decir?


―Quiero decir que las contusiones, roturas y cortes dejan cicatrices, pero se curan. Si rompes un corazón, esa mierda deja más de una cicatriz. ¿Me entiendes?


―Ella no está enamorada de mí ―espeto.


―No estaba hablando sólo de ella ―dice―. Podemos ir a buscarla esta noche.


―Tengo una pelea en dos días. ¿Cómo voy a encontrarla y a entrenar?


¡Mierda!


―¿Tienes una foto de tu chica?


―Joder, no, no tengo una foto. Y no es mi chica ―defiendo.


―Ajá ―dice, volviéndose para alejarse. Luego se detiene y se da la vuelta―. Entonces, ¿por qué la estamos buscando?


―Es lo que hay que hacer. Esa es la puta razón.


―Lo que hay que hacer no siempre es fácil.


―Bueno, sé esa mierda, idiota.


―No seas imbécil, Pepe. ¿Qué demonios vas a hacer cuando la encuentres? ¿Has pensado en eso?


―El lugar de Gabriel y Carolina, el Nido de Mamá ―digo, orgulloso como la mierda de tener una respuesta que parece racional en esta situación irracional―. Crearon su refugio seguro para mujeres abusadas.


―¿Es una madre de dieciocho años? Eso es de lo que su organización sin fines de lucro se encarga, no para fugitivas o...


―Las reglas pueden hacerse flexibles.


―¿Estás dispuesto a ver el sueño de Gabriel destruido por una chica por la que sólo quieres hacer lo correcto?


―¡Sí, y mamá se sentiría orgullosa!


―¿Lo estarás tú cuando cierre antes de tener la oportunidad de conseguir que este sueño se haga realidad?


Lo miro y me devuelve la mirada. Tiene razón, pero joder si puedo alejarme.


―Entendido.


―¿Así que sólo vas a alejarte?


No contesto.


―Soy todo sobre ayudar a la familia, Pedro. Me gusta ayudar a los desamparados y hacer lo correcto, pero la familia es la familia y, a veces, la caridad tiene que empezar en casa.


―¿Así que me doy la vuelta? ¿Estás jodidamente loco? Eso no es lo que somos.


―No, no necesariamente. Siempre puedes mirar más allá. Mejor aún, tal vez dejar de ignorar lo que tu corazón te dice.








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